
Cuando nada es lo que parece
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La artista bilbaína ha creado en Berlín una exposición en la que las piezas cambian de contextoSecciones
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Beatriz Olabarrieta ·
La artista bilbaína ha creado en Berlín una exposición en la que las piezas cambian de contextoGabriela Acha
Sábado, 25 de enero 2025, 00:00
El arquitecto Mathias Goeritz declaró en su manifiesto, en 1953, que la funcionalidad principal de la arquitectura son las emociones y, solamente proyectándolas puede considerarse ... arte. Su museo, El Eco, en Ciudad de México, nació como una forma experimental viva que absorbe parte de los elementos que habitan en su entorno; materiales visibles e invisibles que ejercen fuerzas impredecibles a su alrededor.
La naturaleza potencialmente emocional y experimental de la arquitectura, como elemento vivo en conversación con los objectos que la habitan y rodean, es una idea influyente en la obra de la artista Beatriz Olabarrieta (Bilbao, 1979). Su trabajo creativo está en permanente interacción entre su entorno arquitectónico y personal, y todo elemento incluido en este proceso es susceptible de evolucionar en direcciones impredecibles. Después de estudiar Filosofía en Deusto, Olabarrieta pasó por Wimbledon School of Art y el Royal College of Art en Londres. Tras varias décadas fluctuando entre Reino Unido y Berlín, su trayectoria internacional ha incluido Bilbao, Madrid y Barcelona en los últimos tiempos, y su más reciente producción ha sido creada específicamente para la galería Shahin Zarinbal de Berlín.
Para esta muestra, titulada 'Proximity', no apostó por grandes volúmenes apisonados ni intervenciones radicales en la estructura del espacio, como es usual en la obra de la artista. Las dimensiones de fuerza y propulsión se han vuelto sutiles, manteniendo gestos y procesos estrechamente dependientes del espacio de trabajo y exposición, que a menudo son el mismo. Beatriz Olabarrieta suele apropiarse de elementos reminiscentes de eventos anteriores, que de otro modo se mantendrían invisibles, ofreciéndoles un foco y alterando así los planos tradicionales de atención y protagonismo.
Sobre el cajón de fusibles de la galería apiló varias fotografías horizontalmente, dejando solamente un motivo a la vista ('Photo Photo', 2024). Parece que su función es visibilizar la caja de fusibles, un elemento de la infraestructura de la sala que de otro modo sería ignorado o premeditadamente escondido, relegado a un trasfondo espacial y conceptual -a menos que salten-. Al otro lado de la sala, enganchadas en las hendiduras entre el suelo y la pared, una serie de planchas metálicas se alzan verticalmente con la parte alta inclinándose hacia el interior de la sala. En el lado izquierdo de la serie, una plancha intacta despunta, un poco más elevada, colgada de la pared ('Bring no clothes', 2024).
Forman parte de la misma instalación una serie de pajitas de colores, insertadas en unos agujeros existentes en el suelo de cemento, que se taladraron para una muestra previa. Las pajitas de plástico contrastan con las planchas y las demás piezas de la exposición, todas metálicas, especialmente 'Untitled Undecided', 2024: una bola metálica de 24 kilogramos emplazada en una esquina de la sala. Su discreción contrasta con la fuerza que genera su presencia respecto a los demás elementos. En 'Proximity' nada es lo que parece ni lo que originalmente fue, y todo desliza inevitablemente la atención al gesto que busca la alteración o recontextualización de las piezas.
Como bien apuntan los expertos Tomaso De Luca y Gerry Bibby, las esculturas han sido desposeídas. Los objectos de Olabarrieta están desprovistos de su función original y operan como reflejos de lo que ocurre a su alrededor, canales de comunicación. Las deformaciones de las piezas son casi caligráficas, pero lo que comunican es un lenguaje tan personal como abstracto. Las barras, dobladas y ensambladas en 'Premonition(s)' y 'Promises' parecen parte de un mecanismo desconocido, que abre la incógnita de cuál es su función en este nuevo contexto. Son los resortes invisibles que hacen funcionar el mundo, nuestras vidas, y que pueda existir algo tan asumido como una rutina. Cuando el engranaje, falla se vuelve visible y ruidoso. Solo entonces entendemos su importancia y la artificialidad de las estructuras que rigen nuestras vidas.
Con acierto el crítico George Vasey observa la tendencia a caer y fallar en la obra de Olabarrieta; mensajes que no encuentran receptor, ruidosos o mal entendidos. En el fondo, estos fallos programados aluden al gesto de comunicarse. «Desde el movimiento de los músculos faciales más sutil hasta los movimientos más poderosos de las masas de cuerpos llamados revoluciones», el filósofo Vilém Flusser entiende los gestos como expresiones de intención que hay que leer e interpretar para poder entender.
Con ironía, Bibby y de Luca especulan sobre la intencionalidad de las propias piezas. Son ellas las que nos observan y no nosotros a ellas. «Quizá se vayan a mover tan pronto como apartemos la vista, burlándose de nuestra presencia», comentan. Sea así o no, la manera de «interpretarlas» es en relación con todo lo demás, sin esperar descubrir un significado concreto. La intuición, en este caso, es el único método posible. El momento de epifanía en la obra de Beatriz Olabarrieta sucede en el propio acto de leer y relacionar. Las conclusiones y lo que se suele entender como «la verdad» no importan.
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