
Pilar Adón y la inocencia perversa
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La autora, que ganó el Nacional de Narrativa en 2023, se sumerge en el género gótico lindando con el expresionismoEn la narrativa española no es que abunden las atmósferas de terror, pero van asomando de manera recurrente en algunos autores. La catalana Cristina Fernández ... Cubas es la escritora que más ha cultivado directamente el género gótico ya desde los años 80 y en libros de relatos como 'Mi hermana Elba' o 'Los altillos de Brumal', dos referencias del género que ella ha seguido cultivando después en la novela. Otros lo han hecho de forma algo más esporádica, como la madrileña Irene Gracia en 'Murdake o la condición infame', o los vascos Álvaro Cortina y María Eugenia Salaverri, el primero en su novela 'Garravento, la garra al viento', donde adoba el horror con ingredientes del cómic, y la segunda en sus libros de cuentos ('Un tango para tres hermanas', '¿Por qué te ríes?'…) o en su reciente novela 'Llegó con la tormenta', en la que el terror se mezcla con el 'noir'. Virginia Feito es una de las últimas revelaciones con 'La señora March', una obra de sutil pánico psicológico, pero quien se ha zambullido directamente en estos días en la tradición gótica con fuertes condimentos que lindan con el expresionismo es Pilar Adón (Madrid, 1971) con 'Las iras', un volumen que reúne dieciocho excelentes relatos en los que el ingrediente monstruoso se mezcla con el del mundo de la infancia y el de la propia condición femenina en un saludable y refrescante despliegue de incorrección política.
'Las iras' ya se abre con un plato fuerte que no va a ser una excepción en el libro sino que marca la tónica de todo el conjunto. En ese primer cuento titulado 'La sublimación de los afectos', una niña de once años se repone con medicación en una casa rural del trauma que supuestamente ha sufrido debido a que su mejor o su única amiga ha muerto ahogada en un pozo. En el entorno de la casa, donde ahora ella se encuentra en manos de una cuidadora que hace la función de narradora en primera persona, hay también un pozo ante el que la cría parece experimentar una angustia fóbica. Poco a poco, y según va desmenuzándose la historia con una técnica impecable de dosificación de los datos y los hechos, el miedo al pozo acaba trasladándose del personaje infantil a su propia guardiana en los momentos en que esta intenta sonsacarle para sanarla, lo que recuerda de aquella experiencia trágica. En 'Elle est belle, le monstre', el relato que cierra el volumen, la protagonista es otra niña que se encuentra confinada en una isla y que también tiene como referencia afectiva a otra amiguita, Mabel, que no se sabe muy bien si es real o ficticia. La historia que nos va revelando (en esta ocasión la narradora es la propia criatura) alude a un crimen por el que ha sido severamente castigada.
Entre esos dos relatos, hay una amplia galería de cándidas muchachitas dispuestas a quitarse de en medio a seres que les contrarían; que sienten que les han traicionado o defraudado; que les impiden cumplir sus planes y deseos o que les resultan sencillamente odiosos y aptos candidatos para acelerar su viaje al cementerio. La sombra de Caín pasea de un modo explícito por algunas de esas prosas, como es el caso de 'Empieza dulce mundo' o 'En el nombre de la hija', que es la penúltima del libro. Y hay algunas reiterativas, aunque vagas, alusiones a la religión o a los perros a la manera de claves referenciales o de meras y caprichosas constantes literarias que no parecen inspiradas ni por la fe en el más allá ni por la ideología animalista. En algún momento se unen curiosamente una y otras: «Jamás les rezamos ni les rezaremos a nuestros perros».
Pilar Adón nos ofrece en esta última entrega narrativa un libro inusualmente unitario. Unitario en el estilo depurado y confidencial. Unitario en la técnica narrativa, que consiste en una inteligente administración de la información referente a los personajes y a sus actos, a lo que dicen o a lo que callan. Y unitario asimismo en la tautológica temática, que no es otra que la inocencia perversa, la melosidad maligna, la voluntad de destrucción y el resentimiento que pueden llegar a albergar los seres más aparentemente débiles: las niñas angélicas, las mujeres enfermas, las hijas sumisas, las mamás indefensas…
Aunque 'Las iras' es uno de esos títulos que coinciden plenamente con el tema del libro, un rasgo de este, y de la formula estructural con que se desarrolla cada relato, reside en que no presenta boca arriba la cartas de su planteamiento argumental sino que deja al lector que las vaya descubriendo con una incertidumbre que es la de la vida misma cuando intentamos saber algo de los otros.
