Enfrascado en la lectura de 'Pravda'. E.C.
100 años de la muerte de Lenin

Lenin, el hombre que quiso plasmar una utopía y no permitió ni un atisbo de democracia

Mañana se cumplen cien años de la muerte del líder inflexible, lector ávido y prolífico escritor: un intelectual que hizo la revolución y que pudo reinar

Sábado, 20 de enero 2024, 00:32

Era un lector incansable y un escritor extraordinariamente prolífico pero se definía a sí mismo como 'revolucionario profesional'. Nadie lo hubiera dicho al verlo salir ... cada mañana de su casa de Zúrich, Londres o París y encaminarse a una biblioteca para leer libros de Historia y Economía y tomar centenares de notas hasta la noche. Vladimir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, gozó de la muy infrecuente oportunidad de llevar a la práctica la doctrina que había elaborado a lo largo de dos décadas a propósito de la conquista del Estado por parte de un partido que se presentaba como la vanguardia de la clase trabajadora. El intelectual que dominaba la oratoria y disfrutaba aplastando a sus rivales en encendidas discusiones políticas fue durante poco más de cuatro años el máximo dirigente de un país en el que quiso hacer real la utopía de la creación del Hombre Nuevo. Ninguno de quienes le vieron devorar libros y escribir a destajo habría podido imaginar tampoco el precio en sangre de la plasmación de ese propósito.

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Lenin a los tres años, con su hermana Olga. E.C.

Los primeros años de su biografía no parecían conducir hacia el Kremlin. Nacido el 22 de abril de 1870 (según el calendario occidental), en Simbirsk, una ciudad al borde del Volga a unos 600 kms al este de Moscú, era el tercer hijo de un inspector escolar miembro de la pequeña nobleza. Su madre tenía ascendencia alemana y sueca y en sus venas había también sangre judía. La familia no poseía una gran fortuna, pero los biógrafos han destacado que se movía en un ambiente cultural notable, en el que se fomentaba el interés por la naturaleza y las artes. Al menos dos de los hermanos fueron a la Universidad, algo poco común en la Rusia de finales del XIX. El primero, Aleksandr, murió ejecutado por encabezar un grupo que pretendía asesinar al zar. El segundo fue Vladimir, y necesitó una recomendación del director de su liceo dada la mancha que había caído sobre su apellido. La carta hablaba de sus magníficas notas y de su intachable comportamiento y la firmaba Fedor Kérenski, padre del político al que treinta años después Uliánov derribó.

El futuro revolucionario terminó los estudios de Derecho en la Universidad de Kazán como alumno libre tras haber sido expulsado por participar en una manifestación. Obtuvo las mejores calificaciones de los 124 alumnos de la promoción y luego trabajó en un bufete, donde no ganó ni un solo caso.

Su actividad en algunos grupos de izquierdas y la preparación de un periódico obrero lo condujeron a la cárcel y más tarde al destierro. Para entonces ya había conocido a Plejánov, el 'padre' de los marxistas rusos, y a Lafargue, el yerno de Marx. Durante su estancia en la aldea de Shushenskoye contrajo matrimonio por la Iglesia (el único posible en Rusia en ese momento) con otra activista llamada Nadia Krupskaia, que fue quien lo sacó de los círculos exclusivamente intelectuales para introducirlo en ambientes obreros. La pareja no tuvo hijos.

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Con su esposa, Nadezhda Kupskaya. E.C.

A partir de 1900, con 30 años cumplidos y viviendo fuera de Rusia, Uliánov se lanzó a fundar un periódico ('Iskra') y una revista ('Zariá') y controlar un partido con el que pretendía hacer caer un régimen autocrático que parecía bien asentado. La necesidad de buscar imprentas que editaran sus publicaciones lo obligó a moverse entre varias ciudades europeas (Múnich, Londres, Ginebra), llevando con él las maletas en las que guardaba los tipos con las letras del alfabeto cirílico. En un congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR, la organización que luego se transformó en el Partido Comunista) celebrado en 1903 se produjo la división entre bolcheviques y mencheviques. Sus críticos descubrieron allí a un duro contrincante, un orador bronco, que prefería pocos seguidores pero fieles y que parecía incapaz de negociar. Para entonces, ya era conocido como Lenin, tras haber utilizado ese seudónimo para firmar un artículo en 'Zariá' en diciembre de 1901.

Años de frustración política

La revolución de 1905 le pilló en Suiza y para cuando pudo viajar a Rusia la represión crecía y apenas estuvo unas semanas antes de regresar. Los siguientes once años fueron de frustración política. Dedicaba su tiempo a la lectura, la escritura, el debate con otros exiliados de izquierdas y unas pocas aficiones. ¿Cuáles? Una, el ajedrez. Los expertos dicen que era un buen jugador. Otra, la literatura. Siempre lo había sido, y más desde que trabó amistad con Máxim Gorki. La tercera, la música, una pasión vinculada a una persona: Inessa Armand. Para algunos biógrafos, su gran amor. Su nombre de soltera era Elisabeth Inés Stéphane de Herbenville y lo cambió al casarse con solo 18 años con Alexandr Armand, heredero de una empresa industrial, con quien tuvo cuatro hijos. Inessa, también militante del POSDR, era inteligente, apasionada, tocaba el piano tan bien que Lenin quedaba arrobado y tenía un gran atractivo.

