Iglesias o la distopía de la prohibición
Novela. ·
El escritor donostiarra nos pinta con melancolía una metrópoli sin bares ni bibliotecas, ni museos, ni salas de conciertosSi la generación del mayo francés abrazó el 'prohibido prohibir' como lema, la deriva que ha seguido la política en las siguientes décadas no ha ... sido muy fiel a esa consigna. A la cultura de la restricción clásica, que aquella juventud podría identificar con el gaullismo y la moral conservadora, le ha seguido un nuevo prohibicionismo de signo progresista que le hace la pinza a la sociedad de las libertades, esta vez apelando al bien común y a una ética utopista. El resultado de ese cerco al libre albedrío es un modelo social cada vez menos lejano al que Curzio Malaparte definió irónicamente como la dictadura perfecta: «Régimen en el que lo que no está prohibido es obligatorio». Es esa deriva la que justifica el creciente auge de la literatura distópica, que se nutre figurativamente de los totalitarismos que asolaron el siglo XX, en cuya imaginería jugaba un definitivo papel la ilusión del mañana: tanto el comunismo como los nazifascismos rindieron un gran culto a la ciencia, a la técnica y a la estética futurista. De esa deriva híbrida, que no nos permite distinguir si 'el mundo feliz' de Huxley era de izquierdas o derechas, se hace eco la nueva entrega del escritor donostiarra Eduardo Iglesias. 'La ciudad amurallada' nos lleva a un territorio carente de libertad donde se hallan proscritas todas las modalidades de placer, incluidas las artes, que todavía, en nuestros días, constituyen la felicidad en el reino de este mundo.
En 'Cuando se vacían las playas', novela publicada en 2012, ya se nos daba cuenta de esa metrópoli encajonada entre muros que conforma ahora el principal escenario novelesco, pero quedaban algunos espacios fuera de ella y de su control tecnológico-policial. De hecho, el detective J Solo entraba en contracto con Lara Márquez, la heroína desaparecida a la que debía localizar por encargo, en un sugerente paisaje de montaña donde ambos podían instalar sus tiendas de campaña. Todavía quedaban ciertos vestigios de la Ciudad del Siglo XX, o también denominada Antigua Ciudad Abierta, en donde los inadaptados podían refugiarse. Pero aquellos territorios ya han desaparecido en un presente hostil que ha reducido el estrecho círculo de escapatoria de estos a unas precarias cavernas entre las que no falta una Cueva Presocrática que hemos de suponer anterior a aquella de la que nos hablaba Platón en el libro VII de la 'República'. Iglesias recrea, así, referencias filosóficas, como esa metáfora del conocimiento, en lugares míticos que ilustran la geografía imaginaria de su cosmos narrativo.
'La ciudad amurallada' nos devuelve a las páginas de 'Cuando se vacían las playas' (la primera parte es un texto reescrito de estas), pero para constatar que las cosas han ido a peor desde aquel lejano 2036 del que ahora nos separan veinte años. Ya no hay bares ni bibliotecas, ni museos, ni salas de conciertos. Y J Solo, al que creímos muerto, ha conseguido rehacerse de las graves lesiones y heridas de los disparos que en su día recibió, pero ya es un hombre distinto, desentendido de su lucha contra el orden establecido, transformado en un orador pacifista y un músico fantasma, un viejo loco que viaja en una furgoneta con un piano y una perra interpretando a Shostakóvich ante los más improvisados auditorios, aunque las fracciones rebeldes lo sigan teniendo por héroe y fuente de inspiración. Tanto ha cambiado que ni siquiera lo reconoce la propia Lara Márquez, con la que tuvo un 'affaire' sentimental y que, en el presente, capitanea la guerrilla insurgente frente a la urbe fortificada que da título al libro. Asimismo, aparece un tercer personaje en escena, un mercenario llamado Samuel Negro, alistado con la represión, que tendrá un encuentro con el protagonista donde reside el nudo de la trama argumental.
