Cuando el fútbol es la esperanza de un país
'Despelote'. Julián Cordero nos mete en la piel de un niño que vive con pasión la clasificación de Ecuador para el Mundial de 2002 en plena crisis
Koldo Gutiérrez
Viernes, 15 de agosto 2025
Cuando pensamos en videojuegos de fútbol, lo primero que viene a la cabeza es la saga FIFA, que lleva décadas siendo el simulador estrella de ... este deporte gracias a su gran realismo. 'Despelote', pese a tratar también el balompié, lo hace de manera muy distinta: en primera persona, desde los ojos de un niño y en las calles de Quito.
Año 2001, Ecuador se encuentra inmerso en una grave crisis económica que llevó al golpe de Estado unos meses antes. En ese convulso ambiente político y social, el fútbol se convierte en la última esperanza de un pueblo deprimido. De manera inesperada, la selección nacional va ganando partidos y lucha por clasificarse por primera vez para un Mundial, que tendrá lugar al año siguiente en Corea y Japón. Los jugadores son héroes y cada partido es un auténtico fenómeno que paraliza a todo el país. Hombres y mujeres, grandes y pequeños se sientan frente al televisor para animar a los suyos con pasión. Julián es uno de esos niños que, con ocho años, vive por y para el fútbol. Cuando está en clase, no presta atención al profesor y mira al patio deseando salir a jugar con sus amigos. Al sonar la campana, salen corriendo y juegan con un balón. Se divierten, ríen, gritan y se olvidan del tiempo hasta que el maestro sale a buscarles y les riñe por volver tarde. ¿A quién no le pasó esto alguna vez en el colegio?
Ese es el tipo de sensaciones que evoca maravillosamente 'Despelote', el juego semi-autobiográfico de Julián Cordero. Él tenía algún año menos en aquel momento, pero lo recuerda perfectamente y lo vivió de forma parecida. Su ópera prima es un bello relato costumbrista de un país que no estamos acostumbrados a ver en la ficción. No por casualidad, su padre es el director de la considerada como una de las primeras películas de Ecuador, 'Ratas, ratones, rateros', estrenada en plena crisis financiera de 1999.
En 'Despelote' vemos a la familia al completo y vivencias similares a las de cualquier chaval de su edad. Peleas con su hermana menor por mirar la tele o jugar a un videojuego (de fútbol, claro) o con su madre a la hora de desayunar. Pequeñas batallas cotidianas que pueden ocurrir en cualquier país y época.
A chutar el balón
Las calles de Quito están recreadas de manera realista, tal y como eran en 2001, pero con un curioso aspecto visual. Recorrer ese escenario mientras chutamos el balón es realmente satisfactorio, pues el entorno reacciona de manera creíble a nuestros torpes tiros. Si rompemos un cristal debemos huir corriendo, un perro puede pincharnos la pelota o una pareja puede enfadarse si fastidiamos su picnic romántico en el parque. Como niño obsesionado con el fútbol, nuestra única manera de interactuar con los demás es a través del balón. El fútbol es una excusa para conocer la realidad de un país, las personas que lo habitan y sus historias sencillas.
El escenario realista contrasta con los personajes, dibujados a rotulador en blanco y negro como si los hubiera hecho un niño. Esa llamativa decisión artística funciona y le confiere un estilo aún más personal a la atmósfera infantil, como si estuviéramos recordando escenas del pasado y paseando por fotos antiguas. A ello contribuyen también los diálogos de los personajes. Su lenguaje natural da lugar a conversaciones de adultos que no entendemos, porque ocurren de fondo mientras nos dedicamos a jugar por la calle. Podemos pararnos a escuchar cómo nuestros padres hablan de sus cosas, pero es más divertido seguir pateando la bola improvisadamente, sin más objetivo que pasarlo bien. Ese naturalismo lo acerca casi al documental, pues varios de los personajes se interpretan a sí mismos.
'Despelote' es un emotivo relato personal y generacional. Una historia de madurez a medio camino entre la película 'Boyhood' (Richard Linklater, 2014) y un reportaje del añorado programa de televisión 'Informe Robinson'. También recuerda a la obra del escritor bilbaíno Galder Reguera, que en sus novelas ha combinado la autoficción con el fútbol para hablar sobre temas personales y familiares, como 'Hijos del fútbol' (Seix Barral, 2017). En apenas dos horas, el debut de Julián Cordero deja un gran sabor de boca y un recuerdo imborrable. Se trata de uno de los títulos más originales de la historia de los videojuegos. Un gol por toda la escuadra.
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