Fotógrafo-poeta
Tomás Ayuso se puso tras la cámara porque se sintió incapaz de expresar solo con palabras lo que veía al introducirse entre pandilleros o niños soldados
Iñaki Arteta
Sábado, 25 de octubre 2025, 00:03
En los tiempos en los que corremos junto a la IA y una creciente querencia por la propaganda convencional, uno mira lo publicado dispuesto a ... dudar de todo. Ya quedó lejos aquello de una imagen vale por mil palabras ¿no? La palabra es la palabra y la imagen es la imagen. Y las palabras, como las imágenes, aún hoy pueden ser auténticas.
Tomás Ayuso (Tegucigalpa, 1987) nos conduce anudando palabras a sus impactantes fotografías a la profundidad de los aconteceres de cada uno. Un rostro, una historia. Su gran almacén está en Instagram. Palabras aceradas junto a imágenes potentes se fusionan en un maridaje que aumenta exponencialmente mensajes, sensaciones, experiencias.
Conflictos, vidas, migración son sus temas. Y la violencia que los cruza todos en esa convulsa geografía hispana.
Queda a criterio de cada uno si Tomás Ayuso es mejor escritor que fotógrafo, pero saliendo de la misma cabeza ambas ramas del árbol de la expresión, puede decirse que el conjunto nos traslada directamente al núcleo de lo humano, al epicentro de la vida difícil, al corazón negro de la violencia.
Él no fotografía a una persona, le interesa la persona, y escudriña su entorno, ese contexto que, por desconocido en otras latitudes, nos impacta e impela mientras se nos va introduciendo lentamente como por vena, para decirnos: esto existe.
La manera de ver más allá de nuestros límites geográficos es por naturaleza, bien superficial. No importa que hayamos leído. No importa que pensemos que hemos viajado mucho. No es suficiente. El mensaje que ciertos artistas nos lanzan es fruto de su meritoria inmersión en LA VIDA. Gracias a testigos, corresponsales, como Tomás Ayuso, uno puede conectar con el más allá, que no es otra cosa que seres humanos como nosotros en situaciones extremas. La vida no vale nada, decía Pablo Milanés en aquella mítica canción, pues digamos que no debe de ser así, toda vida vale mucho, el mundo pesa lo que todas sus vidas. Y esas vidas inimaginables solo nos llegan, esterilizadas, por medio de artistas cuyo empeño es colocarnos la pasarela a otros corazones. No solo mediante lo brutal o lo triste. La gente ríe, se besa, celebra, a pesar de todo.
Si Tomás no pensó hasta los 29 años en ser fotógrafo fue porque su proyecto de formación lo dirigió hacia la diplomacia y en concreto al análisis de conflictos. Después a la escritura. Luego a la poesía y siendo testigo de conflictos que le removían las tripas llegó a la fotografía, porque se sintió incapaz de expresar solo con palabras lo que veía cuando se introducía en grupos de pandilleros, niños soldados en la selva o en los peores barrios de las más grandes ciudades. Puso su cámara por delante de él y sus fotografías entre el Instagram y National Geographic.
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