Eduardo Iglesias es un escritor que atraviesa una fase de revisión de los héroes que creó hace varios lustros. Revisión que consiste en la evolución del hombre de acción barojiano hacia un estado de melancolía, de recuerdo y de reflexión. De este modo, J Solo experimenta un proceso muy distinto en los detalles, pero al mismo tiempo paralelo en el fondo, al que vivía en 2023 el personaje de 'Manga Ranglan y el viento de la memoria', que había sido creado en 1992. En ambos casos, nos hallamos ante una sutil fantasmalización del luchador en retirada. Si en el caso de Manga Ranglan este movimiento se producía en un apartamento, el caso del guerrero de 'La ciudad amurallada' va a tener lugar en un decorado exterior, muy logrado por su plasticidad colorista y su marcado tono poético.
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'El nombre del padre' Vanessa Springora
Una investigación muy personal
Eduardo Laporte
Hay novelas, algunas de ellas 'operas primas' o casi, que son como una tormenta perfecta: la realidad ha conspirado para su éxito. Tanto, que resulta difícil que los astros se alineen de nuevo para crear una obra redonda. Sin salir de Francia, el país de Vanessa Springora (París, 1972), tenemos los casos de Michel Houellebecq ('Las partículas elementales'), Delphine de Vigan ('Nada se opone a la noche')', Frédéric Beigbeder ('13,99 €') o Emmanuel Carrère ('El adversario'). Porque Vanessa Springora obtuvo un éxito rotundo con 'El consentimiento' (2020), la obra autobiográfica en que se atrevía a denunciar su relación con el escritor Gabriel Matzneff. Ella tenía 13 años y el 50. El impacto del libro aún colea.
Si ya es difícil superar una historia de tal calibre, puede suceder que el modo de abordar la siguiente no dé con la tecla adecuada. Algo de eso ocurre en 'El nombre del padre', la historia del controvertido padre de la escritora y el rastro de sus orígenes para averiguar quién fue, de dónde viene su extraño apellido y, de paso, conocerse mejor a sí misma. Los primeros capítulos son adictivos porque el padre resulta ser un personaje tan sombrío y outsider como el que recreó Carrère en su 'El adversario'. Sin embargo, la trama, demasiado prolija, se enmaraña en el árbol genealógico y los avances de las pesquisas son lentos, en una investigación que, si bien retrata el siglo XX, con sus dosis de campos de concentración y nazis, acaba resultando demasiado personal.
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'El día que apagaron la luz' Camila Fabbri
La edad de la inocencia
Iñaki Ezkerra
En 'La edad de la inocencia', Edith Wharton narró un final de los amores de juventud en el fondo bastante común a muchos mortales. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando esa era toca a su fin de un modo traumático en plena adolescencia? De eso habla Camila Fabbri en 'El día que apagaron la luz'. Fabbri es una milenial nacida en 1989, que tenía quince años cuando, en 2004, la discoteca Cromañón de Buenos Aires, su ciudad natal, ardió segando la vida de dos centenares de jóvenes e hiriendo a cerca del millar. Aquella noche actuaba la banda de rock Callejeros y alguien lanzó una bengala que topó con el techo de lona. Quince años después, en 2019, la escritora argentina publicó estas páginas que conforman un texto directo y vibrante en la encrucijada de la crónica periodística, el libro de memorias, la novela realista y el relato polifónico. Con treinta años, quiso rendir homenaje a los amigos perdidos en el incendio; atreverse a hablar de lo sucedido; compartir el recuerdo y sopesar el modo en el que aquella catástrofe marcó a su generación así como rememorar el paraíso del que esta fue repentinamente expulsada; contar cómo varios de aquellos adolescentes y sus familias vivieron el drama; las rehabilitaciones, las secuelas, el chico al que visitó Bergoglio antes de ser Papa... Anagrama recupera ahora esta obra con un prólogo en el que la autora da voz a varios jóvenes que la abordaron después de escribirla para contar sus casos. Un libro que va más allá de sí mismo para que la luz se siga encendiendo.
