Imágenes y secretos de Orhan Pamuk
Facetas inéditas ·
La publicación de sus cuadernos, repletos de dibujos y anotaciones, permite acercarse de otra manera a la obra del Nobel turcoNo amamos los libros porque nos recuerden al mundo, sino porque hacen que lo olvidemos…» Lo escribió el novelista turco Orhan Pamuk en 2016, en ... una libreta moleskine, con un lápiz azul claro, en una doble página en la que él mismo había dibujado en primer término una cúpula coronada por una media luna y detrás el Bósforo y la ciudad de Estambul. 'Recuerdos de montañas lejanas' (Ed. Random House) permite conocer dos facetas hasta ahora inéditas del premio Nobel: la de escritor de diarios y la de dibujante.
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La primera es común entre los narradores; la segunda, no, pero tampoco resulta extraña en un autor que confiesa que entre los 7 y los 22 años pensó muy seriamente en dedicarse a la pintura. A esa edad, escribe, «murió el pintor que había en mí y empecé a escribir novelas». Mucho tiempo después, cuando ya había sido distinguido por la Academia sueca con el galardón más importante de las letras universales, entró un día en una tienda y compró decenas de lápices y pinceles. A partir de ese momento, sus cuadernos se convirtieron en una especie de diario ilustrado por él mismo. Una selección de esas páginas aparece ahora en castellano, en traducción (no directamente del turco, sino a través del francés) de Robert Juan-Cantavella. Es otro Pamuk, pero a la vez es el Pamuk más auténtico porque están ahí aspectos de su vida y también algunas claves de su obra.
El volumen, editado en formato horizontal, recoge en las páginas impares la reproducción de las dobles páginas de las libretas y en las pares, la traducción de los textos. Pamuk utiliza lápices de colores distintos para sus anotaciones: negro, rojo, azul claro, morado… Las notas enmarcan los dibujos, los invaden, se cuelan entre los edificios o son como barcos en el mar. Y barcos hay muchos. Pamuk vive en una casa con vistas al Bósforo y sus ojos parecen buscar siempre el mar, también cuando está fuera de Turquía. Algo que ha sucedido muchas veces entre 2009 y 2022, período en el que se ha hecho la selección.
Aunque hay anotaciones levemente personales (por ahí aparecen su esposa actual y su anterior compañera, algunos amigos, episodios de sus años juveniles y de formación), en la mayor parte de los textos habla de su actividad profesional: conferencias en universidades extranjeras, estancias en otros países, entrevistas concedidas, viajes. Y, sobre todo, la marcha de la escritura de sus libros y referencias a personajes de novelas ya publicadas pero que parecen seguir viviendo en la cabeza del autor. 'Me llamo Rojo', 'El libro negro' y 'Nieve', entre los trabajos anteriores, aparecen una y otra vez. Sus protagonistas se hacen presentes junto a dibujos de barcos, faros, palacios, minaretes y escenas de invierno.
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Sin embargo, en ese capítulo de libros ya publicados, el que tiene mayor presencia es 'El museo de la inocencia', una de las mejores novelas de amor de las últimas décadas. La historia de Kemal y su prima lejana Füsum se plasma además en una locura de su autor hecha realidad: un verdadero museo que se levanta en el distrito de Nisantasi, donde nació y vivió muchos años el propio Pamuk. La construcción del inmueble y los desvelos que le causa, así como el temor a que la antipatía que suscita el autor a las autoridades mueva a algunos fanáticos a causar daños en el mismo, aparecen en muchas páginas.
Luego están las novelas que ha escrito en los años de los diarios, sobre todo 'La mujer del pelo rojo' y 'Las noches de la peste'. Por su dimensión y complejidad, esta última tiene mucho más peso. Pamuk da cuenta de sus investigaciones para la construcción del relato de cómo la enfermedad llega a una isla imaginaria, las revueltas que se producen, la difícil convivencia entre las distintas comunidades y la declaración de independencia del pequeño territorio. Como si fuera una premonición, el novelista turco describió un confinamiento de la población y lo desarrolló literariamente unos meses antes de la pandemia de la covid, durante la cual terminó y corrigió la novela.
