Pintar un oficio

Arte ·

Los artistas, grandes seductores, han expresado las formas y el perfil inexplicable que comparten

Begoña Gómez Moral

Sábado, 11 de febrero 2023, 00:11

A lo largo de este mes de febrero se podrá ver cómo el planeta Venus, que, después de la Luna, suele ser el cuerpo más brillante en el cielo nocturno, va descendiendo y se aproxima a Júpiter. Este, a pesar de ser el mayor planeta del Sistema Solar, no siempre es visible y, de hecho, a principios de marzo dejará de serlo desde esta parte del mundo cuando se pierda en la franja luminosa del atardecer solar. Pero antes de que eso suceda, la particular trayectoria de las esferas celestes hará que durante unas pocas noches se vean muy cerca los dos planetas bautizados con el nombre de los mayores seductores de la antigüedad: Júpiter y Venus (o Zeus y Afrodita si se prefiere la correspondencia griega).

Publicidad

Las principales lunas de Júpiter -inmensamente mayores que las restantes- se bautizaron precisamente para recordar cuatro de sus hazañas más célebres en el campo de la seducción, a pesar de que sus métodos difícilmente pueden calificarse de ortodoxos desde el punto de vista contemporáneo. A la ninfa Io la envolvió en oscuridad y luego la convirtió en una novilla blanca como la nieve para ocultarla de la ira de su esposa. A Calisto, la «virgen de Arcadia que de repente encendió su corazón con un profundo amor», se acercó disfrazado bajo el aspecto de su señora, la diosa Diana, antes de tomarla en sus brazos. Tras muchas vicisitudes, Calisto acabó convertida en la constelación de la Osa mayor. En otra ocasión, ante el deseo ardiente por conquistar a la princesa fenicia Europa, Júpiter «se despojó de su poderoso cetro y se ocultó bajo la forma de un toro». Una vez que atrajo a Europa para que se sentara en su lomo, nadó mar adentro y la llevó hasta Creta, donde acabaron por tener tres hijos. Para conquistar al joven troyano Ganimedes, en cambio, Zeus adoptó la forma de un águila, descendió del cielo y se lo llevó al Olimpo, donde el muchacho terminó ostentando el puesto de copero divino, es decir, atendiendo la cantina o el cocktail-lounge de los dioses, según se mire. Esas extraordinarias andanzas amorosas son solo algunas de las que narra Ovidio en las 'Metamorfosis', un libro que fue fundamental para la comprensión de la cultura grecorromana en épocas posteriores y que ha quedado entreverado en la cultura occidental hasta inspirar prácticamente cualquier forma de arte desde la Edad Media hasta hoy mismo, aunque la predilección por el drama del periodo barroco armoniza especialmente con esas narraciones, que se reflejan en la obra de autores con suficiente magnitud para definir una época, desde Tiziano, Velázquez, Rubens o Bernini para abajo.

El arte de la seducciónVer 31 fotos

'Almohada', de Sara Morello, ganadora del concurso «Proyectos La Sedución 2023» organizado por la Facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU junto a EL CORREO.

Adán y Eva en la pintura

Cuando publicó las 'Metamorfosis', Ovidio no era un recién llegado al éxito gracias a un libro sobre seducción titulado 'Ars amatoria' o 'Ars amandi'. El 'Arte de amar' -a pesar de, como sucede hoy en día, haberse encontrado con el rechazo en el ámbito erudito- fue lo que llamaríamos un éxito de ventas. Cómo podría no serlo si el primer capítulo muestra cómo encontrar una mujer y el segundo muestra cómo conservarla e incluye secciones sobre temas como 'no olvidar su cumpleaños', 'dejar que te eche de menos, pero no por mucho tiempo' y 'no preguntarle por su edad'. El tercer libro, escrito dos años después de la publicación de los dos primeros, proporciona, en cambio, consejos a las mujeres sobre cómo conquistar y conservar el amor de un hombre. Fue otro gran éxito que, sin embargo, no libró a su autor de acabar desterrado por ofender a Octavio Augusto, el epítome de la antiseducción si se tiene en cuenta que su victoria sobre Marco Antonio en Accio fue decisiva para precipitar la muerte tanto del general romano como de una de las grandes seductoras de la historia, Cleopatra.

Dejando a un lado la descomunal influencia de las fábulas mitológicas de Ovidio, la otra gran línea maestra sobre la seducción fue el Cristianismo. En la tradición cristiana, el problema de la seducción no comenzaba, como en Ovidio, con Zeus, Afrodita y su larga nómina de conquistas, sino con una tentación algo difusa en el Jardín del Edén. Desde los albores de la fe cristiana, los teólogos habían identificado a la primera mujer, Eva -por no mencionar a Lilith-, y en consecuencia a todas las mujeres, con la lujuria. El resultado de ese punto de vista tan sesgado fue una tradición literaria y visual en la que la narrativa dominante era la de una mujer seduciendo a un hombre y no al contrario. Sería difícil hacer una estimación sobre el número de pinturas de cualquier periodo que han tratado este tema, pero se pueden encontrar representaciones de Adán y Eva en cualquier momento de la historia del arte de maestros dispares como Paolo Ucello, Jan y Hubert van Eyck, Hieronymus Bosch, Guido di Pietro Fra Angelico, Il Correggio, Lucas Cranach y tantos otros.