Jon Kortazar
La obra de Luis Alberto de Cuenca (1950) tiene un amplio eco entre los lectores de poesía gracias a su estética de la línea clara, de la poesía que se dice de manera directa y puede ser entendida sin esfuerzo. Lo que no indica que no exista una composición y una concepción compleja tras el velo del texto. Esta antología se centra en uno de los temas más queridos de su autor, la presencia de la literatura clásica, griega y latina, en su obra. Ya se sabe que el poeta es también un reconocido especialista en filología clásica, a la que dedicó su tesina y su tesis doctoral sobre dos escritores helénicos: los epigramas de Calímaco y Euforión de Calcis.
Luis Alberto de Cuenca, utiliza el clasicismo con una virtud especial, esa que hace que se asiente en la vida contemporánea. Es conocido ya su soneto sobre el consuelo que le proporciona su amigo Arellano en un momento de desamparo: «Somos el sueño de una sombra, amigo'/ me dijo. Y era Bogart y me amaba;/ y era Paco Arellano y me quería». Si la inserción del clasicismo en la vida cotidiana es una de sus características más claras, otras influencias son visibles en su escritura, como las siempre vivas variaciones de temas antiguos, el uso de la imaginería de esa estética, el desfile de héroes que muestran un perfil común, la dicción y el uso de una métrica atenta al ritmo y no a la rima, Y sobre todo la mirada irónica sobre un mundo que desde la tradición muestra nuestra derrota contra el tiempo, nuestra insatisfacción en la vida.
Iñaki Ezkerra
La vida en los pequeños pueblos de España ya no es lo que era. Afortunadamente. Gracias a la televisión y a todas las nuevas tecnologías, en las novelas de ambientación rural los elementos propios del campo conviven con los hábitos y las referencias urbanas. Es el caso de 'Vallesordo', el pueblo de Zamora que da título a la primera novela de Jonathan Arribas y donde vive Nico, el protagonista infantil y narrador en primera persona. Nico recorre los caminos en bici, pasea a su perra, se topa con los agresivos mastines de un pastor amigo y ayuda a su padre en las tierras cuando no tiene cole, pero también se hace con los discos que le gustan y sigue con fervor un programa televisivo -'Fama, ¡a bailar!'- que le llevará a hacerse unos precarios tacones con unas latas de Coca Cola, a presentarse a un casting y a matricularse en una escuela de baile en Zamora.
'Vallesordo' es un conseguido, verosímil y amenísimo texto que se inscribe en el clásico género de la novela de formación. Su hallazgo reside en que el autor ha sabido poner voz a un niño con un discurso que resulta convincente gracias al equilibrio entre la candidez propia de la edad y una atractiva acción argumental que engancha al lector. Arribas hace alarde de una destilada pureza en el estilo que deja entrever de manera inteligente la dura realidad que sortea su héroe y que no puede explicar con el registro de un adulto: los problemas laborales de su madre, el deterioro en la salud de una abuela cómplice.
Julio Arrieta
En uno de sus últimos libros, comentaba el historiador Henry Kamen, autor de un estudio ya clásico de la Inquisición española, su necesidad de hacer una «defensa» de esta institución cuya imagen popular, la de una organización eclesiástica de fanáticos y sádicos cazadores de brujas y herejes, sigue estando marcada por los tópicos y no por la historiografía especializada. A nutrir esta última contribuyó Mercedes Temboury Redondo con su tesis doctoral, 'La mirada del Santo Oficio: Condenados a muerte por la Inquisición Española 1540-1700', una investigación que ha servido de base para el libro 'La inquisición desconocida: el imperio español y el Santo Oficio'.
Ninguna caza de brujas desaforada encontrará quien lea este estudio, que analiza la actuación de la Inquisición en los amplios dominios de la Monarquía Hispánica y en el que se muestra cómo prácticamente «todos los condenados a muerte lo fueron únicamente por cuatro motivos: criptojudaísmo, criptoislamismo, luteranismo y delitos sexuales», con el caso de Zugarramurdi como una de las excepciones. Afirma la autora que el Santo Oficio fue «una mezcla de agencia de espionaje, unidad de asuntos internos y fuerza de orden público», y concluye que «actuó de forma selectiva en calidad de 'central de inteligencia', de agencia de contraespionaje, de conocimiento de información de amenazas y riesgos estratégicos y tácticos para la estabilidad y los intereses de la monarquía y de su posición económica».
J. Ernesto Ayala-Dip
La novela que comento hoy, 'El amante sin domicilio fijo', a tenor de sus autores, me obliga a hacer un resumen. Firmaban como Fruttero (Carlo) & Lucentini (Franco). Escribieron a cuatro manos de varios títulos, entre los cuales fue el más exitoso y refrendado por los mayores expertos en la materia (me refiero a los estudiosos de la novela negra y de intriga) 'La mujer del domingo'. Esta novela tuvo tanto éxito en su tiempo que incluso se hizo una película en la que trabajaron Marcello Mastroianni, Jean-Louis Trintignant y Jacqueline Bisset. Este increíble dúo escribió otras novelas no menos excelentemente recibidas. Una de ellas, 'La verdad sobre el caso D', está basada en la novela inacabada que dejó Dickens al morir, 'El misterio de Edwin Drood'.
