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Santiago Posteguillo, cuando se anunció el Planeta.
Las nueve críticas literarias de la semana
Lecturas

Las nueve críticas literarias de la semana

En esta novela sobre un extravagante escultor, con la que el autor de 'Cacereño' rompe seis años de silencio, nos brinda una reflexión sobre los cambios que trae nuestra era digital y virtual

Sábado, 5 de enero 2019, 10:25

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Demolición

Iñaki Ezkerra

Raúl Guerra Garrido es el novelista del compromiso ético en los llamados «años de plomo», en los que ETA asesinaba y en los que el escritor español en general no acababa de ver el terrorismo como un tema literario. A lo largo de toda la etapa democrática que se inicia tras la muerte de Franco, este autor nos dio novelas inolvidables que algunos han olvidado misteriosamente, como la 'Lectura insólita de El Capital'', Premio Nadal en 1976, 'La costumbre de morir' en 1981, 'La carta' en 1990, 'Tantos inocentes' en 1996, o 'La soledad del ángel de la guarda' en 2007. Sin embargo, no ha sido el ético el único compromiso que ha caracterizado la trayectoria literaria de este escritor berciano de nacimiento y donostiarra de adopción. En todas sus obras, incluso en las de naturaleza más crudamente realistas, se observa un compromiso estético, una irrenunciable voluntad de estilo que, en muchas ocasiones, se adentra en el terreno de lo experimental sin por ello renunciar a la inteligibilidad clara del texto.

Algo o mucho de eso hay en los dos libros que ha publicado a sus 83 años en este prolífico 2018 que acabamos de dejar atrás. En 'Un morroi chino con un higo en la coleta', ensayo que se incluye en la biblioteca 'Baroja & yo' de Ipso Ediciones, nos ofrecía un original homenaje al autor de 'El árbol de la ciencia' partiendo de una divertida imagen surrealista que recordaba de las lecturas barojianas de su infancia, pero que nunca ha conseguido localizar en la obra del inquilino de Itzea por más que la había buscado. El humor y el surrealismo no le abandonan en 'Demolición', su recién publicada novela en la que el protagonista es un extravagante artista plástico, Jesús Expósito, que expone en la capital de España –en la sala de una prestigiosa entidad supuestamente llamada 'la Wagenberg Gallery'–, una obra escultórica que no debía ser vista ni por los críticos ni por los invitados.

A esa estrambótica puesta en escena se añaden otros hechos que ilustran la desconcertante biografía del artista. Jesús Expósito cree haber nacido por generación espontánea, se propone resucitar en un momento de la novela y desaparece después del acto inaugural que da pie al libro sin dejar el menor rastro. Con lo que se encuentra el lector es con su voz en primera persona dudando de si asistirá o no a la citada inauguración. A partir de ahí, nos sumergimos en un discurso de 212 páginas en las que la figura de la demolición que comparece en el título adquiere un significado múltiple. Por un lado, está la demolición existencial que experimenta el personaje central y que se identifica con la que ejerce nuestra época sobre unos modos de vida, unos esquemas de valores y un mundo referencial que ya son tan caducos como todavía recientes. Está esa relación que establece el libro entre la experiencia interior del protagonista y paisajes como el de la localidad india de Alang, hoy convertida en centro mundial de desguace y desmantelamiento de buques de guerra, ferries y cruceros de ocio, o como el de Detroit, la antigua capital del automóvil en la que la robotización industrial y la globalización han convertido en un cementerio de edificios vacíos y decrépitos. Por otro lado, está la demolición simbólica que Expósito plasma en su obra, compuesta de escaleras de mano «siempre en un equilibrio imposible entre la lógica y el disparate». Está ese orbe analógico que ha sido reemplazado por el digital como una alegoría paralela a la experiencia real que es sustituida por la virtual. Y está también el propio discurso narrativo, que parece ir demoliéndose a cada página y a cada renglón, deshaciendo las certezas que débilmente se van apuntalando en su lectura y que afectan incluso al color de los ojos de Naraya, la hija del estrafalario escultor si es que realmente éste tiene una hija.

