El Quijote estival del mejor Muñoz Molina
Ensayo. ·
Un texto delicioso en el que el autor de Úbeda reflexiona sobre la obra de Cervantes y nos invita a volver a sus páginasSobre el Quijote se han vertido ríos de tinta. Para los autores del 98 y los del grupo novecentista fue un tema tan obligado como ... el del Juan Tenorio. La 'Vida de Don Quijote y Sancho' de Unamuno o las 'Meditaciones del Quijote' de Ortega y Gasset, son dos libros de cabecera para entender a ambas generaciones. Y en nuestros días resulta ineludible la referencia de Andrés Trapiello por su encomiable adaptación del Quijote al castellano actual, publicada en 2015 con el sello editorial Destino, así como por su excelente ensayo 'Las vidas de Miguel de Cervantes' o las novelas 'Al morir don Quijote' y 'El final de Sancho Panza y otras suertes', en las que fabuló sobre el caballero de la triste figura y su universo novelesco.
Estamos ante un tema inagotable, que se presta a infinidad de miradas. Y de ello da fe 'El verano de Cervantes', la nueva entrega literaria de Antonio Muñoz Molina, un singular texto que se sitúa a medio camino entre el ensayo más erudito, la memoria personal y la biografía familiar, para rendir homenaje a la obra que inauguró el género novelesco tal como hoy lo conocemos en su sentido más alto y configurador de la cultura occidental. Muñoz Molina maneja en este libro un apabullante cúmulo de lecturas y de citas, pero lo valioso de este volumen, que llega casi al medio millar de páginas, es lo que tiene de experiencia vivida y revivida, pasada por el tamiz interior de la rememoración y de la reflexión críticas, sosegadas y sutiles de un gran escritor que se revela a la vez como un gran lector.
La primera observación, con la que se abre el libro, es la que justifica su mismo título: «El verano es la estación de 'Don Quijote de la Mancha'. Es el tiempo en el que suceden del principio al final todas sus peripecias, y también el más adecuado para su lectura». Este aspecto estacional del punto de vista no es en absoluto retórico, sino que condiciona de una manera recurrente todo el libro. Pronto el autor nos lleva al verano de su niñez en el que tuvo lugar el descubrimiento de las aventuras del hidalgo manchego, al austero volumen sin dibujos y en cuya contraportada podía leerse 'Casa Editorial Calleja, 1881', a «las hojas rígidas y a la vez quebradizas, de un amarillo como de paja seca» que «dejaban en los dedos un polvo parecido al del trigo…» La edición era la que su abuelo mulero logró salvar en el cortijo de Úbeda en el que, recién estallada la Guerra Civil, un grupo exaltado de milicianos hizo una hoguera para ver arder muebles, lienzos, tallas religiosas, libros… Curiosamente, también ese episodio nos conduce a la estación estival, a julio de 1936. En este libro, todo conduce al verano. El verano se percibe como una permanente, cálida, luminosa, solar sensación física. Como podría transmitírsela Carmen Laforet al lector de su célebre novela 'La insolación'.

No está de más, asimismo, señalar la presencia decisiva que tienen en estas páginas los hogares rurales que marcan la propia existencia del autor, desde la casa de Úbeda, con cuyas evocaciones se abre el libro, hasta la de las tierras valencianas de Ademuz, donde recupera la memoria de las manos al coger una azada para limpiar de malezas de una acequia. Y de lo personal o lo familiar el escritor pasa a los juicios críticos, a las bien dosificadas referencias culturalistas que la lectura del Quijote le ha podido sugerir tras una larga vida de lector, a una carta en la que Flaubert elogia la descripción que hace Cervantes de las llanuras castellanas; a la traducción de Charles Jarvis, que en septiembre de 1855 llegó a manos de Herman Melville; al Montaigne titubeante de los primeros escritos plagados de citas que irá enderezando de un modo seguro su discurso hasta llegar a la madurez del tercer volumen de sus ensayos, de la misma manera que el Quijote va tomando forma a base de exploraciones y tanteos en falso; de lo que Muñoz Molina llama, con fino olfato crítico, 'incongruencias', 'costuras' o 'arrepentimientos' y de unos incipientes pasos de «novella burlesca a la italiana» a la «deflagración narrativa a la que el propio autor asiste con agradecimiento y asombro…»
'El verano de Cervantes' es un libro delicioso en el que comparece el mejor Muñoz Molina con el pulso firme de sus novelas de juventud. Una lectura que invita a pensar en el Quijote, pero también a volver a él y a hacerlo en esta preferente estación del año; en el verano apacible con el que debía de soñar también su autor mientras lo escribía entre el ruido de las ventas del camino, el jaleo de las oficinas y molinos o el frío y la sombra de la cárcel.
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'Al son de la utopía. Los músicos en tiempos de Stalin. Michel Krielaars
Componer bajo la amenaza del gulag

