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El proclamado amor de Hitler y los suyos era en realidad una pose para avalar así la superioridad moral del pueblo alemánSecciones
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El proclamado amor de Hitler y los suyos era en realidad una pose para avalar así la superioridad moral del pueblo alemánibon zubiaur
Sábado, 15 de agosto 2020, 20:13
El nacionalsocialismo y su práctica criminal siguen generando tal avalancha de publicaciones que resulta difícil cribarlas. Pero lo cierto es que siempre hay lugar para aportaciones originales. Es el caso de un reportaje bien documentado aparecido este año en Alemania, que se centra en la ambivalente relación del nazismo con los animales (Jan Mohnhaupt, 'Tiere im Nationalsozialismus', Hanser, Múnich, 2020). El asunto es tan actual como espinoso, porque la leyenda de una especial sensibilidad animalista sigue formando parte del imaginario alemán. La ley de protección animal de 1933 auspiciada por Hitler se consideró modélica y siguió vigente en la RFA hasta 1972. Pero conviene atender con más cautela a la escala de prioridades nazi, que delataba Hermann Göring al amenazar a los 'viviseccionistas' con el campo de concentración.
El cariño de Hitler por los perros fue un rasgo muy explotado por la propaganda. Tuvo al menos una docena, siempre pastores alemanes, raza criada exprofeso desde el año 1899 para encarnar las virtudes que exaltaba la ideología nacionalista. A comienzos de la década de 1930 había ya más de 400.000 ejemplares, incluyendo los de Hitler, que casi siempre se llamaban 'Wolf' cuando eran machos (el nombre se lo atribuía el propio Führer en la intimidad) y 'Blondi' cuando eran hembras.
La última Blondi, adoptada en 1942, fue su ser más querido, como contaban resignados dos que compitieron en lealtad canina, Speer y Goebbels. Eva Braun, su auténtica rival, se vengaba dando patadas a la perra por debajo de la mesa. Claro que el más celoso era el propio Hitler. El cirujano Ferdinand Sauerbruch contó que una vez Blondi irrumpió ladrándole mientras esperaba al Führer y él pronto logró calmarla. Cuando Hitler se los encontró encariñados montó en cólera y gritó: «¿Qué ha hecho usted con mi perra? Me ha quitado al único ser que me era realmente fiel.» En palabras de Mohnhaupt, esta y otras anécdotas dejan clara la «verdadera relación de Hitler con los perros -están ahí para obedecerle y transmitirle la sensación de que le están enteramente entregados.»
A diferencia de los perros, los gatos tuvieron muy mala fama en el movimiento: el bardo nazi Will Vesper los consideraba «los judíos entre los animales». Hubo quien los defendió por razones higiénicas (como cazadores de ratones), pero su talante altivo y huraño no casaba con el ideal de sumisión al amo.
Göring, que iba un poco por libre, fue el único en mostrar predilección por los felinos, sólo que con sus aires de emperador romano ponía el listón alto y criaba leones. Tuvo hasta siete, a los que daba el biberón y se llevaba de caza, actividad que cultivó casi obsesivamente y sin escrúpulo (Hitler, en cambio, la despreciaba: veía en ella un «deporte cobarde» en el que «cualquiera con una barriga puede abatir con seguridad al animal desde la distancia»). Göring sólo dejó de criar leoncitos cuando su hija Edda aprendió a andar: una cosa era epatar a los visitantes y otra exponer a su propia progenie.
Walther Darré, ministro de Agricultura y responsable de la consigna de «sangre y suelo» (que pronunciaba con acento argentino: nació y creció en Buenos Aires), veía a su vez en el cerdo al animal que ilustraría la superioridad de las razas nórdicas sobre las semíticas. «Mientras el cerdo doméstico nos dice claramente de los pueblos nórdicos que tuvieron que ser colonos, los semitas, al rechazar todo lo que tenga que ver con el cerdo, demuestran con la misma claridad su nomadismo». Todo ello ha sido desmentido por la Antropología, pero pasó a formar parte de la mitología nazi en tiempos en los que millones de familias convivían con un cerdo para garantizarse proteínas.
El estudio de Mohnhaupt extiende su mirada hasta los insectos. Todos los niños en edad escolar fueron movilizados por el Gobierno nazi para cultivar gusanos de seda y combatir la plaga de escarabajos de la patata. El balance práctico de estas campañas fue modesto, pero su función principal parece haber sido la ideológica: inculcar el rechazo a los «parásitos» y la conciencia de superioridad racial. También se alude al piojo, que si bien no suele figurar en los libros de Historia militar, resulta omnipresente en las cartas de los soldados de a pie.
El capítulo más emotivo quizá sea el dedicado a los caballos. Hitler los estimaba como motivo artístico (se hizo esculpir dos gigantescos para el jardín de la Cancillería), pero los evitaba en la vida real (fue siempre un fanático del coche). Pese a la exaltación de la técnica en la Wehrmacht, fueron imprescindibles en el esfuerzo bélico: en palabras del historiador Reinhart Koselleck, la Segunda Guerra Mundial «no podía ganarse con caballos, pero menos aún sin caballos».
En el frente oriental pronto se revelaron como los únicos capaces de sobreponerse un tanto al invierno ruso, aunque a costa de redoblar el esfuerzo logístico para alimentarlos, reponer herraduras, y curarlos de enfermedades (el cuerpo de veterinarios y herreros alcanzó más de 120.000 miembros). La vida media de los caballos alemanes en el frente superó con mucho la de los vehículos motorizados (cuatro años frente a uno); aun así, sus bajas ascendieron a 1,8 millones, la mayoría en combate, otros sacrificados, como los 30.000 que fueron ametrallados en los acantilados de Sebastopol antes de evacuarse la ciudad en mayo de 1944.
En el fondo, el cacareado amor por los animales de los nazis era sólo admiración por los depredadores y una pose en que encarnar la premisa de la superioridad moral del pueblo alemán. Heinrich Himmler lo expuso de forma descarnada en su discurso secreto de Posen: «Que durante la construcción de un foso antitanques se desplomen o no de extenuación 10.000 mujeres rusas me interesa sólo en la medida en que quede listo el foso para Alemania. Nunca seremos brutales e insensibles sin necesidad: eso está claro. Nosotros los alemanes, los únicos del mundo que tenemos una actitud decente hacia el animal, adoptaremos también una actitud decente hacia esos animales humanos.»
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