La lista de autores que reproducen el esquema de la mujer seductora y el varón seducido se prolonga hasta que en los siglos XVI y XVII estas actitudes empiezan a suavizarse. La tradición cortesana, popularizada por escritores como Baldassare Castiglione, comienza a fomentar la socialización entre los sexos -al menos en el ámbito de la alta sociedad- y subraya que el cortejo puede ser un placer estético y no un riesgo moral. Como estructura de fondo no tardará en polarizar las lecturas de los relatos de seducción que, sin embargo, acabaran conviviendo. Cada una adopta un punto de vista diferente y cada una cuenta una historia complementaria que el arte se ha encargado de plasmar. En la narrativa clásica de la seducción -que podríamos denominar de la villanía-, el seductor o seductora utiliza la astucia, el engaño y los juegos mentales para vencer la resistencia de su objetivo. Este esquema implica una vulnerabilidad por parte de la persona seducida, algo que se refleja en la etimología de la palabra: se-ducere, (alejar, conducir lejos). La seducción bajo esa interpretación supone que una persona manipula a otra e intencionalmente la separa de sus verdaderas preferencias. Hoy en día, el lenguaje utilizado para describir estos escenarios tendería a analizar estructuras de poder y patrones de captación y agresión, aunque en teoría no se podría hablar de seducción cuando se hace uso de esas estructuras. El rasgo común es que tanto acoso, abuso, coacción como seducción ponen el acento en la indefensión de la víctima.

Publicidad

Mirando en la dirección opuesta, el otro tipo de narrativa de la seducción es el que presenta al seductor o seductora como admirable. Si Venecia es una de las capitales de la seducción, se debe en gran parte al hombre que está en el punto focal de esa perspectiva: Giacomo Casanova. En su época, la ciudad de los canales era conocida por la libertad de sus mujeres. «Ninguna en el mundo tiene menos ataduras», observó un visitante, «y la palabra celos ha quedado obsoleta». Esa nueva libertad se advertía también en detalles sutiles como el uso de scarpe, zapatillas planas infinitamente más cómodas que los zoccoli, que se suponían más seductores. La vida de Casanova, que vivió -y sedujo- en un buen número de ciudades por toda Europa, encierra varias ironías, entre las cuales no es la menor que -como sabemos a través de sus doce volúmenes de autobiografía- aunque fue historiador, escritor, diplomático, jurista, violonchelista, filósofo, matemático, bibliotecario y agente secreto haya sido reducido a una sola palabra: seductor. En torno a 1732-34, mientras Casanova era todavía un niño entre los canales venecianos, William Hogarth pintaba en Londres los ocho cuadros que forman 'El progreso de un libertino', plasmado poco después en los grabados que recorren la vida del protagonista desde los primeros años como heredero juerguista hasta los últimos días de miseria y enfermedad en el manicomio de Bedlam. La intención moralizante era clara y lo sería aun más en la era Victoriana, cuando el arquetipo de la 'mujer caída', víctima de una seducción -seducida y abandonada- se plasmaba con tintes emotivos tanto en la literatura de Thomas Hardy ('Tess de los d'Urberville') como en la pintura de Dante Gabriel Rossetti ('Encontrada', 'La puerta de la memoria') o en los grabados de George Cruikshank, uno de los primeros ilustradores de Dickens. Mientras tanto Gustave Moreau encontraba en Salomé, a menudo atormentada por apariciones y fantasmas que le recuerdan los efectos de su seducción, el vehículo perfecto para el Simbolismo.

L'amour medecin

En el 'Retrato del doctor Pozzi en casa' Singer-Sargent destila la imagen del seductor capaz de serlo sin causar (mucho) daño; de vivir, según parece, relaciones apasionadas con la soprano Georgette Leblanc, con la gran actriz Réjane y con Geneviève Halévy, la viuda de Georges Bizet y posible inspiración para la proustiana duquesa de Guermantes. También con Sarah Bernhardt tuvo una breve etapa amorosa. Tras separarse conservaron una estrecha amistad y ella, que lo llamaba cariñosamente 'Docteur Dieu' (Doctor Dios) insistió en que fuese él quien la operara cuando tuvo que someterse a una intervención. La creciente igualdad entre sexos ha ido acabando con algunas de las peores acepciones de la seducción y ha dotado de nuevas capas de significado al término. En las últimas décadas, la artista francesa Sophie Calle, que, según sus propias palabras, se dedicó al arte para seducir a su padre, es una de las creadoras que con más perseverancia ha puesto bajo el microscopio las sutilezas entre humanos cuando se trata del doble filo de la seducción.

Publicidad

La idea de la seducción benigna; de 'l'amour medecin', como llamaba otra amante a Pozzi en alusión a la obra de Moliere; del seductor o seductora que ejerce su capacidad y va por ahí seduciendo a derecha e izquierda sin causar mayor perjuicio es imprescindible para desembocar en el eslogan publicitario que con relativa frecuencia aconseja 'dejarse seducir' por un coche o por una tableta de chocolate. Sigue implicando una supresión de la racionalidad, en este caso parcial y voluntaria, destinada a obtener una contrapartida.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad