Genio a borbotones
'Petróleo'. ·
Incómoda y desbordante, la gran novela inacabada de Pasolini afronta de manera atípica una época pasmosamente actualIbon Zubiaur
Viernes, 24 de octubre 2025, 20:01
Lo que he hecho desde que nací no es nada en comparación con la obra gigantesca que estoy llevando a cabo», dijo Pasolini sobre su ... novela póstuma 'Petróleo'; «contiene todo lo que sé». A medio siglo de su asesinato, Nórdica publica primorosamente la edición definitiva de los fragmentos en la admirable traducción de Miguel Ángel Cuevas.
Conviene advertirlo: en su versión actual, la novela carece tanto de comienzo y de final como de una trama congruente; un esbozo muy verosímil del proyecto planeaba presentarlo como edición crítica de textos heterogéneos y complementarlos con material documental. Aunque se insiste en que el libro no «remite a la realidad», sino a sí mismo, las alusiones al contexto histórico-político son continuas, entremezcladas una y otra vez con pasajes variopintos. Episodios intercalados los hubo siempre en la novela ('Las mil y una noches', 'Don Quijote'), pero Pasolini emplea una pauta torrencial que prefiere llamar «en borboteo» (y en «kebab»), con incontables referentes intertextuales (desde Dante a Dostoievski, de la semiótica a la historia de las religiones) y paráfrasis directas. Hay una preceptiva 'Invocación a la Musa', frases en latín, páginas enteras de 'Argonáuticas' que debían redactarse en griego moderno, y se preveía un capítulo en japonés. Todo ello debía ilustrar la voluntad de juego con las formas: en su marcado carácter experimental, la obra tiene en efecto mucho de lúdico, y revela más sentido del humor que cualquier otra de su autor, pero ese distanciamiento formalista viene a ser una provocación y ante todo se propone disuadir a quienes sólo buscan lecturas sedantes.
El prisma de las élites
El epígrafe de Mandelstam («Con el mundo del poder no he tenido sino vínculos pueriles») apunta a otra motivación central de la obra: incorporar a su fresco histórico el prisma de las élites político-económicas que aquí encarna el protagonista Carlo Valletti, ingeniero católico de izquierdas que a Pasolini le resulta «repugnante». Pero la figura de Carlo se disocia pronto en dos, y sufre metamorfosis que lo abocan al sexo clandestino: son esas experiencias con representantes del lumpenproletariado las que le procuran una nueva lucidez «de quien mediante su experiencia de proscrito ha aprendido la filosofía de la pobreza». Si en esta novela «la ideología sustituye por entero a la psicología», es porque ahonda en las mentalidades colectivas (condicionadas por la clase social), lejos de la ficción del individuo autónomo que actúa sin trabas.
Los dos pasajes más largos son así los más propiamente pasolinianos: uno en el que Carlo se impone satisfacer sexualmente a veinte maromos de arrabal (y se describe el ritual con todo tipo de pelos y flujos), y otro en que liga con un camarero siciliano y, puesto que ni concibe llevárselo a su casa, se deja guiar a un descampado y aprende que «poseer no es nada comparado con ser poseído». Con desarmante explicitud, se deja claro que la «inocencia» sexual cantada es muy espontánea, pero ególatra y machista, y sin embargo casi añorable en comparación al hedonismo pseudoigualitario que en pocos años va a imponer el triunfo de la sociedad de consumo (y desmenuzan los memorables pasajes sobre la 'Visión' y 'La nueva periferia'). Por eso, y paradójicamente, esta obra volcánica e hiperintelectual sigue siendo un canto de amor al lumpenproletariado caído, pese a dirigirse (elevando al máximo el listón de exigencia) a esa intelligentsia vendida y acomodaticia que insiste en ignorarlo.
Con su abrumadora riqueza de referencias, su formidable prosa y su perspicacia vorazmente analítica, Pasolini nos legó un visor privilegiado de un periodo histórico en el que las élites, después de décadas de combatir por cualquier medio legal o ilegal el peligro comunista, y con la clase obrera ya domesticada por el consumismo, empiezan a preocuparse por el auge del neofascismo (que ahora gobierna cómodamente Italia). Y en el que, según profetizaba Auden, «Los ordenadores están listos para eliminarlos a todos excepto a unos cuantos más inteligentes, dispensados para que puedan extraer sentido y valor de un universo invisible de hobbies, sexo y consumo. [...] Una Edad de las Máquinas, pero incómoda e incivil como cuando se abrían las primeras luces sobre los pastores bárbaros».
Si hay quien cree que esto no le concierne, desde luego, que no lea 'Petróleo'.M
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