Javier Ortiz de Lazcano
¿Puede el arte florecer en medio de un régimen de terror? Puede. Y en el caso de la música fue capaz de alcanzar altísimas cotas, como sucedió en la cerrada URSS de Stalin. No hay nada que llegue tanto al alma rusa como la música. Stalin era un gran melómano. Que a un político le guste la música es una gran noticia para los artistas, pero que el interesado fuera aquel hombre que convirtió la URSS en un enorme gulag le añadía un punto de riesgo.
Bajo su régimen la música, como las demás disciplinas artísticas, fue reducida a una doctrina tajante: realismo socialista. La finalidad del arte era servir al Estado. Salirse de la línea ideológica del PCUS o que alguien fuera señalado por componer o interpretar música formalista (ni los censores sabían exactamente de qué se trataba) colocaba a uno ante el riesgo de ir camino del gulag. Músicos de la altura de Shostakóvich y Prokófiev e intérpretes de fama internacional como Rostropóvich, Richter, Oistrakh, Kogan y Yúdina fueron capaces de crear melodías sublimes en medio de un régimen de terror. El precio a pagar podía ser el exilio en el gulag. Esa política represiva alcanzó también a la música ligera, en la que ser gay era por ejemplo motivo de envío a un gulag en el Lejano Oriente. El historiador y periodista neerlandés Michel Krielaars (1961), antiguo corresponsal en Rusia del diario alemán 'Handelsblatt', traza el perfil de diez de esos autores. Una contextualizada investigación histórica y una narración muy amena.
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'Franco y yo' Jesús Ruiz Mantilla
El Franco de Ruiz Mantilla

Iñaki Ezkerra
Jesús Ruiz Mantilla mezcla en 'Franco y yo' el ensayo con la crónica y la autobiografía. Como lo advierte el título, el autor se toma esa figura histórica como algo personal, lo cual le obliga a luchar con una contradicción: tenía solo diez años cuando murió el dictador. Este hecho, que asume en una frase - «Cuando yo nací, Franco empezaba a morirse…»- flota sobre un trabajo valioso, pero condenado a la interpretación documental y de segunda mano. Acierta en el retrato cuando señala la ductilidad del personaje; su don para nadar y guardar la ropa en tiempos de conspiración y de guerra o para sobrevivir a la caída de las fuerzas del Eje, acercarse al amigo americano o torear a monárquicos y falangistas. De particular interés resulta la parte dedicada a las maniobras que hizo para librarse de Primo de Rivera o cómo se sirvió de su legado para llenar su ausencia de ideología. En un momento incluso, Mantilla se identifica con la ironía joseantoniana, que es la otra cara de la vesania del líder de la Falange. Las mismas observaciones sobre la sutil sustitución del nihilismo de raíz nazi-fascista por el confesionalismo católico en la utilización política de esa herencia constituyen el material más atractivo del libro junto con las indagaciones pecuniarias que rebaten el tópico de la austeridad. Hay tres aspectos del franquismo que no refleja el libro: el tedio que era superior al terror, un desarrollismo económico que curaba de ese tedio y el servilismo con el poder de la corrupción que nació a la sombra de ese desarrollismo. Tratar este último nos daría una gran clave del presente.
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'Sobre Palestina' Hannah Arendt
Rescate de un artículo de Hannah Arendt