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'Ibéricas' Ángela Vicario
Desmemoria y memoria de las mujeres medievales
Julio Arrieta
La medievalista francesa Régine Pernoud (1909-1998) lamentaba que la historiografía había ignorado o minimizado durante siglos el papel de las mujeres, cuando estas, en la Francia medieval, «votaban como los hombres en las asambleas y comunas rurales; abrían tiendas a su nombre, ejercían el comercio sin necesidad de autorización del marido y desempeñaban diversos oficios». La comunicadora audiovisual y medievalista Ángela Vicario forma parte de una corriente que, ya desde hace algunas décadas, trata de cubrir esa falla y de 'rescatar' la historia de aquellas mujeres olvidadas o incluso borradas del pasado. En 'Ibéricas. Mujeres que moldearon la Edad Media hispana', Vicario presenta una revisión histórica que da voz a mujeres de todos los estamentos sociales y culturales que vivieron en la península ibérica durante un milenio, desde la Antigüedad tardía al final de la Baja Edad Media.
Escrito con un estilo claro y accesible, que combina el rigor historiográfico con un tono cercano y literario, el libro aborda y desmonta estereotipos y lugares comunes sobre la Edad Media a través de las vidas de mujeres muy diversas, desde campesinas y artesanas hasta condesas y reinas, con un compromiso evidente por dar eco a sus voces silenciadas. Una lectura muy recomendable para quienes busquen una aproximación crítica y renovada a la divulgación de la historia medieval con un enfoque de género y social.
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'Una mujer a quien amar' Theodor Kallifatides
El amor de la amistad
María Bengoa
En este relato sobre la controvertida amistad hombre-mujer que suscita curiosidad desde los primeros párrafos, el pensamiento se desliza por las páginas en un soliloquio no pronunciado. De camino a casa, tras el funeral de su amiga Olga, el ya reconocido autor Theodor Kallifatides decide escribir un libro sobre ella. En su juventud, cuando tomó la disparatada decisión de escribir en sueco -idioma en el que vive y ha concebido casi toda su obra desde hace sesenta años- compartió con Olga su experiencia de inmigrante en Suecia. Duda si regresar a su patria, pero siente que escribir sobre su amiga es una forma de no dejarla sola sepultada en tierra extraña. El relato memorialístico le lleva a pensar lo fácil que resulta «encontrar con el tiempo conexiones entre sucesos que en un principio considerábamos independientes por completo».
De ese intento consolador saldrá este mosaico literario «aunque sea con una construcción débil sujeta a volteretas e interpretaciones». Sin embargo, no hay nada en esas volteretas que nos distraiga de la magia que arrastra nuestra atención lectora. A eso ayuda la característica sencillez de la prosa del escritor y el talento para seleccionar qué cuenta, como si en su fluido relato las acciones presentes y pasadas; los encuentros con amistades suecas y los viajes a la Grecia de la infancia; los padres, los hijos y hermanos; la acción y el monólogo interior… no necesitaran más transición ni estructura que la medida de las facultades del autor para arrastrarnos en su propuesta. Calafatea aquel que pone brea en barcas y navíos; ahí está la etimología del apellido de este reconocido escritor. El caso es que Kallifatides nos invita a navegar como un experto y nos dejamos seducir.
Cuando la enfermedad de Olga irrumpe inesperada, el escritor apuesta porque esta mujer fuerte y valiosa la superará, pero no va a ser así.«Aquella mujer a quien amar, solo jugándose la vida», de la que en su juventud se protegió esquivando su campo de fuerza y al enjambre de hombres que se apretujaban por conseguir su favor, morirá antes que él. «Nacer como ser humano es sencillamente una operación perdedora» hasta los más fuertes mueren. Que nadie piense que estamos ante un libro triste, compartimos el mundo sueco y griego del autor contagiados por la vitalidad envolvente de su amiga. Tal vez persuadidos de la posibilidad de que los errores de juventud se expliquen con la sabiduría de la vejez. O atentos a aprender el grado de intimidad que se puede alcanzar sin ser una pareja, como estos protagonistas: «cuando ya no éramos amantes, sino algo más valioso». La amistad contada desde la distancia de la lengua materna y el desarraigo por alguien que ha encontrado su manera de vivir escribiendo.
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'La pregunta 7' Richard Flanagan
Biografía nuclear
Pablo Martínez Zarracina
El australiano Richard Flanagan abre 'La pregunta 7' con una cita de una reseña de Moby Dick en la que el crítico se pregunta si la novela de Melville es «un relato histórico, una autobiografía, una crónica periodística, una tragedia, una historia de amor o una fantasía». 'La pregunta 7', por supuesto, es todas esas cosas a la vez. En sus páginas hay espacio para la biografía y la semblanza íntima de los padres del autor, para la reconstrucción histórica de la génesis de la bomba atómica, para la recreación de la historia entre H.G. Wells y Rebecca West, para la reivindicación de la historia aborigen de Tasmania y para la experiencia cercana a la muerte que Flanagan vivió en su juventud en el río Franklin.
Todo este material aparece cosido por un hilo biográfico. El padre del autor cayó prisionero de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial y realizó trabajos forzados en el llamado 'Ferrocarril de la muerte'. Flanagan relaciona directamente la supervivencia de su padre -y, por tanto, su propio nacimiento posterior- con la decisión de Estados Unidos de no terminar la guerra mediante una invasión que habría condenado a muerte a los prisioneros extranjeros, sino mediante el bombardeo de Hiroshima. «Sin Hiroshima yo no existo», escribe.
Esa conexión le sirve a Flanagan para construir un texto que oscila entre lo íntimo y lo colectivo en busca de respuestas y de alguna suerte de redención. Lo hace de un modo particular. La escritura del australiano -precisa y meditativa, dotada de una constante tensión moral- brilla en muchos pasajes de un libro que, sin embargo, no termina de funcionar como conjunto. Hay una constante disonancia entre la sencilla hondura de sus partes más biográficas y la artificiosidad de las páginas en las que el autor profundiza en la figura de H.G. Wells -quizá el escritor con más cameos a sus espaldas en la narrativa de las últimas décadas- o le atribuye, en ocasiones de un modo excesivo y se diría fantasioso, la paternidad exclusiva de la bomba atómica al físico húngaro Leonard Szilard.
Esta búsqueda de una carcasa vistosa -ese contexto histórico al tiempo inesperado y significativo que, de tan frecuentado, comienza a ser un recurso tópico- llega a un extremo paradójico cuando Flanagan relaciona su biografía con el exterminio de los aborígenes de Tasmania. Si todo en esos fragmentos es interesante, personal y pertinente, todo queda a una enorme distancia de las páginas -frecuentemente excepcionales- en las que el autor australiano cuenta la historia de su familia, profundizando en «el poder imperecedero de ese amor» y en el modo en que el sentido de unos días duros y luminosos «está, estuvo y estará perdido en el río del tiempo».
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'Historia de mi vida' Joaquín Torres García
Vida de un pintor viajero
Íñigo Linaje
Si la riqueza de una vida pudiera medirse por el número de mudanzas o ciudades en las que una persona ha vivido, la del pintor uruguayo Joaquín Torres-García (1874-1949) sería riquísima. Viajero impenitente y buscador de paisajes y destinos dispares, este hombre -nacido en Montevideo- vivió, entre otros lugares, en Barcelona, Bruselas, Florencia, Roma, Ginebra, París y Nueva York a lo largo de sus 75 años.