Demolición es una obra experimental tanto en su contenido como en su continente y en la propia presentación del texto, que aparece a lo largo de toda la novela sin justificar, a la manera de las composiciones poéticas. Y, en todos esos aspectos, gira en torno al hecho estético, tanto en su temática y en su trama argumental, en la que abundan las referencias culturales y las reflexiones teóricas, o la parodia de éstas, como en su sintaxis, que es un ejercicio de libertad formal, en sus monólogos o en sus diálogos. Es una obra en la que parecen confluir, a iguales partes, el testamento literario y la broma llevada hasta la propia dedicatoria: «A Naraya Expósito, sin su colaboración este libro no hubiera sido posible».

Moonglow

J. Ernesto Ayala

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El célebre escritor norteamericano Michael Chabon, publicó en 2005 uno de los libros de cuentos que más me entusiasmaron por esos años. Sorprendía en primera instancia que el volumen estuviera compuesto por nueve relatos. Nueve no es un número cualquiera en la literatura breve de los EE. UU. Quien lo emplee en un libro de cuentos sabe que está expuesto a una especial exigencia, además de convocar a la memoria. Uno de los textos mayores de cuentos que se publicó en aquel país, se llama precisamente 'Nueve cuentos'. Y su autor es el célebre escritor (célebre por su obra y célebre por esconderse de la celebridad) Jereme David Salinger. De ese libro me quedaron en la memoria varios cuentos. Uno de ellos se titulaba 'Esa era yo'. Se trataba de la historia de una mujer que es violada y queda embarazada. Con su marido nunca había podido tener un hijo. No voy a contar como sigue y como termina esta historia. Pero recuerdo que me acordé de Scott Fitzgerald, con el que Chabon conecta, y con el mismo Salinger. Y me pregunté si estos dos grandes autores, con la historia de Chabon hubieran hecho algo mejor. Comento esto para que el lector se haga una idea de lo bueno que es Chabon, que nació en 1963. Pertenece a la generación de David Foster Wallace. No hay que olvidar, ya que estamos, que Chabon escribió una novela muy celebrada y con la cual obtuvo el premio Pulitzer en 1990, titulada 'Los misterios de Piitsburgh'. Se hizo una película sobre esta novela, que vi y que ganó un Oscar a la mejor canción. Ahora hallaremos en las librerías su última novela titulada 'Moonglow'.

En esta novela, Michael Chabon entra en el resbaladizo debate que la narrativa actual ha lanzado, no tanto para polemizar, que también de paso, como intentar cuadrar en una novela ideal conceptos como memoria, autobiografía, hechos reales y ficción. Me parece que Chabon se acerca bastante a ese ideal, porque su novela funciona como relato, como novela y, sobre todo como ficción. En 1989 el autor viaja a visitar a su abuelo que estaba en fase terminal de un cáncer. Consciente de su situación, el abueno le relata hechos acaecidos durante la segunda guerra mundial, su papel como agente en el ejército norteamericano, su colaboración en la construcción de algunos instrumentos para matar con mayor precisión y una dolorosa historia con una mujer judía atormentada por sus sufrimientos por su condición de judía. A Chabon le interesaba que su novela cuestionara la memoria, el relato de su abuelo y el mismo estatus de ficción, organizando todo lo oído en función del logro primordial: la ficción absoluta.

Serotonina

Pablo Martínez Zarracina

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Florente-Claude Labrouste, cuarenta seis años, ingeniero agrónomo. Sin familia, acaba de abandonar a su novia y de paso también su trabajo en el Ministerio de Agricultura y su vida parisina en general. Gris, sardónico, anodino, «más triste que infeliz». Desactiva los detectores de humo de los hoteles, conduce 4x4 diésel («puede que no hubiera hecho gran cosa en mi vida, pero al menos habría contribuido a destruir el planeta»), cree que Holanda no es un país sino una empresa, sostiene que Franco fue un «gigante del turismo», bebe (mucho) calvados, «un alcohol potente, profundo e injustamente olvidado» y practica la 'telemancia', técnica consistente en encender la tele al azar e interpretar las imágenes como una premonición.

He aquí al último protagonista de Michel Houellebecq, ya un arquetipo: otro hombre de mediana edad al tiempo integrado (la novela es un catálogo de marcas comerciales, opiniones consumistas y críticas de restaurantes y hoteles) y excluido. Tras descubrirle a su última novia, Yozu –distinguida, palidísima y japonesa– un asuntillo relacionado con Internet y vídeos de sexo multitudinario, Labrouste decide emprender un viaje hacia el noroeste del país que es un arqueo biográfico y una nota de suicidio. De la «desventurada serie de circunstancias» que le impulsan da cuenta en una de esas primerísimas personas: «Volvamos a mi tema, que soy yo», dirá en algún momento de la narración. «No es que sea especialmente interesante, pero es mi tema».

