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María Magdalena en una escena de 'La pasión de Cristo' (Mel Gibson, 2004).

Jesús y las mujeres

Enzo Bianchi cruza los Evangelios y los textos apócrifos para ofrecer una insólita visión del mundo femenino en los orígenes del cristianismo

P. ONTOSO

Sábado, 21 de abril 2018

Bendito seas, Señor, porque no me has creado pagano, ni me has hecho mujer ni ignorante». Los judíos devotos han recitado durante siglos esta bendición, que tiene mucho de soberbia y poco de humildad. En los tiempos de Jesús, en la sociedad judía, la mujer «era una presencia oculta, sin voz, relegada a la intimidad del hogar, dedicada a la familia, al marido –su dueño– y a los hijos, venerada por su sumisión, por sus virtudes domésticas y por mantenerse 'en su sitio', el sitio establecido por los hombres». La descripción corresponde a Enzo Bianchi, fundador y exprior laico de una comunidad monástica italiana en Bose y consultor del Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos (ecumenismo) a propuesta del papa Francisco. Autor de libros sobre espiritualidad que han sido superventas, ahora publica 'Jesús y las mujeres' (Lumen), en pleno debate sobre el papel de la mujer en la Iglesia católica.

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Visión insólita

Este especialista en Sagrada Escritura formado en el Bíblico de Roma ha analizado los textos del Evangelio de Juan, los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) y los Evangelios apócrifos (no canónicos) para ofrecer una «insólita visión del mundo femenino a través de las palabras y los hechos de Jesús. Con la dificultad de que, dada su irrelevancia social y religiosa, eran ignoradas en la tradición oral y escrita», según constata el autor. A lo largo de los capítulos van desfilando la mujer que padecía flujo de sangre (y por tanto era impura), la extranjera, la viuda, la encorvada, la pobre, la adúltera y la samaritana hasta llegar a María Magdalena, apóstol de los apóstoles. Jesús estaba con ellas. Contaba con ellas. No discriminaba. Un Jesús que rompe con la cultura dominante.

Confronto esta lectura con las miles de mujeres que, bajo el paraguas de la Iglesia, trabajan hoy en ese hospital de campaña por el que pasan enfermos, discapacitados, ancianos, inmigrantes, desheredados de la tierra, prostitutas. Sabía ya de la labor de colectivos como Askabide en el ámbito de la prostitución y ahora he conocido el trabajo de las adoratrices y las oblatas. En unos casos se trata de acompañarlas y atenderlas y en otros de sacarlas de las garras de los 'chulos' y las mafias que trafican con personas. Son mujeres. Son Iglesia. Y están en la primera línea como una fuerza de choque. Y 2.000 años después también son invisibles.

Enzo Bianchi tiene predicamento en Italia y Francia donde colabora en marcas editoriales como 'La Stampa', 'La Repubblica', 'Avennire' 'La Vie' o 'La Croix'. También es miembro de la revista teológica internacional 'Concilium'. Defiende una interpretación plural de la Biblia, que impida cualquier fundamentalismo o integrismo. Había leído rigurosos trabajos de los miembros del equipo que coordina el maestro Rafael Aguirre, firmados, por ejemplo, por Carmen Bernabé –su tesis doctoral versa sobre María Magdalena– y Elisa Estévez, que han abordado la cuestión de la mujer en los orígenes cristianos. Este pequeño ensayo de Enzo Bianchi es sugerente y valiente. Como su propuesta para que las mujeres puedan predicar homilías, una práctica que ya existía en la Edad Media. Lo planteó en una intervención reciente en la Fundació Joan Maragall, pero lo dejó escrito en 'L'Osservatore Romano'.

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