La excursión infernal

El latido cultural ·

En su libro 'Catábasis. El viaje infernal en la Antigüedad', Miguel Herrero de Jáuregui nos invita a un particular turismo

Sábado, 20 de enero 2024, 00:03

Un conocido texto sobre 'El Arte de la novela', Milan Kundera plantea el género como el relato de un viaje que, entre el 'Quijote' cervantino ... y 'El castillo' kafkiano, se habría ido acortando en solo tres siglos. También se habría ido haciendo más oscuro, lo que a uno le suscita la idea de que en realidad «todo viaje es un trayecto al infierno». Me reafirma en ella la lectura de 'Catábasis. El viaje infernal en la Antigüedad', un deslumbrante ensayo publicado recientemente por Alianza Editorial y del que es autor el filólogo Miguel Herrero de Jáuregui. Se trata de un extenso alarde de conocimiento escatológico que pivota en buena parte en torno a las diferencias que separan al infierno cristiano, esencia del tormento que solo se reservaría para los malvados, y el infierno de la mitología griega, que es mucho más democrático, plural y soportable pues viene a ser un sinónimo del trasmundo en el que cabrían todos los muertos, buenos y malos.

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De este modo, en ese infierno, que uno identifica con toda experiencia viajera cabrían los bellos y los horrendos episodios, los momentos dolorosos y también los amenos o al menos neutros. En la excursión mítica de Orfeo al Hades para rescatar a Eurídice, cabrían los instantes de impaciencia, angustia o temor en el descenso, como también los de ilusión, alegría o placer en el encuentro y los de decepción, desgarro y congoja al ver retroceder a su esposa hacia las profundidades de la muerte tras la desobediencia al requisito divino impuesto al héroe de que mantuviera cerrados los ojos mientras no se hallara fuera de los infernales dominios. Aunque encierra sus castigos, el Averno helénico no es tan moralista ni tan taxativo como el bíblico.

Sí. No es solo que toda novela sea un viaje sino que todo viaje lo es al infierno en la vida, entendiendo éste en su sentido órfico, dionisíaco y relativo: al infierno de la enfermedad y de la recuperación de la salud; al de la opulencia y al de las estrecheces económicas; al del ingreso en un credo religioso o político y al de la liberación que supone el feliz trámite de abandonarlo; al de un enamoramiento y al desengaño de este. A ese doble filo de la vivencia sentimental se refiere Lope de Vega en su famoso soneto: «creer que un cielo en un infierno cabe…».

En ese libro sobre la catábasis, que es de una erudición apabullante, Miguel Herrero no solo muestra las diferencias sino también las similitudes detectables entre el infierno griego y el cristiano; entre ambos legados culturales; todo ese largo y complejo entrelazamiento genealógico de patrones y tradiciones, de asimiladas herencias y mutuas influencias, así como las singularidades. Con el cristianismo, el infierno ya no es «el mundo de los muertos frente al de los vivos, sino el de la condenación frente al de la salvación».

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De la poética habríamos pasado, así, a la dogmática y del mito a la teología. Pero, sin embargo, el de la cultura es un mundo vivo en el que, gracias al imparable trasiego y al sano mestizaje de las influencias recíprocas, nada es definitivo. El libro de Herrero explica ya en el capítulo final, y a modo de conclusión, cómo «la historia posterior, con Dante como principal nuevo eslabón en la cadena de transmisión del tema, demuestra a las claras que ni siquiera el dogma pudo domeñar la potencia creativa de la imaginación que la catábasis siempre ha excitado en los poetas a través de los siglos». En efecto Dante, acompañado del poeta Virgilio, volvería a recorrer la vieja senda que conducía al inframundo y que la resurrección de Cristo habría clausurado o restringido para los perversos.

Si, volviendo al ensayo de Kundera, «el conocimiento es la única moral de la novela», la gira turística por el infierno es también, desde el legado de Dante a 'Las moradas' de Teresa de Ávila, una travesía al conocimiento, un tour que en la literatura siempre ha encontrado como alegoría plástica una plasmación en el espacio físico que adquirió un peso real en el Mundo Antiguo. Y es que los griegos pensaban que la entrada el infierno estaba localizada en diferentes puntos de la corteza terrestre. De hecho el Averno era el nombre que le dieron a un cráter situado en las proximidades de la antigua ciudad de Cumas. Heracles había accedido al Hades por el Tínaro y, como apunta el propio Herrero en su libro, la descripción del infierno en el Fedón pudo estar inspirada en los ríos de lava del Etna.

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