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Dos de las obras que pueden verse en la exposición.

La pintura del sol de medianoche

El bilbaíno Misha del Val y la finesa Raisa Raekallio elaboran una singular propuesta común, muy ligada a su residencia en Laponia

GERARDO ELORRIAGA

Sábado, 23 de junio 2018

Misha del Val ha encontrado su norte, literalmente, tras largas estancias en lugares tan dispares como el Levante español, Australia y Alemania. Desde hace cinco años, este artista bilbaíno vive en Laponia y hoy reconoce su fascinación por los paisajes helados, el pan de centeno, los frutos del bosque y las saunas. Pero también por un proyecto artístico al alimón con la artista finlandesa Raisa Raekallio. Ambos son pintores y el resultado es una obra a cuatro manos dotada de identidad propia, una propuesta excepcional dentro del escenario plástico. Como Gilbert and George o Pierre et Gilles, han elaborado un trabajo en el que se entremezclan pinceladas y el concepto de autoría aparece compartido, sin jerarquías ni diferencias significativas. El último fruto de esta iniciativa puede contemplarse en Espacio Marzana hasta el fin de la actual temporada.

Los lienzos exhibidos muestran una increíble homogeneidad, evidencia de ese hacer común al que se puede acceder como observador a través de internet. «Tenemos una sensibilidad similar que nos permite compartir», asegura la creadora escandinava. «Los dos amamos nuestro trabajo. La pintura es para nosotros el origen, no el objetivo. Creo que el resultado se debe a una energía que procede del lugar correcto», señala su colega.

Pero esa confluencia tiene lugar a partir de diferentes bagajes. «Es cierto que hay muchos elementos diferentes entre nosotros, pero también algo homogéneo que no radica en las ideas, sino en la intensidad de lo que compartimos, en el tira y afloja», aduce su compañero que reconoce que este debate permanente no siempre se cierra con el éxito. «Aunque existe un respeto mutuo, no siempre se demuestra infalible».

Las tinieblas consituyen el fondo de muchas de las obras expuestasSu aislamiento en un lugar alejado de las grandes urbes les permite permanecer ajenos a polémicas

Además de la obra sobre lienzo y la performance, cada uno mantiene su propia trayectoria creativa. Raisa dibuja y Misha escribe poesía, «nunca lo he explicado así, yo diría que escribo cosas», aunque su proyecto común es el que demanda más tiempo y voluntad. «Somos dos personas diferentes, aunque la iniciativa como pareja lleve todos los esfuerzos». En cualquier caso, creen que la propuesta proporciona sustanciales beneficios. «Compartir espacio supone salir de tu zona de confort y aprender el uno del otro. Está bien salir de lo establecido, de las rutinas».

Territorio compartido

El lenguaje de la pintura es el territorio común y entre las referencias compartidas se encuentran Gerhardt Richter, con el que coincide en su profundo amor por la naturaleza. El neoexpresionismo parece sobrevolar las escenas y retratos expuestos, pero ambos descartan una interpretación conceptual. «No existe ninguna intención cínica ni una vuelta de tuerca intelectual», alega. «Lo que ves es lo que hay, es lo vivencial, lo inmediato».

Los retratos de carácter emotivo de Marlene Dumas, otra de sus artistas preferidas, guardan mayores semejanzas con su propuesta. Como en el caso de la artista sudafricana, Misha y Raisa apelan a una interpretación contemporánea de la figuración que no es necesariamente objetiva. «No hay hechos, sino posibilidades», advierten. «El misterio de la pintura se produce cuando no está todo definido y la gente puede entrar dentro de tu lienzo».

La disciplina más antigua no ha perdido su vigencia para estos autores. «Porque tenemos la experiencia de haber sido tocados por la pintura en los museos», indican. «A veces, dudamos de su capacidad, pero cuando estás delante de algunos cuadros sucede el milagro de la comunicación. Pintar una manzana puede ser algo bonito, inmediato, significativo, incluso convertir nuestra vida en algo mejor».

El paisaje posee un sentido especial dentro de su creación. Su mirada lo convierte en mancha, en una amalgama cromática. «En el norte de Finlandia el tiempo está cambiando constantemente, se renueva sin cesar, lo que es muy interesante para nosotros como pintores», explican y reivindican esa conexión con el bosque que los envuelve. «Lo llevamos al lienzo porque traduce una relación muy personal y cercana».

Las tinieblas constituyen el fondo de muchas de sus obras. Esas sombras de apariencia goyesca remiten, en realidad, a esa penumbra ártica que los envuelve en invierno. «Pero es un oscuridad positiva, un factor físico que está ahí, que nos condiciona», apunta Raisa. «En Laponia los colores siempre permanecen algo apagados, rotos, porque el sol no brilla con intensidad y yo llego e intento compensar ese déficit con mi pasión». Misha reconoce que ese agente influye poderosamente, pero su interpretación también es optimista: «Venimos de un lugar real en el que todo no es perfecto, hay que saber integrar, aceptar las fuerzas oscuras de la vida, abrirse y hallar el lado más amable».

Su aislamiento en un ámbito rural, alejado de las grandes urbes, les permite también permanecer ajenos a cualquier polémica. Para ellos, la pintura no se halla en entredicho. «Es lo verdadero para nosotros, lo vemos con mucha naturalidad, es lo que surge de nuestras entrañas», confiesa el artista. «La pintura es así, te enamoras de ella y no tienes elección y existe una sorprendente libertad en esa falta de elección».

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