Un antidepresivo que anula la libido y la intención de volver a ver a sus antiguas parejas, especialmente a Claire, la única mujer con la que fue feliz (también Houellebecq puede ser cursi), funcionan, junto al calvados, como propulsores del viaje de Labrouste. En Normandía visitará a Aymeric, su «único amigo de verdad», un miembro de la aristocracia terrateniente francesa al que conoció siendo ambos estudiantes de Agronomía y que ahora se arruina con una explotación ganadera ecológica y un negocio turístico desesperado. Coincidiendo con la visita, Aymeric lidera una protesta de los productores locales contra la bajada del precio de la leche.

Si las novelas de Houellebecq a veces alcanzan la excelencia (y a veces, sin más, se salvan) por su modo afilado, brutal y frecuentemente revelador de afrontar los grandes temas de una sociedad narcisista y crepuscular, en esta ocasión el mecanismo falla. Por más que la ocasión y la maquinaria promocional relacionen 'Serotonina' con los 'chalecos amarillos', en la novela el combate es muy distinto. Se da entre quienes apuestan por «una producción razonable y de calidad» y terminan siendo ahogados por las corporaciones y los gobiernos que inclinan las balanzas «hacia el triunfo del librecambismo». Que ese combate se afronte además de un modo tangencial y asombrosamente desganado arruina el libro, facilitando que la distensión y el deslavazamiento, dos de los riesgos habituales en la narrativa del francés, se presenten multiplicados. Todo parece confiarse a la sucesión de nihilismo, juicios sumarísimos y chistes repentinos que terminan sonando en la cabeza del lector como una salmodia. Lo siguiente es pensar que las novelas de Houellebecq podían ser exageradas, efectistas o presuntuosas, pero no solían hacerse, como esta, rutinarias, casi monótonas.

Patrick Melrose

Elena Sierra

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Las cinco novelas protagonizadas por el aristócrata Patrick Melrose pueden encontrarse ahora en un solo volumen. Cada una muestra a ese personaje –y todos los que lo acompañan a los largo de su vida– en momentos y situaciones muy diferentes, avanzando por una historia triste a veces y otras repulsiva, sin perder nunca el humor más negro que se conoce. Y todas muestran una sociedad horrorosa en la que nadie dice nunca la verdad, todo el mundo tiene un chisme sobre todo el mundo y las sonrisas falsas son la mejor máscara, mientras cada uno carga su cruz. Desde el pobre niño Patrick abusado de la primera novela, el narrador es capaz de pasar por todos los estados mentales y emocionales, y de hacer lo mismo una radiografía social (ese Nueva York ochentero y drogadicto, los salones de la jet europea) que un teatrillo de miserias personales durante una fiesta.

Los diálogos son una maravilla, y destacan sobremanera los de la tercera novela. Ahí están ese en el que se dice que los aristócratas ingleses son «los últimos marxistas. Los últimos que todavía creen que la clase lo explica todo» o ese Melrose intentando hacer las paces con su pasado en medio de un montón de gente a la que no le importa ni el pasado, ni el futuro. La mirada de algunos extranjeros -estadounidenses, por ejemplo- sirve como contrapunto perfecto para echarle una ojeada a una sociedad de pusilánimes capaces de hacer mucho daño a los suyos solo por aburrimiento.

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Walt Whitman ya no vive aquí

Íñigo Linaje

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Aunque a veces incurre en omisiones ciertamente flagrantes (obviar, por ejemplo, nombres ineludibles como John Cheever o Joan Didion), Eduardo Lago ha recopilado, bajo el título 'Walt Whitman ya no vive aquí', una excelente serie de ensayos sobre literatura norteamericana contemporánea. Toda una panorámica histórica –rematada con una guía de lectura– que explora en profundidad el pasado y la actualidad de las letras estadounidenses.