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Sus aficiones eran el ajedrez, la literatura y la música, vinculada a su pasión por Inessa Armand

Algunas biografías sostienen que Armand tuvo una hija de Lenin. La historiografía oficial soviética no dice una sola palabra. De lo que no hay duda es de que fue la única dirigente del partido a la que Lenin toleró que le llevara la contraria. Fue con su posición favorable al amor libre, plasmada en un panfleto que nunca se difundió porque el líder consideraba que era un concepto pequeñoburgués. Una gran diferencia con lo ocurrido en 1914 con la Redacción de 'Pravda'. Lenin, que vivía entonces en Cracovia, envió a Kámenev a Rusia con la sugerencia de que echaran a todos los redactores porque tenían «demasiada autonomía».

Inessa Armand fue una de las ocupantes del célebre 'vagón sellado', en el que Lenin cruzó Europa en abril de 1917 en plena Primera Guerra Mundial. Contaba con la autorización y quizá también la financiación de Alemania, que entendía que todo lo que fuera desestabilizar Rusia era bueno para sus intereses. Cuando llegó a Petrogrado, se encontró en la estación con un recibimiento que nunca había soñado: una delegación del Gobierno provisional que había derrocado al zar en febrero, una banda de música, unos cuantos soldados y miles de obreros. Ese día se convenció de que la revolución era posible.

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En los meses siguientes trabajó sin descanso: reuniones, artículos, conspiraciones… Tuvo que huir a Finlandia disfrazado de fogonero en una locomotora, regresó a Petrogrado y acabó bruscamente la redacción de uno de sus libros más célebres, 'El Estado y la revolución', con una frase que ha hecho Historia: «Es más agradable y provechoso vivir la experiencia de la revolución que escribir sobre ella».

Unificación de las fuerzas de izquierdas

El ejercicio del poder mostró una cara de Lenin que algunos intuían. Todos sabían que siempre había pretendido la unificación de las fuerzas de izquierdas mediante la adhesión sin matices de los restantes grupos a sus propios postulados pese a que con frecuencia él fue el minoritario dentro de los minoritarios. Pero no podían imaginar que muchos dirigentes e intelectuales sin la menor sospecha de ser favorables a los intereses de la burguesía iban a ser purgados. A partir del decreto '¡La Patria socialista está en peligro!', de febrero de 1918, no hubo resquicio alguno para la disidencia. El periodista más activo del país (había colaborado en 88 diarios y revistas y publicado 1.111 artículos hasta la conquista del Palacio de Invierno) se dedicó metódicamente a cerrar cabeceras, incluidas unas cuantas en las que él había firmado.

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Lenin (izquierda) juega con Bogdanov en la casa de Gorki.

Tampoco a partir de entonces tuvo tiempo de escribir mucho más: un país asolado por una guerra civil en la que el otro bando contaba con apoyo internacional y una economía destruida no eran el mejor escenario para seguir desarrollando una obra teórica. Además, su salud nunca había sido muy buena pero empeoró con el atentado sufrido el 30 de agosto de 1918. Ese día, la socialrevolucionaria Fanny Kaplan disparó contra él cuando salía de dar un mitin en una fábrica.

El periodista más activo del país, con 1.111 artículos publicados, se dedicó a cerrar cabeceras

El 26 de mayo de 1922 sufrió una apoplejía. Fue virtualmente el fin de su carrera política, porque nunca se recuperó del todo. El vacío que dejó en el Kremlin fue rápidamente ocupado por Stalin. Lenin tuvo tiempo de darse cuenta de que su sucesor no era la persona más adecuada. Quizá no le importó tanto el concepto autoritario que tenía del ejercicio del poder –al fin y al cabo, compartían muchas ideas– como sus maneras. Lo vio con claridad cuando Nadia, su esposa, le contó cómo Stalin la trataba con desprecio, incluso en público.

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Probablemente eso estaba en el origen de un artículo titulado 'Mejor poco, pero mejor', enviado a 'Pravda' en febrero de 1923. Los dirigentes del partido vieron que contenía un velado ataque a Stalin y retrasaron su publicación. Hubo incluso quien propuso imprimir un único ejemplar del diario con el artículo para que su autor lo viera y retirarlo para el resto de la edición. Finalmente se publicó con normalidad y fue el último texto de un periodista y ensayista cuyas obras completas están reunidas en 52 tomos que suman casi 25.000 páginas. Ha habido estadistas más sutiles en su escritura y más profundos. Lenin era demasiado pedagógico a veces, brusco con frecuencia y farragoso en ocasiones, pero en general muy eficaz. Y desde luego no ha habido otro como él en cuanto a volumen de su producción teórica.

Una de sus últimas fotografías, tomada en Gorki en mayo de 1923. E.C.

Murió el 21 de enero de 1924 en Gorki. Aunque postrado en una silla, con muchas dificultades para hablar e incapaz de tomar decisión de gobierno alguna, su estado en los días anteriores no era malo. Varios biógrafos sugieren que Stalin estuvo relacionado con su muerte. En vista de lo que sucedió luego con sus más íntimos colaboradores, a quienes eliminó sin piedad, no es una hipótesis descabellada, aunque tampoco existe prueba alguna. Lenin fue el intelectual que hizo la revolución y pudo reinar.

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