Inicio una breve serie de artículos estivales sobre autores y obras que me parecen sobrevalorados por la crítica o el favor del público; por supuesto, ... esta apreciación solo se basa en mi desorientada subjetividad. Lejos de mi intención sentar cátedra precisamente yo, que no siento ni la cabeza. Serán cinco en total, como la nota del aprobado justito. Y aviso que evitaré meterme en zarzales de literatura y cine autóctono reciente. No quiero cosechar enemistades con directoras y directores con películas encumbradas, para mí de modo inexplicable, en prestigiosos festivales, ni sacudir a colegas que han escrito novelas de esas que no se pueden soltar, pero es porque se quedan pegadas por pringosas.
Bajo este prisma cobardón que reducirá, aunque no evitará del todo, las erosiones en la piel fina del cuerpo de guardia ofendido, un artista adecuado para abrir boca caníbal es Jean-Luc Godard, vaca sagrada de la 'nouvelle vague' y mucho más allá, ya que hizo cine hasta el final de su larga vida.
Con sinceridad, ¿cuántas películas de Godard son aguantables? Salvemos, claro, su ópera prima, 'Al final de la escapada' ('À bout de souffle', 1960), con los icónicos Belmondo y Jean Seberg, aunque no me atrevo a volver a verla. Incluso, en parte, 'Vivir su vida' y 'Banda aparte', en gran medida porque llena la pantalla Anna Karina, su musa. Hace no mucho revisité 'El desprecio', y me arrepentí. Pero adéntrense por su filmografía, sobre todo por las películas de las últimas décadas. «Solo para valientes», como decía de su chorizo picante un charcutero de mi calle.
Resulta interesante su vida. Hay un buen documental, 'Godard cinema', que la recorre. Fue un 'enfant terrible' preocupado por epatar a los burgueses, que podía ser un encantador de serpientes o insoportable. Un 'punkie avant la lettre' como él, se hizo maoísta por llevar la contraria. 'La Chinoise' (1967), que obtuvo un premio especial en Cannes, es una de las películas más cargantes y absurdas de la historia del cine.
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