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Vicent Andrès Estellés fue redactor jefe del diario valenciano 'Las Provincias'. E. C.
Lecturas

La palabra transformadora de Vicent Andrès Estellés

Golpe a golpe ·

Visor publica la edición del propio autor de su 'Antología', con selección de textos de Jaume Pérez Montaner y Vicent Salvador, en versión valenciano-castellano

Carlos Aganzo

Sábado, 21 de diciembre 2024, 00:00

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Sin duda es uno de los altos. Hay, incluso, quien afirma que Vicent Andrès Estellés puede considerarse como «el poeta más grande que ha dado el país valenciano desde el siglo XV, desde la época de Ausias March». Una altura que quiere dejar patente la nueva publicación de la edición del propio autor de su 'Antología', con selección de textos de Jaume Pérez Montaner y Vicent Salvador, en versión valenciano-castellano, por parte de Visor. Una reedición necesaria.

En el año 1971, el 'Llivre de Meravelles' de Vicent Andrès Estellés se convirtió en una pequeña revolución editorial en Valencia. Entonces, el poeta trabajaba todavía como redactor jefe de 'Las Provincias', y alrededor de esos años iría publicando los que la crítica considera sus libros más relevantes: 'La clau que obri tots els panys', aparecido ese mismo año, y en el que se incluye 'Coral romput', su obra más conocida y reeditada hasta la fecha; 'Lletres de canvi', 'Primera audició' o 'L'inventari clement'. Además del primer volumen de su poesía completa, reunido bajo el título de 'Recomane tenebres'. Una obra que se interpretó no sólo como el retrato de la resistencia desde los días de la posguerra hasta los de la pretransición, sino también como el anuncio de ese futuro inminente de la democracia que no tardaría mucho en suceder. «Una amable, una triste, una pequeña patria, entre dos luces, de comercios antiguos, de parejas lentísimas, de niños en la plazuela, de nobles campanadas y grandes camas de canónigo, de una cierta amarillez de pianos usados», escribe entonces Estellés, refiriéndose a Valencia, en 'Coral romput'.

Antes, en los años cincuenta y sesenta, Estellés se había estrenado como poeta con 'Ciutat a cau d'orella' (1953), al que seguirían otros títulos como 'La nit' (1956), 'Donzell amarg' (1958), y 'L'amant de tota la vida' (1966). A partir de los setenta se convirtió en un autor conocido y celebrado, con nuevas obras como 'Les pedres de l'àmfora' (1974), 'Manual de conformitats' (1977), 'Balanç de Mar' (1978), 'Cant temporal' (1980), 'Les homílies d'Organyà' (1981), 'Versos para Jackeley' (1983), 'Vaixell de vidre' (1984), 'La lluna de colors' (1986) o 'Sonata d'Isabel' (1990). Poemarios que coronaron toda una vida dedicada al periodismo y a la literatura, con una obra tan diversa como extensa, desde novelas a obras de teatro, memorias o guiones de cine. Nacido en Burjasot, en 1924, en el seno de una humilde familia de panaderos, había estudiado Periodismo en Madrid, y publicado sus primeros poemas (en castellano, traducidos del valenciano) en la revista Garcilaso. En su periódico, 'Las Provincias', hizo también de todo: reportajes, crónicas de sociedad, críticas de libros y de cine, gacetillas… hasta que en 1978 le nombraron redactor jefe, coincidiendo con la concesión del Premio de Honor de las Letras Catalanas.

En esta 'Antología', como espejo de la mejor parte de su obra, el amor y la muerte, o también el sexo y la muerte, presiden una visión del mundo donde el poeta, con ojos escrutadores de periodista, o el periodista, con mirada trascendente de poeta, habla desde la verdad descarnada del yo, reflejando poéticamente un mundo cuyas imágenes cotidianas cobran de inmediato consistencia de categoría. Una «concepción totalizadora» de la poesía, según sus compiladores, que en cierta manera estructura una «visión caótica de su mundo». Una amalgama donde visiones, memorias y palabras se confunden para crear un ambiente muchas veces irrespirable. Un mundo connotado, fantasmagórico, casi esperpéntico (tal como suele ser tantas veces desde nuestro Siglo de Oro) que obra el milagro, paradójicamente, de enfocar, de terminar aclarando, o por lo menos enfocando, la realidad. Pérdidas personales, memorias o reflejos de la muerte, incluso la propia intuición de la muerte en el momento más inesperado de una escena en apariencia convencional. «Todas las muertes son tristes, Por otra parte, está la imparable belleza de la muerte», escribió. Tanatos y, a su lado, también de manera permanente, Eros, el amor, o su hermano de leche, el sexo. Unas veces en la altura de lo inconmensurable. Otras, en las bajuras más negras del lenguaje. Siempre con idéntica pasión.

Sus poemarios coronaron toda una vida dedicada al periodismo y a la literatura, y una obra diversa y extensa

Un profundo humanismo

El mirar y el decir de Andrès Estellés penetran en la realidad y la reconfiguran. En él, lo excelso y lo rastrero conviven con completa naturalidad. El yo profundo y la proyección colectiva parecen una misma cosa. Y lo culto y lo popular se funden en sincronía. Las «maravillas» de la vida cotidiana, trascendidas en visiones universales a partir del profundo humanismo del poeta. Una voz personal, incalculable, que además puede leerse como retrato personal y, a la vez colectivo, de un mundo y de una época. Y, sobre todo, la conciencia del poder de la palabra para transformar toda realidad. «Me moriré escribiendo los mejores versos / del idioma catalán en el siglo / XX, con perdón de Rosselló y Salvat, / con el permiso de Pere Quart y Espríu», dejó escrito. No sé decir si tanto, pero en cualquier caso su palabra ya ha quedado para siempre indeleble en la historia de nuestra literatura.

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