Ibon Zubiaur
El presente libro consiste en un artículo inédito escrito por Hannah Arendt en 1944, 'La política exterior estadounidense y Palestina' (15 páginas), el informe 'El problema de los refugiados palestinos' elaborado en 1958 por un comité de 17 expertos que incluyó a la autora (sin que ella llegase a revelarlo en público) y el aparato crítico. Presentarlo como descubrimiento y titularlo 'Sobre Palestina' puede ser comprensible por razones de oportunidad, aunque cabría esperar mayor ponderación en su acogida. El texto de 1944 precisa un tanto la relación de Arendt con el sionismo, pero es difícil reconocer en él la lucidez premonitoria que se le atribuye: Oriente Medio era ya un «polvorín» antes de la cruenta implosión del Imperio Otomano, y todo el proceso descolonizador se iba a ver lastrado por la Guerra Fría (la «confianza» nunca fue una alternativa práctica al apoyo de EEUU).
El informe de 1958 resulta enjundioso, aunque en parte obsoleto: destaca su empeño por centrarse en el drama humano y proponer soluciones concretas, relegando por «no relevantes» cuestiones de culpa o de «derechos históricos» («El problema actual no puede resolverse discutiendo la legitimidad relativa de los derechos de conquista de hace tres mil, mil o diez años»). Cualquier aportación al afrontamiento de un conflicto tan enconado ha de ser bienvenida. Tratándose de textos tan antiguos, la responsabilidad de hacerlos fructíferos recae sobre los lectores actuales.
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'La extinción de Irena Rey' Jennifer Croft
La Nobel que podría ser

J. Ernesto Ayala-Dip
Hay una novelista polaca que está escribiendo una novela con la que aspira a obtener el premio Nobel. Se titula 'La extinción de Irena Rey', su autora es la misma Irena Rey, que antes también ha escrito otras novelas con gran éxito de lectores en todo el mundo. Después de cada libro, Irena Rey aspiraba al Nobel, premio que siempre se le resistió, a pesar de su planetaria celebridad.
Pues bien, hoy reseñaré 'La extinción de Irena Rey', de la escritora y traductora norteamericana Jennifer Croft (Oklahoma, 1981). Debe recordarse que Croft es la traductora del inglés de 'Los errantes', de la escritora polaca -y ésta sí ganadora del Nobel- Olga Tokarczuk. También tradujo al inglés del castellano novelas de escritores argentinos consagrados, como Romina Paula y Pedro Mairal.
Todo comienza cuando la escritora Irena Rey decide concentrar a ocho traductores en su finca, inserta en el bosque de Wialowiezia, en Polonia, paradigma de la riqueza natural (vegetación, insectos, animales y hasta un dios ancestral) y de todos los peligros que acechan al planeta, orientados a una lenta y agónica extinción. A estos traductores sólo se los identifica con el nombre de los idiomas al que traducirán la obra magna de Irena Rey, con la que ésta aspira a ganar el Nobel de Literatura.Inglés, Alemán, Francés, Ucraniano, Serbio, Esloveno, Sueco y Español. Es así como cada uno ellos bajo esos nombres, se mueven en la novela con sus secretos, sus debilidades y sus deficiencias morales. De estos ocho personajes, en los que Irena Rey confía absolutamente, sólo Español tiene una misión concreta, con sus idas y venidas, que es narrar lo que estamos leyendo. Bajo el nombre de Español se esconde su nombre verdadero, Emi, diciéndonos también que es sudamericana de nacimiento, aunque orientada a disimular su verdadero origen. Es importante consignar que estos ocho traductores aman, idolatran a su jefa, a la que también denominan Nuestra Autora. Su amor y su confianza en ella encuentran su contrapartida en el mismo amor y admiración que siente la autora polaca por sus empleados, personas que vivirán a pan y cuchillo en su bucólica residencia. Todo se resquebraja cuando un día, inesperadamente la escritora desaparece. Nadie sabe de ella. Se conoce que ha enviado a uno de sus traductores un wasap donde anuncia la conclusión de su novela. La novela mientras tanto transita por las vidas cruzadas de los traductores, de sus amoríos fugaces, de sus enigmas. Hasta que llega el día del fallo del jurado sueco y en el que resulta ganador o ganadora… A partir de este hecho la novela se decanta hacia un costado inesperado.
Una novela con varios temas sobre la mesa, uno de ellos sin duda la reflexión sobre el papel de la traducción en nuestro mundo, su vigencia y hasta cuándo (un amigo traductor me dijo un día que las obras importantes se tendrían que traducir cada tres décadas). Otro tema, no solo la extinción del medioambiente sino todas las extinciones que arrastran consigo. Y la patológica confianza en sí mismo o exacerbado egocentrismo. Puede que me equivoque, pero también es una historia de amor, la que la narradora siente por Irena Rey, un amor absoluto. Pongo en cuestión la contraportada de este libro, cuando habla de thriller o novela distópica; nada de eso.
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'Pan de jengibre' Helen Oyeyemi
Hadas peligrosas

