
Margarita Leoz y la muerte del padre
Novela realista ·
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Novela realista ·
Excelente homenaje, crudo y carente de idealización, a la generación de la posguerraNo hay una época en la que las veteranas generaciones no se hayan lamentado de la falta de respeto de los jóvenes hacia sus padres. ... En ese viejo tópico ya incurrió en el siglo I a. C. el filósofo Marco Tulio Cicerón. Y, pese a que hoy sigue estando vigente dicho tópico, lo cierto es que la actual narrativa en lengua castellana parece volcada en la tarea de desmentirlo. Si bien desde algunos altavoces ideológicos y mediáticos se alienta la cultura del reproche y del rencor en una juventud a la que se le dice que «vivirá peor que sus padres», cada vez son más los autores que, en sus novelas, vuelven los ojos a esa generación paterna y homenajean el esfuerzo heroico que hizo esta por prosperar económicamente tras la Guerra Civil aún careciendo de sus libertades, su clima de protección, su acceso a la universidad y sus oportunidades. Al caso de Elvira Lindo con 'A corazón abierto' (2020) se suman el de Jesús Carrasco con 'Llévame a casa' (2021), el de Agustín Fernández Mallo con 'Madre de corazón atómico' (2024) o el del argentino Jorge Fernández Díaz con 'El secreto de Marcial' (2025), una obra ubicada en la comunidad asturiana de Buenos Aires.
En este contexto puede situarse 'Lo que permanece', una magnífica novela de carácter absolutamente autobiográfico en la que Margarita Leoz (Pamplona, 1980) relata la profunda relación de afecto que le unió con su padre, fallecido en 2016 de un repentino infarto. Pese a la marcada vertiente emocional que posee el texto, en este rige la sabia contención y el dominio del estilo que han caracterizado a sus anteriores entregas narrativas, entre las que cabe citar los extraordinarios relatos de 'Flores fuera de estación' (2019) y su lograda novela 'Punta Albatros' (2022). Leoz sabe dosificar con eficacia los ingredientes intimistas junto a los resortes técnicos que atrapan la atención del lector. De este modo, la implicación personal que conlleva el tema del duelo por la pérdida de la figura paterna no impide un desarrollo literario basado en la recurrente sensación de perplejidad.
Partimos del hecho de que el gran detonante del libro, esa inesperada muerte del progenitor, se produce en la capital navarra un 7 de julio, fecha crucial en la festividad de San Fermín, lo que sitúa al argumento en una continuada sucesión de contrastes donde el aspecto dramático no excluye el factor inevitablemente estrafalario. Como sucede tantas veces en nuestras vidas, la realidad parece conjurarse para banalizar las experiencias trágicas. Margarita Leoz hace un sutil acuse de recibo de esa conjura irrespetuosa de la realidad contra nuestro dolor. Y, así, la jefa del marido de la protagonista y narradora «llega en moto y se va directa del tanatorio a la concentración de repulsa por una violación colectiva» o un excompañero del difunto «llega muy tarde 'in extremis', directamente de los toros» porque «la corrida del 7 de julio no se perdona». Así también, recibe las desconcertantes condolencias de una prima -«¡Qué susto, maja!»- o las de quien hace una extraña mezcla: «Mi más sincero pésame; ah, y enhorabuena por los mellizos».
Margarita Leoz sabe plasmar con agudeza, temple realista y mirada sutil el pulso de la vida cotidiana, esa irrupción en los momentos dolorosos y serios del elemento chusco sin que deje de pesar de manera gravitatoria el desaliento, la crudeza de las rutinas domésticas, los desvelos de una maternidad nada idílica, el agotamiento de una mujer lactante que roba horas al sueño con la atención a unos recién nacidos y a una hija de dos años, o la tragedia que sacude esa ajetreada vida familiar.
Otro de los hallazgos de la novela reside en cómo la narradora va describiendo, con un estilo de frase corta y casi taquigráfica, las idas y venidas a la casa de su niñez a lo largo del tiempo, las mutaciones que hacen que la que fue su habitación sea tomada por sus hijos. Como su título indica, 'Lo que permanece' no es solo una obra realista, sino un homenaje a todo lo sólido que, pese a los cambios, nos regala la existencia empezando por ese padre en el que se centra la novela y que pertenece a la generación de la posguerra, sobria, austera, volcada en el trabajo y en la protección de los suyos. Un padre al que estas páginas no idealizan sino al que presentan con sus defectos, con una personalidad autoritaria ante la que su esposa «se ovilló», como muchas mujeres de su generación. Un padre al que la narradora aprendió pronto a perdonar su machismo o sus bromas repetitivas porque a cambio le dio seguridad, amor y confianza en sí misma.
