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La autora castellonense Rosario Raro, fotografiada en Bilbao. BORJA AGUDO

«La literatura debe rescatar historias»

La escritora Rosario Raro recupera en ‘La huella de una carta’ dos viejos temas, los une y termina pareciendo «un ‘thriller’ farmacéutico con sus ramificaciones políticas»

ELENA SIERRA

Sábado, 28 de octubre 2017

No hace falta que inventemos demasiado, los mejores argumentos nos los proporciona la realidad. Solo hay que estar atento a las noticias», dice la escritora Rosario Raro. Y no lo dice por decir, solo hay que leerse su última novela, ‘La huella de una carta’ (Planeta), para darse cuenta de que cree tan firmemente en ello que lo pone en práctica. La historia recupera dos viejos temas, los une y termina pareciendo «un ‘thriller’ farmacéutico con sus ramificaciones políticas», describe la autora, pero todo lo que cuenta está basado en hechos reales. «A la literatura se le exige que sea verosímil, pero a la realidad, no. Hoy leemos cualquier barbaridad que ayer parecía imposible, y sin embargo ha sucedido».

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Así que cuando se leen las andanzas del personaje Varick Kessler, el radiólogo nacido en Madrid que, por su ascendencia alemana, trabaja en Hamburgo y destapa el daño que ocasiona un medicamento en los fetos –nacen con focomelia, es decir, con los miembros parecidos a aletas de foca, sin haberse formado del todo–, se está leyendo algo que en realidad ocurrió. Kessler está inspirado en el doctor Claus Knapp, «un madrileño, de Chamberí, que había estudiado Medicina en Valladolid, que se fue a trabajar a una clínica en Hamburgo y allí, en el servicio de Radiología, empezó a ver niños a los que les pasaba esto en los años sesenta». Knapp se dirigió, con pruebas, al laboratorio fabricante de un medicamento para las náuseas de las embarazadas. Y el fabricante se negó a retirar el medicamento del mercado «pese a los daños terribles que causaba. La historia es demasiado real, me gustaría que fuera un ‘thriller’ farmacéutico, pero no».

Raro está hablando, claro, de los afectados por la talidomida, que no hace tanto vieron cómo se les negaba judicialmente en España el reconocimiento del daño causado por la industria y las indemnizaciones correspondientes. «Ahora el caso está en Estrasburgo. En Alemania y en Gran Bretaña, gracias a un periodista muy combativo, Harold Evans, se consiguió que se les reconociera e indemnizara. Aquí no», explica la escritora, que cree que unas de las tareas de la literatura es «poner el foco» en este tipo de historias, «rescatarlas» y señalar aquello que «no se olvidó, sino que intencionadamente se silenció por parte del franquismo en una época en que ciertas situaciones no casaban con unos intereses económicos que hacían quedar en último plano lo moral».

La protagonista redacta respuestas a las cartas que llegan al consultorio de Elena Francis

Para Raro, si algo define a la sociedad franquista –aunque el caso de la talidomida, del que se habló en los años ochenta, volvió a ser silenciado hasta hace poco– «es la hipocresía, esa es la marca social de la época». En la novela utiliza la imagen de la vitrina: hay algunas cosas a la vista, pero en general todo está oculto, en «trastiendas infames y oscuras cavernas. No se llevaban dobles vidas, sino cuádruples». Y es lo que la protagonista de la historia, Nuria, va a descubrir gracias a su trabajo. Es redactora de respuestas a las cartas que llegan al consultorio de Elena Francis que no salen en antena. «En los años de mayor éxito del programa podían llegar 15.000 cartas al mes, de las que solo algunas pasaban la censura y el resto se entregaba a mujeres que trabajaban en negro, en sus casas, respondiéndolas».

Historia real

Esto también fue real. El laboratorio cosmético que tenía en el consultorio «su mejor campaña de marketing y que mezclaba la cosmética con el asesoramiento en unos años en los que la gente era fácilmente manipulable porque no tenía los conocimientos de ahora», explica Raro, pagaba a un montón de señoras por trabajar en sus casas para dar respuesta a esas cartas. «Y las había muy inocuas, pero otras muchas hablaban de homosexualidad, aborto, suicidio, malos tratos, abuso de menores. Todo eso, toda esa España, no existía. Les decían que no las publicaran porque lo que no se publica no existe».

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El personaje de Nuria se entera por algunos de esos escritos de que están naciendo niños con deformaciones y que están siendo abandonados. «Un hijo sin manos, en una época de falta de derechos civiles, no era mano de obra». Sin embargo, en la asociación de afectados con la que Raro ha estado muy en contacto mientras escribía la novela –y a la que donará, dice, una parte de las ventas– ha conocido «a personas con los oficios más diversos. Por ejemplo, un aparejador que no tiene manos. Te hacen sentirte minúscula, porque lo tuyo no tiene mérito, es de lo más natural. Son los héroes vivos de la novela».

Para documentarse, además de hablar con los afectados y de leer artículos y ensayos sobre el doctor Knapp y el consultorio de Elena Francis, la autora ha estudiado cientos de cartas enviadas a la radio en los años sesenta. Ahora están guardadas en el Archivo del Bajo Llobregat, en Sant Feliu, cuenta, y la historia de cómo llegaron allí –de cómo se han conservado– tiene también su punto literario. «Los técnicos y operarios del Ayuntamiento se las encontraron en una masía que había pasado a ser del consistorio a la muerte de los propietarios. La idea era vaciarla y utilizarla como equipamiento público. Y cuando entraron, había cajas llenas de cartas, del suelo al techo», narra.

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«Abrieron algunas, las leyeron y uno de los técnicos dijo que aquello había que conservarlo porque era la memoria de una época. Es verdad: es la intrahistoria del franquismo contada por pelos y señales. Pelos, por la cosmética. Señales, por la violencia de la que se habla en muchas de esas cartas. Es tremendo». En el archivo hay un millón de cartas que cuentan cómo era esa trastienda de una sociedad «sin libertad y sin derechos en la que la mujer era eternamente menor de edad y solo existía en tanto que era madre y esposa».

La situación de las mujeres es, así, otro de los pilares de la novela. «Nuria nos puede parecer alguien convencional en nuestro contexto, pero ella representa a las valientes en uno muy distinto. Sus limitaciones eran imposiciones externas, tenían todos sus movimientos medidos y muchas criaban solas a sus hijos».

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