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Iñaki Arteta
Sábado, 11 de enero 2025, 00:02
Las fotografías de Carmen Alemán son una locura. La primera impresión al ver sus trabajos fotográficos más notables es de desconcierto. Elijan: turbación, perplejidad u ofuscación, siguiendo la línea conceptual de la RAE. Un incierto anacronismo rodea personas, personajes y paisajes. ¿Es posible que existan ... lugares a menos de 1.000 kms (en nuestra península, pongamos Galicia, Portugal) donde se celebren fiestas de ese tipo? ¿Y esa gente evocando al solsticio de invierno, a las calendas o a las primeras lunas? La realidad que recogen algunos de sus elaborados trabajos supera la escenificación más creativa.
Carmen, Carmenchu para casi todo el mundo, va a muchos sitios pero solo en los que ocasionalmente pasa «algo». Y va mucho. Pero no un par de tardes o mañanas, sino años. Sin ir más lejos, el pasado día de Navidad estuvo en uno de esos lugares a los que, probablemente, los demás no iremos nunca y menos en una fecha como esa, para invisibilizarse una vez más entre los participantes en esas recreaciones improbables de ignotas tradiciones vinculadas al sol o al demonio o a cualquier otra cuestión oscura del ser humano para dejarnos testimonio de que algo así sigue ocurriendo mientras los demás disfrutamos del menú navideño.
Desde que con 18 años sacrificó un verano dando clases particulares para comprar su primera cámara réflex no dejó de buscar qué contar con ese aparato hasta que experimentó su epifanía vital y artística en París ante la obra de Cristina García Rodero. Ella, que hizo Derecho y hasta trabajó en empresas convencionales, lo dejó todo para aprender con los grandes fotógrafos de nuestro país. Ya es atrevido sumarse a la estela del inmenso trabajo de Cristina García Rodero, pero más hacerse con un espacio diferente. Y es que el misterio de ser diferente aun eligiendo el mismo tema, incluso yendo a los mismos lugares, reside en el punto de vista del autor. Y ese ojo singular de Carmenchu es el que nos introduce de manera natural en la excentricidad de lo tradicional, en la extrañeza de lo escondido, y ¡ay! de lo que, inevitablemente en fase de existencia residual, se resiste a desaparecer en algunos pequeños lugares.
Tras veinte años y muchísimos kilómetros, su colección de trabajos 'Invierno profano', 'Ritos de realidad', 'Hispania sacra' y 'Santa katharsis' son ya arqueología de nuestra hispanidad, de lo que ni siquiera sabemos si hemos sido o fuimos alguna vez o qué. El mundo es grande pero inevitablemente se achica el espacio para las más genuinas tradiciones.
Esto en lo que se recrea Carmenchu son las estalactitas de lo profundamente humano, del respeto a la fuerza natural, a los ciclos de la vida, a la muerte, la persistente presencia de los miedos en nuestra existencia, todo eso que llevamos en la parte más primitiva de nuestro viejo cerebro junto a la tentación a la locura.
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