Pablo Martínez Zarracina
La revisión de los cuentos infantiles es una constante en la literatura de Helen Oyeyemi. El modo en que la autora británica de origen nigeriano vuelve la mirada hacia esas narraciones primigenias profundiza en la fascinación de un modo que, como sucede en la infancia, está íntimamente ligado a la oscuridad. La autora ha recordado alguna vez que la expresión «cuento de hadas» se utiliza para hipótesis idílicas pero se refiere estrictamente a historias en las que no es extraño que a un niño lo mate su madrastra y se lo sirva al padre cocinado en forma de pudin. Sucede en un cuento de los hermanos Grimm, que son los autores a los que remite 'Pan de jengibre': una vuelta de tuerca a historias de niños perdidos como 'Hansel y Gretel' con personajes que van al McDonald's, envían correos electrónicos al AMPA, interactúan en Tinder y ven el programa de Jerry Springer.
Al mismo tiempo, en esta novela hay muñecas que hablan y refutan a los protagonistas, personajes que parecen surgir a la vida desde el fondo de un pozo y un país llamado Druhástrana cuya existencia en algún lugar de Centroeuropa no se sabe si es real o irreal, pudiendo ser perfectamente ambas cosas a la vez. El comienzo del texto hace pensar sin embargo en una historia multicultural en el Londres contemporáneo.
Todo comienza con una madre inmigrante que quiere integrarse ejemplarmente entre los padres de la clase de su hija adolescente. La madre proviene de Druhástrana y se siente orgullosa el día que regresa a casa y detecta por el olor que su hija Perdita ha cocinado la receta familiar de pan de jengibre que ella y la abuela de la muchacha custodian como un tesoro familiar. Lo siguiente que se encuentra es a la adolescente convulsionando.
En un giro que trae a la mente del lector a autores como Lewis Carroll o L. Frank Baum, Perdita contacta a través de la intoxicación con el país de sus ancestros. Con enorme naturalidad -Oyeyemi hace que lo más extraño fluya-, la novela pasa así a transcurrir en dos mundos. A partir de ahí, todo avanza de un modo que es complicado de describir pero remite a los maestros anteriormente citados y a otros como Roald Dahl. Estamos ante una autora de imaginación exuberante que entiende la narración como un juego sofisticado de reglas subvertibles. 'Pan de jengibre' es una búsqueda familiar y también un cuento de terror, una especie de fiesta loca y privada y una constante fábula política en la que se abordan asuntos como la desigualdad, el trabajo precario o el valor del dinero. El lector comienza cada página sin saber qué puede ocurrir a continuación y esa es una sensación infrecuente en la narrativa del momento. Son muchas las virtudes que distinguen a Helen Oyeyemi, pero hay una que se impone sobre el resto: es una narradora verdaderamente original.
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'Llovía en todas las casas' Gaztea Ruiz Martínez
La emocionante pelea por salir de la miseria