'El amante sin domicilio fijo' me dejó absolutamente desconcertado, tal es su misteriosa trama junto a una historia de amor como nunca había leído antes. Una mujer, especie de ejecutiva en una empresa de compra y venta de arte, y un guía turístico se conocen durante un vuelo que tendrá como destino Venecia. Todavía no logro explicarme como cuatro manos pudieron concebir semejante historia. No logro hacerme a la idea de que dos escritores se repartieran el trabajo de narrar con tanta compacta unidad de sentido y fervor emocional. Con tanta sincronía. ¿Cómo lo hicieron? ¿De quién fue la idea? ¿Y si a los dos escritores se les hubiera ocurrido esta novela al unísono? O a lo mejor solo se le ocurrió a uno y el otro corrigió el original o hizo alguna, no muchas, sugerencias.
Ambos personajes se encuentran de nuevo ya en Venecia. Él se llama Mr. Sivera. Ella no tiene nombre, pero sí una biografía clara y transparente. Él no, sólo se sabe y ella sospecha que Mr. Silvera ha dejado de hacer de guía casi en el momento de conocer a la ejecutiva. Cada uno va por su lado, pero un día deciden conocerse más. Hablan y se ríen como si acabaran de descubrir justo en ese momento la felicidad. La novela se narra a dos voces, la primera persona es la de ella, la omnisciente sigue los pasos del él. Esa voz es la que reflexiona con magistral exactitud: «La primera mirada, el primer beso, la primera noche de amor no son nada en comparación con la primera risa juntos».
En el último tercio de la novela surge el enigma que la ejecutiva necesita desvelar. ¿De quién está enamorada? ¿Quién es Mr. Silvera? Parece un hombre de mundo, un habitante de puertos y aeropuertos sin destino, como si no lo necesitara. Habla varios idiomas, conoce, más que lugares del planeta, el planeta entero. Como si hubiera estado en el pasado y se encaminara hacia el futuro. Ya lo dije, esta es una historia de amor. Como tal, más original, atrevida y triste, imposible. Para terminar, sugiero a lectura del libro de Josep Brosky 'Marca de agua', un largo poema en prosa dedicado a Venecia.
Pablo Martínez Zarracina
Seis astronautas orbitan en torno a la Tierra a bordo de la Estación Espacial Internacional. Son cuatro hombres y dos mujeres. Su trabajo es sistemático (realizar experimentos, hacer ejercicio, vigilar sus cuerpos sometidos a la microgravedad) y al tiempo extraordinario. Componen un grupo humano separado de la humanidad que en cada una de sus jornadas ve cómo en la Tierra amanece y se pone el sol dieciséis veces. Sobre esa distancia Samantha Harvey construye 'Orbital', una novela breve, filosófica y sin apenas trama que aspira a funcionar como una perspectiva disruptiva mediante la que la mirada del lector se cruce -uno de los astronautas viaja con una postal de 'Las meninas'- con la del planeta, puede que con la del Hacedor.
La novela abarca seis días en la Estación Espacial y presenta un narrador omnisciente que salta del pensamiento de los astronautas a la observación entre meditativa y sentenciosa del paisaje cósmico. Así se combina lo íntimo (una de las tripulantes atraviesa por ejemplo el duelo por la muerte de su madre) con lo físico (los astronautas siguen la formación de un tifón en Asia) y con la constante apelación al misterio esencial del universo. El problema del libro es que lo apuesta todo a la última casilla, la pastoral cósmica, pero no consigue una escritura a la altura del desafío. Por decirlo en términos de Auden, el registro poético de Harvey tiene problemas con lo sagrado. Antes que algo enorme y verdadero, su voz, traducción mediante, transmite la imagen de una autora que sigue el 'streaming' de la Estación Espacial y abre el fuego descriptivo rozando la escritura automática. Si acierta en ocasiones, en demasiadas falla e incurre en el cliché cursi -África desde el espacio es «un Turner de madurez»-, en el exceso -las corrientes de aire sobre la Tierra se comparan con las expresiones de un rostro y el planeta adopta «la cara de un guerrero de ojos salidos y con lalengua fuera, haciendo una haka»- o en el accidente múltiple: «La primera vista de la Tierra, que te deja boquiabierto, un trozo de turmalina, no, un melón cantalupo…».