María Bengoa
Para los adictos a Elizabeth Strout (ya somos legión), los personajes que suspiran su dolor en cada nuevo libro de esta autora son viejos conocidos, muchos protagonizaron títulos anteriores: Olive Kiteridge, Lucy Barton, los hermanos Burgess. En esta novela la gruñona Olive vive con más de noventa años en una residencia asistida de ancianos, pero aún es capaz de sacar la lengua a alguien cuando pasa a su lado. La solitaria y noble Lucy, esa escritora que comprende al protagonista como jamás lo haría ninguna de sus esposas, sabe escuchar. Ambas se cuentan historias la una a la otra, como quien juega con las vidas ajenas. Por supuesto, tienen sus propias cuitas. En teoría, el personaje principal es Bob Burgess, el pequeño de los hermanos abogados. Atiende una trama de asesinato con las florituras legales y de investigación propias, trama que apuntala a su vez el andamiaje narrativo. Pero el fuerte, como siempre tratándose de esta escritora, es el perfilado psicológico de sus criaturas. Su mirada atesora los dones de las mejores influencias para diseccionar lo íntimo. Todo sucede en el imaginario Crosby, un pueblo de Maine. El estilo fragmentario de Strout surfea con ligereza entre una bulliciosa multitud y coquetea con el chisme para enlazar con extraña elegancia vidas de personajes distantes como una limpiadora, una pastora, una ex mujer, un artista, un abogado… Y reflexionar sobre las relaciones de pareja y amistad, la culpa, lo que supone envejecer y el deseo de amor.
Iñaki Ezkerra
Laura Chivite (Pamplona, 1995), publicó en 2022 un libro de cuentos, 'Gente que ríe', con el que ganó el Premio Ojo Crítico de Narrativa. Tres años después, nos presenta 'El ataque de las cabras', una primera novela en la que lo primero que se advierte es una innegable soltura del estilo y una curiosa habilidad para mezclar elementos realistas rayanos en el costumbrismo con otros de carácter fantástico y muchas veces alegórico. De hecho, las insolentes cabras a las que se refiere el título comparecen como una metáfora naïf y lúdica de la rebeldía, cargada de un didactismo fabulador en un texto que tiene un marcado sesgo de novela de formación.
Su narradora en primera persona no tarda en explicar al lector que la primera cabra que apareció en su vida se llamaba Juana y nació de labios de su tía Lidia, una mujer divorciada con la que convivió dos años en esa época de la vida que se halla entre la adolescencia y la primera juventud. En realidad, esa pariente estrafalaria y adulta es la verdadera protagonista del libro porque todo éste gira en torno a ella y a la benéfica influencia que tuvo en su sobrina. El reencuentro, años después, de las dos mujeres en una cafetería desata los recuerdos de la chica, que se alternan con sus vivencias en su paso por Granada y en su llegada a Madrid, donde las licencias de la autoficción se suman a las del humor más desenfadado. Licencias como la que se permite la tía Lidia cuando sueña con un Apocalipsis cabrío que no deje títere con cabeza.
Julio Arrieta
Si hay algo que se puede decir de la literatura política del fascismo español representado por FET y de las JONS durante la primera etapa de la dictadura franquista, es que era muy claro a la hora de inocular su mensaje. Los mismos conceptos se repitieron una y otra vez a través de textos políticos, teóricos, propagandísticos y periodísticos, para sostener y afianzar su ideario regenaracionista. Como elemento fundamental para recuperar la gran España perdida, el falangismo recurrió a la reivindicación constante de la virilidad como uno de sus valores primordiales. Había dos formas de Estado: «Una era el Estado clásico, viril, con serenidad y arquitectura de Partenón, jeraquía articulada donde la autoridad encuentra siempre un mecanismo lubrificado y ágil para actuar». La otra era «el Estado romántico, pasional, afeminado, zigzagueante e histérico». España venía de ser lo primero para decaer en lo segundo durante la República, a lo que había que poner remedio de manera urgente. El texto citado, de una publicación falangista de 1939, es el primero de los ejemplos numerosos que la historiadora Zira Box despliega en este ensayo, un estudio del fascismo español desde un enfoque novedoso, «cuyo interés principal -escribe la autora- ha sido explorar el alcance que tuvo el temor a que la España viril se desviase al dejarse tentar por la deformadora vía del afeminamiento». Un proyecto, el de los falangistas de posguerra, que acabó siendo «de vida corta y de rápida disolución».
