Eusebio García-Mina, en una caricatura de la época. Arriba, foto de la época de madurez.
Música

Eusebius, una nota brillante en la Pamplona franquista

Daniel Ramírez desempolva la figura de este inclasificable crítico musical que Juan Manuel Bonet incluyó en su 'Diccionario de las vanguardias'

EDUARDO LAPORTE

Viernes, 5 de abril 2019

La de 'Pamplonés inclasificable' sería una buena etiqueta para Eusebio García-Mina, alias Eusebius, en primer lugar por haber nacido en Zamora. Lo hizo en 1890, hijo de un padre que sí era de Pamplona, pero que se hizo catedrático en Salamanca y encontró plaza en esa otra ciudad castellano-leonesa. Pero una neumonía truncó su vida y su viuda, Celestina, volvería a la capital navarra con sus cinco hijos, como detalla el autor de 'Eusebius, capitán de la Nave de Baco', editado por Renacimiento.

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Sería por tanto en Pamplona –capital de tercer orden la llamó su contemporáneo poeta Ángel María Pascual– donde Eusebius desarrollaría la labor que motiva este libro, una crítica musical personalísima, de sorprendente calidad literaria, y no exenta de polémica por sus dosis de mordiente. También una labor de promoción musical que permitió al público anterior y posterior a la Guerra Civil disfrutar de músicos de la talla de Ravel y su 'Bolero' o del cotizado pianista Arthur Rubinstein.

Eusebius no sería tan longevo como el citado músico, pues unas complicaciones hepáticas, fruto de su afición por el alcohol, lo llevarían a la tumba un 23 de septiembre de 1944, con cincuenta y pocos. «La gula es un pecado modesto», gustaba de decir. Porque otro de los aspectos de su personalidad que sedujeron a su biógrafo, Daniel Ramírez (Pamplona, 1992), fue su vertiente de animador cultural. Así, ejerció de alma máter de una particular cuadrilla, La Nave de Baco, entre filósofos de mesa de mármol y tertulianos taurinos, que tuvo entre sus más ínclitos miembros a otro 'raro', el pintor Gustavo de Maeztu. A las ocho de la mañana, se juntaban brevemente para empezar el día con un brindis de pipermín. Luego cada uno a sus labores y al ocaso, al 'Bearin' de la plaza del Castillo, presidido por un barco decorado por el propio Maeztu. Un lugar para soñarse en otra época y en otro sitio.

Eusebio García-Mina, en una caricatura de la época.

Merluza frita

Cuenta Daniel Ramírez que en los años veinte los músicos de orquesta estaban cansados de que se programara siempre a los mismos compositores, que si Mozart, Wagner y Beethoven, a los que denostaban con la etiqueta de «merluza frita». Un conservadurismo que venía marcado por el propio público, poco amigo de novedades, como demostró el hecho de que, en uno de sus primeros conciertos en Madrid, Arthur Rubinstein tocara 'Valses nobles y sentimentales' (1911), de Ravel, y se armara el belén. Sin ser una obra rupturista, aunque tenga dejes, la interpretación provocó los abucheos del respetable. Orgulloso y provocador, Rubinstein la volvió a tocar como colofón.

De todas estas anécdotas se nutría Eusebius para vestir sus crónicas en 'Diario de Navarra', con una voluntad, explica Ramírez, pedagógica. Porque hablamos de una ciudad «carlistona», como señala el propio Ramírez, poco acostumbrada, excepto en su vertiente liberal, a espectáculos como el del citado Ravel en Pamplona, al que Eusebius trajo en 1928.

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Porque Eusebius, que estudió Leyes y tocaba el piano, era melómano pero también un amante de los nuevos vientos musicales. Es por eso que Juan Manuel Bonet lo incluyó en su 'Diccionario de las vanguardias en España (1907-1936)'. Una escueta entrada del que se destaca que «estuvo muy atento a la música contemporánea», así como su defensa del jazz y de los músicos más avanzados de su tiempo, como Stravinski, Milhaud, Schönberg, Prokófiev, Egon Wellesz, Frédéric Mompu, Ernesto Halffter, Poulenc o Erik Satie.