La intención inicial de Lago es establecer un canon literario a partir de las figuras paralelas –aunque disímiles– de Jonathan Franzen y David Foster Wallace. Es decir, indagar en una escuela narrativa anclada a la tradición del siglo XIX y en otra más vanguardista, que trata de abrir nuevos caminos en el arte de la novela. El eterno dilema: conjugar comercialidad y calidad literaria o apostar por una línea rupturista y experimental, al margen de los aparatos de marketing.

Junto a semblanzas de Truman Capote, Emily Dickinson y Tom Wolfe, encontraremos reseñas de libros, reportajes sobre casas de escritores o simples artículos de prensa. De otros nombres imprescindibles –Roth, De Lillo, Pynchon– se ofrecen perfiles parciales, poniendo siempre de relieve sus aportaciones al mundo del periodismo. Pero si hay en el libro un texto sobresaliente, además de dos entrevistas inéditas y del rescate de ciertos autores periféricos como John Barth o Luc Sante, es 'Tríptico de septiembre': una vertiginosa narración de la catástrofe del 11-S. Y es que Eduardo Lago, que no escatima la crítica severa ni el juicio cáustico, demuestra en él un talento que hace de estos ensayos pura alquimia literaria.

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En mi barrio no hay quijotes

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'En mi barrio no hay Quijotes' es el último poemario del escritor alavés Adolfo Marchena, una unitaria colección de composiciones en verso libre y recortada métrica que presentan un tono coloquialmente intimista y la locura del célebre hidalgo cervantino como una recurrente metáfora de los sueños, las ilusiones, los ideales y rebeldías existenciales así como de las frustraciones, los desengaños y los aterrizajes en la realidad a los que la vida nos condena. El paso de los años, la incomunicación, la nostalgia por lo perdido o lo nunca poseído y el papel del individuo en la sociedad son los temas de estos poemas que se cierran con una invocación esperanzada a «la espuma de las olas,/ el oleaje entero y esas islas/ que soportan nuestra soledad/ de caballeros andantes.»

Las vidas que te prometí

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'Las vidas que te prometí' es la primera novela de Susana Rizo y la obra con la que ha obtenido el IV Premio Literario Feel Good. Su escenario es una residencia para la tercera edad en la que se ha instalado una guardería para que niños y ancianos puedan compartir unas horas diarias. Es ese contacto el que permite que muchos de los residentes vean despertar emociones y motivaciones que yacían aletargadas, así como el que propicia la relación de Ingrid, una entrañable mujer entrada en años, y Max, un niño de cinco años lleno de sensibilidad y creatividad. Dicha amistad en la que ambos se hacen simpáticas confidencias y en la que uno aprende del otro constituye una reflexión sobre lo igualmente importantes que son los primeros y los últimos años de la vida.

Siete días en las siete calles

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'Siete días en las Siete Calles' es un libro que nació del intenso recorrido que el artista coruñés Pablo Gallo realizó en marzo de 2018 por el Casco Viejo de la Villa del Nervión. Tras ese trabajo de campo, el pintor convirtió sus indagaciones, experiencias y visiones personales de ese especial entorno en breves textos y sencillos dibujos rebosantes de inspiración inteligente; de reflexiones prácticas y poéticas sobre los laberintos y los minotauros que todas las ciudades encierran; de referencias culturales y locales; de alusiones a la historia y a lo que Unamuno llamaría «la intrahistoria». Dividido en siete capítulos, que corresponden a siete jornadas y a las siete calles que anuncia el título (Somera, Artekale, Tendería…), el libro es un entrañable homenaje al Bilbao de ayer y de hoy.

Cómo ser humano

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'Cómo ser humano' es un libro repleto de curiosidades de la Ciencia que mantiene un tono ameno de divulgación a través no sólo de datos sino de anécdotas. Lo firma 'New Scientist', una revista semanal fundada en 1956 y que cubre los avances, inventos y descubrimientos científicos para una comunidad angloparlante de cinco millones de personas. Tanto los textos de este volumen, que han sido redactados por Graham Lawton y Jeremy Webb, como sus ilustraciones, de Jennifer Daniel, nos hacen tomar conciencia de hechos curiosos, como que los genes Neandertal están presentes en nuestra constitución biológica, o nos llevan a preguntarnos por lo que nos hace específicamente humanos y qué papel juegan, en esa condición, el lenguaje, la imaginación, la moral...

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