C. C.
Pablo es gitano y nació en Granada. Hacia 1970 vive en un pueblo del País Vasco, no lejos de Ermua. 'Llovía en todas las casas' es la historia de Pablo, un niño despierto y valiente, y la de un grupo social que quiso salir de la miseria peleando, equivocándose, tomando en ocasiones caminos erróneos y pagando por ello un precio excesivo. La cuarta novela de Gaztea Ruiz Martínez es un drama escrito con un lirismo contenido. Hay en sus páginas violencia política, social y doméstica, amistad y egoísmo, huelgas y esquiroles, policías que torturan y terroristas perplejos. Pero sobre todo hay personajes sin fortuna que se convierten en héroes a su pesar.
Ahí destacan dos mujeres, Encarnación, la madre de Pablo, que oculta como puede las huellas de los golpes de su marido y trata de proteger a su hijo; y Estrella, una joven que ejerce de maestra para atender a las criaturas desfavorecidas y que se juega el tipo ayudando a los huelguistas. Las dos sufren en gran medida la violencia y lo hacen porque aún tienen un atisbo de esperanza. La de Encarnación está puesta en sus hijos, ya que ella da su vida por perdida. La de Estrella, en una sociedad más justa que algún día llegará. La novela, escrita con una manifiesta voluntad de estilo, emociona y pese a ser un drama tiene un final que da un respiro. El aliento de la buena gente, de la solidaridad, de una abuela que hace el bien con un juguete viejo, de unos niños que habrán aprendido el valor de la amistad.
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'Nada bueno germina' César Pérez Gellida
44 muertos, nadie mata tanto como Pérez Gellida

Sergio García
Si esto fuera una partida de mus, no habría piedras suficientes para contar los bajas, ni círculos en el infierno de Dante para describir los horrores que es capaz de desatar la extraña pareja que forman Antonia Monterroso y Sebastián Costa, artífices de este carrusel bañado en sangre y con arrobas de mala baba. 44 cadáveres empapan las páginas de 'Nada bueno germina', la segunda parte de aquel 'Bajo tierra seca' con el que César Pérez Gellida ganó el Nadal. Y eso sin incluir los heridos, que uno renuncia a llevar la cuenta por aquello de no distraerse, porque estamos ante un autor de esos que se dedican a dejar miguitas y no dan puntada sin hilo. Créanme si les digo que uno acaba agotado de recorrer aquella España de las postrimerías de la Primera Guerra Mundial perseguido por clanes gitanos ávidos de venganza, detectives que ni olvidan ni perdonan, espías resabiados y conserjes de hotel que dan una vuelta de tuerca a ese concepto tan nuestro del 'todo incluido'. También policías que harían palidecer de envidia a Sherlock Holmes, sobre todo porque, a diferencia del inquilino de Baker Street, Ramón Fernández-Luna es un personaje de carne y hueso, por mucho que su vida sea de película y el suyo un país de tramposos y de maulas. Jaén, Córdoba, Ciudad Real, Madrid… y Valladolid, claro, donde el autor se mueve con el desparpajo de quien juega en casa. Háganme caso, no desayunen fuerte: el Pisuerga nunca ha bajado tan cargado de sangre.
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'¿Una rayita?' David López Canales
La conversación pendiente

Elena Sierra
Coca, cocaína, perico, perica, farlopa, nieve, merca, harina, fariña, azúcar, dama blanca, maicena, leche en polvo, mandanga. Y más. Anda que no tiene sobrenombres la cosa. Y con ellos, están los 'alias' de la raya, esas otras palabras de uso común para no nombrarla: línea, tiro, fila, pollo, gramo, y los muchos verbos asociados a la acción. Y los muchos chistes o guiños hasta en los anuncios. Será porque, como subtitula el autor este miniensayo sobre el consumo de coca en España (a la cabeza de Europa), aunque se consume tanta «no se habla de ello» y para referirse al gran elefante rosa en la cacharrería lo mejor es utilizar sobrenombres, subterfugios, eufemismos. Hay una conversación pendiente sobre el alto consumo de esta droga entre los españoles, insiste en este libro, y lo de menos es el debate de la legalización o no; lo importante es entender de dónde venimos y dónde estamos, que es en una realidad en la que la droga de las élites de los primerísimos ochenta ha llegado a extenderse a todas las capas sociales y ya no hay 'yonquis' y 'yupis'.
En poco más de cien páginas de pequeño formato caben un poco de historia -quién la 'encontró' primero-, algo de su uso en otras civilizaciones y culturas, una parte de relaciones internacionales (entre países productores y países consumidores, guerra al narco incluida), de economía, de dinámicas sociales y de análisis de un sistema, el hipercapitalista, que hasta cuando te deja tiempo para el ocio te impulsa a producir/consumir.
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