'Napoleón cruzando los Alpes' de Jacques Louis David.

El origen de la guerra de 1808

El emperador usó a Godoy para conseguir sus objetivos, que eran sustituir a los Borbones por los Bonaparte

Viernes, 23 de abril 2021, 22:03

El 20 de abril de 1808, Napoleón da comienzo a una estancia en Bayona que se prolongará hasta el 27 de julio. Son cuatro meses ... en que el palacio de Marracq se convierte en centro de operaciones para su política en España. El 20 de abril llega Fernando VII, a quien el emperador desde el primer momento niega la condición de rey. El 25 es el turno de Godoy y su sonrisa al salir del encuentro con Napoleón confirma quién ganará la partida. El 30 de abril lo hacen Carlos IV y María Luisa, recibidos como verdaderos reyes.

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Entre tanto, mantiene una correspondencia intensa con Murat, su lugarteniente en Madrid, a quien da el 26 de abril las instrucciones de represión a ultranza de «la canalla», puestas en práctica el 2 de mayo. El día 5, Napoleón recibe noticias de la masacre y organiza la ceremonia de las abdicaciones, puerta abierta a José Bonaparte. El 21 de julio, Napoleón y Josefina abandonan Bayona para una gira que se vio acortada por la llegada de las noticias desfavorables de España.

En el destierro de Santa Elena, el exemperador reconoció que en su discusión con el representante fernandino, Juan Escóiquiz, el 21 de abril, el canónigo tenía razón, a pesar de la molestia que le ocasionaban unos razonamientos a los que él respondía con tirones de oreja. Se trataba de elegir entre apoyar a Fernando, que en cualquier caso no tenía alternativa a mostrarse sumiso a toda decisión imperial, o hacerlo a los viejos monarcas y a Godoy, negados e impopulares, para además culminar la jugada con un cambio de dinastía en beneficio propio. Escóiquiz advertía que Fernando no iba a aceptar el trono de Etruria en compensación y que todo llevaría a una sublevación general del pueblo, mucho más peligrosa para el imperio que la tutela sobre el rey-títere Fernando.

La seguridad de Napoleón tenía detrás siete años de control creciente de la política española. Prevalecían las razones del imperialismo francés, el objetivo de «integrar a España» plenamente en su sistema, y la personal, inspirada por los usos del clanismo político corso, de aniquilar a la familia rival, en este caso los Borbones, sustituyéndola por los miembros de su dinastía, los Bonaparte.

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La clave de su confianza era la suposición, frente a Escóiquiz, de que no habría resistencia o de que esta, reducida a «la canalla», sería pronto aplastada. Infravaloraba la reacción xenófoba antifrancesa. «Apenas hubo español -escribía el afrancesado Llorente- que dejara de formar pronóstico de una conducta en que se veían operaciones hostiles, contrarias al nombre de alianza». A quienes sostienen que no hubo invasión francesa, Napoleón les aclara aún más las ideas, la ocupación se inscribía en una «guerra contra España». Ganada. «La población tiembla… Todo nos anuncia que somos los amos», escribía Murat a Napoleón en Bayona, el 4 de mayo.

En las conversaciones del Memorial de Santa Elena, Napoleón reconoce su error y atribuye su fracaso a «esa desgraciada guerra» pero sin dejar la idea de que su objetivo era correcto, y beneficioso para España. Solo sobraba «la ofensa», pura cuestión formal -las cien cabezas cortadas por los mamelucos según Murat-, que provocó «que todos corrieran a las armas». Por fin, al caer bajo Fernando VII, los españoles «han triunfado y también fueron por ello cruelmente castigados».

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Hasta entonces, nunca había tropezado con una resistencia colectiva

Un bribón útil

En sus conquistas, nunca Napoleón había tropezado con una resistencia colectiva, y tampoco las había hecho preceder de una ocupación militar que suscitara la oposición de los habitantes. Tampoco le habían resultado tan fáciles las cosas como en la España de Godoy. Un capricho de la reina hizo que siendo Primer Cónsul tuviese lugar el delirante trueque de Toscana/'Etruria', por toda Luisiana, más pagos adicionales que acaban convirtiendo a España en 'reino tributario' por el tratado de Neutralidad, pronto olvidada al entrar en 1804 en una alianza contra Inglaterra, cuya subordinación a la estrategia napoleónica se concreta en la pérdida de la flota española en Trafalgar, anticipo de la del Imperio. A los reyes Godoy les contó que había sido «un muy feliz combate». Por encima de todo, a estas alturas, Godoy estaba harto de lidiar con una España sumida en la crisis de 1803-1805, y en sus farragosas reflexiones apuntaba a «la independencia», esto es, a la obtención de un reino propio, y para eso nada mejor que ponerse al servicio de Napoleón, que el 2 de diciembre se 1804 se convierte en emperador.

El procedimiento era ingenioso. Por encima de todo trato con el Gobierno español, gracias al aval regio, Napoleón lo haría con Godoy mediante un enlace de dos agentes que le comprometería la política española. Sin conocimiento alguno del secretario de Estado, Pedro Cevallos, a cambio de que Napoleón premiara a Godoy con alguna soberanía (mejor, su odiada Portugal). Sus indicaciones eran órdenes, como pudo verse en el oscuro asunto de la eliminación de la princesa de Asturias. El señuelo portugués funcionó siempre hasta que en octubre de 1807 su agente Eugenio Izquierdo, antiguo miembro de la Sociedad Bascongada, firma el tratado de Fontainebleau con el agente de Napoleón, general Ducros. Una promesa incumplida para Godoy, el principado de los Algarbes, a cambio de autorizar la ocupación de España so pretexto de invadir Portugal. Estupidez o traición. Resultado trágico: la guerra de Independencia.

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En 1801, Napoleón había mostrado ya su actitud respecto a Godoy: «Puedo servirme de él, pero solo me inspira desprecio». Seis años después, era «el bribón que me abrirá las puertas de España».

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