Ese peregrinaje por ciudades y países lo cuenta en 'Historia de mi vida', las memorias que publicó en 1939 y que ha recuperado Fórcola con el añadido de una conferencia sobre arte. Si hay una virtud que dicta estas páginas, que se leen con placer y premura, es su sencillez expositiva. Relata sus viajes y vivencias sin ninguna voluntad de estilo y en tercera persona, como si el autor viese su itinerario vital desde fuera, «con menos parcialidad».
Amigo de Gaudí y Picasso, con los que trabajó, buena parte del interés de estas memorias está en las personalidades de la cultura que conoció, a las que retrata con entusiasmo y humor. Un entusiasmo que se revela, sobre todo, en sus años de formación en Barcelona, donde no solo perseveró en su pasión pictórica (»un oficio de vagos», decía su padre), sino en la literatura y la música. Escrito cuando contaba 65 años, 'Historia de mi vida' es un libro ameno y lleno de aventuras que no oculta -a veces- cierto desencanto por el ostracismo que su autor padeció en vida.
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'Deseo y destino' David Rieff
La cultura woke y sus códigos maniqueos
Gerardo Elorriaga
No hay vida más allá de la corrección política. Quienes se aventuran en los márgenes son vilipendiados como reaccionarios carentes de sensibilidad. En 'Deseo y destino', David Rieff proporciona una interpretación crítica del fenómeno desmontando sus propios cimientos y desvelando los mecanismos que pueden llevar a sus ridículos extremos. Lejos de abordarlo desde las posiciones reaccionarias de rigor, el investigador plantea una tesis que desmonta su pretendido progresismo. La cultura woke es, según su criterio, una superestructura afín al neoliberalismo. Su reconocimiento de múltiples identidades desmenuza la cohesión social y genera otros tantos nichos de consumo. El capitalismo tiene nuevos alicientes para seguir produciendo masivamente y explotando la fuerza del trabajo. Las empresas se valen de sus mismos contratos basura, pero impartiendo cursos para empoderar al racializado, el gay, la mujer y el emigrante.
El ensayo es denso, pero aporta una visión singular y profusión de ejemplos de esa nueva mentalidad y su capacidad de desprecio y censura sobre la alta cultura, entendida como una materia hostil, y aquellas fórmulas que no se adscriben a la política de inclusión y antirracista. No hay mejor coartada que enarbolar los principios de igualdad y condena del supremacismo blanco para dominar el escenario. Nada escapa a sus códigos maniqueos absolutamente infantiloides.
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'Que alguien los mate' Patricia Evangelista
¿No somos Duterte?
Elena Sierra
El 15 de agosto de 2017, en menos de 24 horas, la policía filipina embolsó una treintena de cadáveres. Cadáveres que la propia policía había hecho posibles (imposibilitando la vida de treinta personas): cuando Rodrigo Duterte inició su llamada guerra contra las drogas, hubo carta blanca para cargarse a compatriotas. Solo era necesario armar después una versión que justificara los hechos, que culpabilizara al muerto. Los muertos -'salvados', en el habla cotidiana- eran drogadictos, a los que le presidente señalaba como gran problema del país. O estudiantes que pasaban por allí. O la madre de alguien. Lo importante era la versión posterior y Duterte y sus seguidores, tan contentos.
El listado de muertes nunca se sabrá a ciencia cierta. La cifra oficial es de unos seis mil en seis años, algunas organizaciones dicen que treinta mil. Lo que la periodista Patricia Evangelista, que estuvo en el turno de noche de su medio haciendo un seguimiento de cada asesinato, cuenta en este libro es cómo comenzó todo, cómo se extendió como se extiende la sangre y cómo acabó. Es también un análisis lingüístico de los discursos de odio y cómo calan en el habla popular. Y es un relato crítico de la historia reciente de su país y de cómo votar al que dice que va a matar -se vote por desesperación o por convicción- acaba repercutiendo en la seguridad de toda la ciudadanía. Un camino sin vuelta atrás en el que se atenta contra los derechos de todas y cada una de las personas.
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