J. Ernesto Ayala-Dip
En medio de la discusión sobre la autoficción, la autobiografía y todo lo que rodea a esta interesante cuestión, tenemos ahora la nueva novela de la escritora belga de habla francesa Amélie Nothomb, 'El libro de las hermanas'. Nothomb tiene un extraño hábito que consiste tener cada año escrita una novela que a la postre edita en el mes de agosto. Con puntualidad. También confiesa que ahora mismo tiene ya listas cinco, no sea que este año no tenga ninguna a punto y se vea obligada a recurrir a «la nevera», siguiendo la manera de decir en los medios periodísticos cuando tienen un artículo sin publicar. La literatura de la escritora belga trae a la palestra la discusión: ¿son sus novelas autoficción o sencillamente son textos autobiográficos? Tomemos un ejemplo: su novela 'Estupor y temblores' (Gran Premio de la Academia francesa en 1999), ¿es autobiografía o autoficción? Amélie Nothomb nació en Japón y vivió en ese país durante muchos años, donde tambien trabajó (habla japonés). La novela citada relata su experiencia como empleada en una empresa japonesa. La casi enfermiza exigencia de que los empleados aspiren siempre a la perfección hace que vivan en un infierno cotidiano. Cuando yo me hago esta pregunta respecto a Nothomb no tengo más que ver la portada de sus libros. Siempre hay una foto suya, cosa casi inexistente en las de otros autores.
'El libro de las hermanas' es a su manera, una fábula. Incluso, si se quiere, una fábula fantástica. La novela relata la historia de un matrimonio que se casa muy enamorado. Un día, con el tiempo, cuando ya creían que sus vidas transcurrirían como lo hacen la mayoría de los matrimonios, en medio de una confortable monotonía, descubren que no, que lo suyo es algo muy distinto. Lo suyo es amor pleno, se diría que infinito. Un día tienen una niña y esta les sale muy llorona, tanto que la enamoradísima pareja no puede conciliar el sueño. Una noche la madre se levanta y le dice a su hijita de pocos días que no vuelva a llorar nunca más, con tono tirando a amenazador. El mágico resultado es que la niña decide no llorar nunca más. Así transcurre la vida del inquebrantable matrimonio hasta que deciden tener un segundo hijo, que resulta también niña, con el secreto propósito de que su cuidado corra a cargo de la hermana mayor. De esta manera, la pareja no verá en peligro el inmenso amor que la sostiene. Las niñas se cuidan solas sin necesidad de sus padres, tan entregados a no desgastar su felicidad cotidiana.
Es esta novela una radiografía inclemente, entre el humor y la graduada fantasía, de las condiciones emocionales entre las cuales nos movemos los seres normales y terrestres en nuestro planeta en la actualidad. En menos de doscientas páginas, Amélie Nothomb nos regala otra joya de su repertorio narrativo… anual.
Pablo Martínez Zarracina
La primera novela de la poeta y artista visual Rachel Eliza Griffiths nos lleva al año 1957 en un pueblo de Maine llamado Salt Point y comienza con tres adolescentes que se escabullen de sus casas para adentrarse en el bosque. Es el día antes del comienzo de las clases y las amigas se disponen a vivir una última aventura entre la travesura y el autodescubrimiento. Dos de ellas, Ezra y Cinthy Kindred, son hermanas y son negras; la tercera se llama Ruby y es blanca. Mientras que las hermanas Kindred viven en un hogar acogedor con unos padres volcados en su educación, Ruby malvive en un cobertizo con una familia marcada por el alcoholismo del padre. El comienzo de 'Promesa' plantea una premisa sugestiva cuando las hermanas Kindred, que saben que incluso en la escasamente sureña Maine son consideradas por sus vecinos como basura negra, entienden que va a ser imposible que sigan estando cerca de una niña que es objetivamente basura blanca.
La autora, sin embargo, cambia pronto esa propuesta narrativa por algo más directo que tiene que ver con la pura discriminación racial. La acción se centra en la familia Kindred y en los Junkett, la otra familia negra de la zona, trazando una especie de genealogía conjunta de la discriminación. Confluyen en la escritura de Rachel Eliza Griffiths un evidente afán de denuncia con una singular épica y poética de la negritud. Rebosantes de contención y ejemplaridad, los Kindred y los Junkett enseñan a sus hijos a no salirse de algo que llaman «El Camino» y que a los jóvenes les suena a «una especie de autopista interestelar ética para los negros de todo el mundo». Nada de eso impedirá que el odio destroce sus vidas. Es a partir de la mitad del texto cuando se desencadena el 'crescendo' de violencia que acerca el texto a una variante del folletín que borra todo matiz para reforzar el mensaje ideológico. Las fuerzas vivas de Salt Point -especialmente un policía violento y el dueño de la escuela en la que estudian las chicas negras y trabajan sus padres- se conjuran para expulsar a las dos familias del lugar, igualando así su destino al de sus antepasados mientras en el país resuenan los discursos de Martin Luther King. Para remarcar el carácter hereditario de su destino, la autora intercala las biografías de los padres y abuelos de los protagonistas.