Por otro lado, la novela llega a confundir el minimalismo con la ocurrencia, pero no olvida ser siempre edificante. Sucede en las reflexiones sobre la historia, el medio ambiente o el futuro de la humanidad que salpican el texto. Resultan previsibles y eso es extraño en un libro que aspira a profundizar en el asombro. En un momento de comicidad involuntaria, una radioaficionada de Vancouver contacta por azar con la radio de la Estación Espacial y estima conveniente que el tema de conversación sea la salud mental, pero la suya, no la del astronauta que lleva meses sobrevolando el planeta a 27.000 kilómetros por hora.
Elena Sierra
La vida puede ser una guerra dentro de otra guerra dentro de otra guerra. Es lo que le pasa a la protagonista de la última novela de Gabriela Wiener, que arroja un poco más de luz sobre la violencia en su país de origen, Perú, sirviéndose para ello del nombre que da título al libro y que revive cada cierto tiempo. Aquí se mezclan datos históricos y absoluta ficción para retratar algo muy real. El primer Atusparia fue un líder indígena que comandó una rebelión en 1885 y de él toma su nombre la política de izquierdas del presente -y con cierta proyección de futuro, aunque poco le queda- que narra esta historia. Lo del Perú, se nos cuenta, en una sucesión de masacres y rebeliones; cuando los masacrados son indígenas, algo bastante común, se suele pasar por alto o digamos que el país y el mundo se duelen menos. Hay, por tanto, una reivindicación de la realidad que han vivido y viven los pobladores originales.
La Atusparia actual se cuenta desde la infancia, dando saltos en el tiempo, casi en distintos géneros y estilos: las promesas de una educación comunista en la infancia, el caos absoluto de la urbanización abandonada de los noventa en la adolescencia (los años perdidos en la droga y el abuso), el descubrimiento de los movimientos sociales y el objetivo político en la primera juventud, la comunidad, la cárcel, el exilio. Toda su vida a nuestro alcance, con sus miserias y sus rayos de luz, de una forma libre y con gancho.
Eduardo Laporte
Tiene Ramiro Pinilla una novela policial llamada 'Sólo un muerto más' cuyo título no valdría para la historia que cuenta Miguel Izu (Pamplona, 1960). Porque el relato de este escritor pamplonés se construye en torno al caso del comandante de la Guardia Civil José Rodríguez-Medel y su cadáver incómodo. Solo se sabe que ha aparecido muerto en un día tan complicado como el 18 de julio de 1936 y en una plaza tan señalada como Pamplona. Su conocimiento del terreno convierte a Miguel Izu en el relator ideal de este 'true crime' que nos acerca a la Guerra Civil desde otro ángulo. Si bien Rafael García Serrano ya narró los primeros compases de la contienda en Pamplona, el tema da mucho de sí.
Es más, quizá se haya escrito 'poco' de este 'kilómetro cero' del conflicto y la muerte del comandante ilustra con nitidez cómo en esos primeros compases las fuerzas rebeldes se aplicaron con determinación para sofocar cualquier tipo de vacilación entre los suyos. La novela atesora varias virtudes. Una es la base histórica que, como en 'Soldados de Salamina', aúna la fuerza de los hechos con el poder de la ficción para recrearlos. Otra es el relato desapasionado y preciso, como le cuadra al protagonista y narrador, Manuel Salvador, del Cuerpo de Investigación y Vigilancia. Escrita con inteligencia y lucidez, trasciende el caso policial (o militar) para revelar cómo en cuestión de horas una sociedad pasó de la convivencia más o menos tensa al sálvese quien pueda.
Borja Crespo
Ahora que el formato 'true crime' arrasa en la ficción audiovisual, no está de más acercarse a un cómic que pone en entredicho, con cierto sarcasmo propio del género de terror, la exposición de crímenes reales, sobre todo cuando se explota el dolor de quienes han vivido la tragedia con fines sensacionalistas. 'El depravado' propone una lectura envolvente, muy cinematográfica, viñeta a viñeta. Si no estuviera detrás el premiado James Tynion IV ('The Nice House on the Lake'), quizás perdería capacidad de atención esta historia sobre las fechorías de un Papá Noel sanguinario que perturba la paz de una comunidad en aparente armonía, en Milwaukee en 1973. La premisa no es original, pero sí lo es su tratamiento, con el coherente trabajo gráfico de Joshua Hixson ('Shanghai Red').
'El depravado', dividido en dos volúmenes recopilatorios en nuestro mercado, tiene varias lecturas. Por un lado, es un entretenido thriller con tintes de horror. Por otro, se preocupa de algunos temas de actualidad como el aumento de la intolerancia hacia ciertos colectivos en la sociedad americana. El diálogo en la cárcel entre el juntaletras protagonista y el supuesto autor de los hechos sanguinarios, medio siglo atrás, se lleva la palma. Lo importante no son los asesinatos del Santa Claus perturbado, sino el trabajo de documentación que prepara, cincuenta años después de la masacre, un guionista de tebeos que puede relacionarse con el propio Tynion IV.
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