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Pamuk reitera que lo que más le gusta en la vida es escribir y ahora dibujar también los paisajes que contempla. Como quiera que en estos años ha visitado numerosas ciudades, el relato de la vida en las mismas y su plasmación en imágenes se suceden en las páginas de su moleskine. Una larga estancia en India, reiteradas visitas a Nueva York para conferencias en universidades y museos, charlas en Venecia, Cerdeña, Bolonia (con Umberto Eco), Chipre y Pakistán. También visita España: Barcelona, Toledo y Granada, donde queda maravillado por la Alhambra, de la que asegura que alberga «una belleza que te hace olvidar la crueldad de la Historia». Y unas líneas más adelante: «Deseo de no olvidar nada de mis días. El olvido me duele tanto… Retener al menos estos dos últimos días: la belleza de la escritura árabe, los mocárabes, la caligrafía cincelada como encaje blanco, el yeso, la madera, el agua: todo ello, dignidad, delicadeza… Belleza de ensueño de la arquitectura de Al-Ándalus…»
«A los 22 años murió el pintor que había en mí y empecé a escribir novelas», cuenta el autor
Adoración por Tolstói
Lo escribe con una letra muy apretada en una doble página en la que apenas hay dos pequeños dibujos de un patio y una fuente del palacio nazarí. Sucede en muchos de los recortes elegidos: el texto -esa caligrafía clara formando líneas que apenas dejan márgenes, Pamuk escribe todo a mano- adquiere un protagonismo casi absoluto. Pero también hay páginas muy distintas, en las que una montaña, un buque que deja una larga estela de humo, una isla lo ocupan todo y el texto se limita a unas palabras sueltas aquí y allá. La edición de las páginas pares responde a esa ordenación: se conservan los colores del texto y la ubicación del mismo; un juego para el lector, que debe ir de una página a otra para poder seguir el orden lógico de la lectura.
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En esas notas hay además momentos emotivos por razones personales -un paseo con su compañera, una salida para ir a nadar, el visionado de una película clásica como 'Muerte en Venecia'- pero con mayor frecuencia literarios. Incluso incluyen no poco de fetichismo, como cuando la entrega de un premio por 'La mujer del pelo rojo' le da pie a acercarse a la sepultura de Tolstói, quizá su escritor favorito. «De camino a la tumba temblaba de emoción, como si Tolstói fuese a aparecer ante mí en medio de las hayas. Yo me sentía lleno de humildad y reverencia. Bajo la nieve todo era blanco». Y se lamenta: «Qué lástima que Tolstói dejara de llevar el diario cuando escribía sus más grandes novelas. ¿Por qué?»
Aunque Pamuk suele eludir hablar de política porque es algo que le ha causado graves problemas en su país, no faltan algunas anotaciones sobre declaraciones del presidente Erdogan en las que arremetía claramente contra él. O el seguimiento que hace de cuanto sucede en Turquía cuando se encuentra de viaje, igual que la protección, a veces discreta, a veces no tanto, que debe llevar para evitar incidentes potencialmente peligrosos.
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Pero sobre todo hay una inmensa declaración de amor a la literatura y muy especialmente a la novela. Tan es así que muchas veces se muestra preocupado porque asegura que quiere escribir tantas obras que no sabe muy bien cómo abordar ese trabajo. Luego está su pasión por Estambul. Esa ciudad a cuya historia y modo de vida le dedicó un libro completo (así se titula, 'Estambul'), elaborado desde el punto de vista del hijo de una familia acomodada, cuyos miembros tenían facilidad para viajar al extranjero ya a mediados del siglo XX e incluso antes, pero que siempre volvían a la capital del viejo imperio otomano. Esa pasión se manifiesta además en esos paisajes, esas miradas a un mundo abocado a la desaparición.
¿Y las montañas lejanas a las que se refiere el título? Están en las últimas páginas, en las que abundan las referencias a Ka, el protagonista de 'Nieve' que regresa a su pueblo, al nordeste del país, y se ve atrapado por los recuerdos y por el temor al terrorismo kurdo, una victoria islamista en unas elecciones próximas y la irrupción del ejército en la vida cotidiana. También aparece su recreación de una montaña en la isla de Minguer, escenario de ficción de 'Las noches de la peste'. Con todo, vence el mar. Lo dice en una de sus últimas anotaciones: «Cuando me levanto por las mañanas, veo el mar entre estos árboles y las ramas de los pinos. El mundo es hermoso».
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