El resultado es una novela descabalada que apuesta por la expresión con resultados desiguales. Mientras que los personajes hablan en todo momento con una sentenciosidad extrañísima, hay momentos de elevación poética que tienen que ver con la celebración del orgullo y el amor de los perseguidos -las últimas páginas de la novela son el mejor ejemplo- que sí funcionan de un modo intenso y original.
Iñigo Linaje
Nunca me han interesado las listas de los mejores libros del año, pero siempre me han fascinado los libros raros. Por esa razón me hice con un ejemplar de 'La última frase', el breve ensayo de Camila Cañeque que alcanza ya su segunda edición. Sabía que la autora había fallecido súbitamente el 14 de febrero de 2024. Sabía que había estudiado Filosofía en la Sorbona y que era una artista que hizo de la contemplación del mundo y de la pereza sus señas de identidad. Sabía que era una mujer joven y que no se fue sola del mundo: esperaba un hijo.
Como artista visual, Cañeque exploró el vacío y el silencio en performances y fotografías, y expuso sus trabajos en museos de Barcelona y Nueva York. Ese vacío es el que traslada a su escritura y da forma a su primer y único libro. Obsesionada desde la infancia por el final de las novelas, la obra recoge 452 finales de otros tantos títulos y los intercala entre su propio discurso. A medio camino entre el ensayo metaliterario y el breve apunte autobiográfico, el libro es un intento de indagar en las postrimerías del lenguaje y de la vida, y (a ratos) parece más un tratado de semiótica que una obra literaria. Experimental y fragmentario, sus hallazgos se encuentran en los hermosos pasajes memorísticos donde la autora expone sus recuerdos personales. Si Cañeque hubiese explorado más esa vía, hubiese alumbrado una obra original e imperecedera: uno de los supuestos libros del año que, desde luego, no es.
Jon Kortazar
No hay ninguna duda, pero ninguna, que Sharon Olds es una de las más grandes poetas de nuestro tiempo. Nacida en San Francisco en 1942, su obra se conoció aquí gracias a la editorial Bartleby. Ahora Visor, como hizo con Glück, retoma el objetivo de publicar su obra. Tras 'El salto del ciervo', que antes apareció en Lumen en una excelente traducción de Joan Margarit y Eduard Lezcano Margarit, Visor nos trae el regalo de la publicación de 'El padre', un doloroso testimonio de la relación de la poeta con su progenitor en el momento de su enfermedad y muerte. Toda la obra de Sharon Olds se basa en experiencias personales, que evoca con una expresión a la vez dura y subyugante. Si en 'El salto del ciervo' su obra contenía el dolor de una infidelidad de su marido y la ruptura del matrimonio, 'El padre' relata su vida compartida con él en su última enfermedad. Agonía, muerte, desolación y ternura son los pilares de este poemario.
En un instructivo prólogo, la traductora define la poesía de Sharon Olds como una expresión de la complejidad del mundo, un laberinto de sentimientos: el padre fue alcohólico y la hija nació de una mujer a la que él no amaba. Y aun así, o quizás por ello mismo, Sharon Olds desnuda sus sensaciones frente a los lectores sin dejarse nada en el tintero, produciendo fascinación ante una situación dolorosa que la escritora describe con una pizca de objetividad, mientras que en el texto anida y se mueve un mundo de emociones profundas.
Elena Sierra
Hablar de una muerte es hablar de la vida, de muchas vidas. Y eso queda muy claro en este libro autobiográfico de la escritora argentina Marina Mariasch, que parte del terrible momento en que ella -y su padre y su hermana- han de realizar los primeros trámites para certificar la muerte de su madre. No murió de vieja, ni en accidente, ni de enfermedad, pero la suya, como recuerda la escritora por medio de una cita de Marx, fue una muerte natural: la del suicidio, que «no es una muerte antinatural en lo más mínimo». Pasa todos los días. No pasa, se hace, cada día. El problema de la desaparición del ser querido, que se agudiza con este tipo de muerte, es que comienzan mil preguntas sobre lo que se hizo y no, lo que se vio y no, lo que se pudo -¿se pudo?- evitar.
Y así Mariasch va contando la vida de su madre y la de todas las personas alrededor; habla de la suya propia, de los llamados éxitos y de los considerados fracasos, del amor y el desamor, las mudanzas y los trabajos, la amistad, los hijos, y de cómo cada cual hace frente a la muerte, al duelo, que no es tan ordenadito como nos lo describen. A veces, tras la aceptación vuelve la rabia, o vuelve la negación. Interesante cuando habla de los hombres, de ese «diálogo labrado en piedra desde el principio de los tiempos» que indica sus límites: es como si performaran un «esto es lo que yo puedo» -es silencio, es rutina, es distancia- mientras la hija, amante o amiga llora hasta quedar seca.
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