Hablamos de una época, ese primer tercio del XX, en que el cine era aún un arte embrionario, no había llegado el pop, ni el rock, ni por supuesto la televisión ni otros entretenimientos audiovisuales. La música culta se situaba en otra dimensión, formaba parte de los debates, de las tertulias, del orden del día de un considerable sector de la burguesía. Esto se ve reflejado en los textos de autores como Baroja que, en su 'Juventud, egolatría' (1917), dedican opiniones a la música. En este caso, a la 'merluza frita', la tríada formada por Mozart, Beethoven y Wagner. De ellos, exalta su falta de patria, en un sentido figurado, como una virtud. «¿Por qué esto, que debe ser de origen alemán, parece de todo el mundo y para todo el mundo?».

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Refunda la Sociedad Filarmónica y mete a la capital navarra en los circuitos musicales de la época

Pamplona en el mapa

Algo de ese carácter universal debió de seducir a un Eusebius al que le tocaron tiempos de tormenta. Conservador inscrito en Renovación Española, aspiraba al regreso de la monarquía liderada por Juan de Borbón. Vio morir a amigos de ambos lados y quizá por eso prefirió centrarse en la música, un lenguaje universal que no entendía de bandos ni de patrias. En su capítulo más polémico, el discurso de bienvenida a un comité nazi en el hotel La Perla (sí, el de Hemingway), que daría para otro artículo. Anglófilo a la postre, la lectura en castellano del 'Mein Kampf' y los primeros compases del franquismo lo desencantaron pronto de la vía fascista.

Antes, en los años veinte, Eusebius refunda la Sociedad Filarmónica, que languidecía desde principios de siglo, y logra meter a Pamplona en los circuitos musicales de la época. «No olvidemos que Pamplona había sido un olimpo de la música; el propio Eusebius era niño cuando Sarasate, que era un káiser, aún vivía. O Julián Gayarre, que murió justo el año de su nacimiento, en 1890. Y toda una segunda fila de intérpretes muy notables como Joaquín Larregla o Joaquín Maya», recuerda Ramírez. Si antes iban a San Sebastián y luego se volvían para Europa, Eusebius logró que pasaran también por Pamplona, contribuyendo a avivar la cultura musical de la ciudad.

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Enamorado de la música, tenía además conocimientos prácticos, tanto como para interpretar al piano las distintas partituras que compraba, normalmente de contrabando en la frontera. «Entonces no había YouTube ni apenas vinilos en Pamplona, por lo que para conocer el trabajo de tal o cual compositor, él mismo lo interpretaba con esas partituras», cuenta Ramírez, que en el curso de su investigación encontró una maleta llena de pentagramas. Entre sus favoritos, siempre renovadores de la música, Wanda Landowska, Maurice Marechál, Berta Singerman, Jacques Thibaud o Gaspar Cassadó.

Autor sin obra

El papel de prensa de hoy se usa mañana para envolver pescado, se ha dicho siempre, hecho que se demuestra en el caso de Eusebius, del que apenas hay bibliografía sobre sus colaboraciones. En 'Eusebius, capitán de la Nave de Baco', se incluyen no obstante muchos fragmentos de sus textos más floridos, buena parte extraídos del único libro en que se agavillaron, gracias a la labor editorial de su viuda, María Luisa Subiza, bajo el título de 'De música, poeta y loco'. En sus páginas se pueden encontrar sus opiniones sobre los Sanfermines, que no eran de su gusto, por demasiado estrepitosos y por tanto incompatibles con el deleite musical, lo que siempre perseguía este perfil sentimental y romántico.

En ellas se pueden encontrar pasajes de gran hondura, de temas dispares, como el dedicado a los disfraces morales y sociales: «¿Qué soy yo en realidad? Si me lo pregunto, estoy seguro de encontrarme con que existen ochocientos Eusebius distintos; tantos como personas me traten». También se aprecian tics del mejor Gómez de la Serna, como cuando habla de las puertas, «ametralladoras de catarros». O incluso del Pascual de las 'Glosas a la ciudad': «Tomas las calles ese color blanco huesoso de danza macabra».

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