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Joseba Lopezortega
Sábado, 1 de marzo 2025, 00:02
Los amantes de la música somos coleccionistas de predilecciones. Escuchamos múltiples versiones de las mismas obras, vez tras vez, quizá tratando de abrir por alguna ... vía el misterio inexpugnable que encierran o simplemente entretenidos en el juego, absurdo, de decidirse por una entre otras muchas. Introspectivos, íntimos y serenos pero a la vez abiertos y cantables, los Nocturnos de Chopin son un ejemplo de gran lienzo musical con el que envolverse. En su relativa amplitud permiten recorridos infinitos: elegir cuál o cuáles nos gustan más es uno de los recorridos más simples. O no tanto.
Propongo el Nocturno nº 8, Op. 27, nº 2. Chopin tenía 26 años cuando lo compuso, la edad del canadiense Jan Lisiecki cuando lo grabó en su ciclo de los Nocturnos en 2021. Yundi Li era un poco mayor cuando lo grabó, 28. Ambos pianistas son excelentes técnicamente, pero la técnica es todo lo que comparten. Yundi lo toca en cinco minutos exactos, Lisiecki en siete minutos y trece segundos. Ambos registros son la misma obra, pero es obvio que desde abordajes distintos y con resultados casi dispares. Un mismo Nocturno, dos universos distintos. ¿Son esos dos universos, por la edad de los intérpretes, más próximos al Chopin que lo compuso a su edad aproximada?
Cuando Lisiecki publicó su disco con los Nocturnos también lo hizo Alain Planes, un pianista francés que tenía más de setenta años en el momento de grabar. Planes empleó un piano Pleyel del primer tercio del S. XIX, un instrumento distinto al piano moderno empleado por los dos jóvenes citados. El sonido es más sucio, menos depurado que el casi irreal de tantas grabaciones, los graves son fascinantes y los pedales se presentan con una insolencia adolescente. Que el sonido del piano de Chopin se pareciera a este es plausible y la versión quizá no construya un universo, pero ofrece de esa manera un delicioso laberinto.
También Rubinstein o Arrau grabaron el fascinante nº 8 cuando rondaban los 75 años. Rubinstein ya lo había registrado con anterioridad, ¿cuál de sus interpretaciones elegir? Sus Nocturnos se erigen como una referencia indudable, particularmente en su última grabación, que es indescriptible; como si sólo desde la madurez, la certeza y la sabiduría se lograra liberar cuanto esta música pueda contener de imbatible belleza. ¿Despachamos por tanto al arriesgado y lúcido Lisiecki que osa proponer su versión siendo casi un crío? No pocas críticas saludaron la grabación del canadiense como insuficiente contraponiéndola con la de Rubinstein; no sé si este tipo de comparación aplica en otras artes, pero en música clásica es habitual reprochar su juventud a los intérpretes. Cómo no recordar que en la Viena del fin de siglo XIX los jóvenes se dejaban barba y se la decoloraban para parecer mayores. Ellas apenas contaban. Por eso cabe invitar a una escucha irrenunciable: el nº 8 de Maria Joao Pires es sencillamente indescriptible.
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