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Iniciábamos, confiados, ayudados por los libros, una espiral abierta de ideales, hallazgos y sensaciones que nos iban dando, poco a poco, cierta creciente seguridad íntima ... y discursiva. Eran también los efectos de la edad y la moda juvenil de entonces. Entrábamos en las librerías y las tiendas de discos con avidez, en busca de lo que había que leer y oír para hacerse una personalidad. Aspirábamos, siguiendo las pistas canónicas, a conformar nuestro propio criterio, es decir, aprenderíamos a distinguir y apreciar la calidad de una frase larga, de un adjetivo exacto, de un diálogo inspirado. Íbamos al cine, leíamos revistas -algunas inescrutables-, visitábamos exposiciones y museos, soñábamos con paisajes lejanos y civilizaciones antiguas cuyos vestigios contemplaríamos algún día. Había algo magnético en las portadas y en el olor de los libros recién comprados, en las carátulas de los discos, en los títulos memorables, en los nombres de las ciudades remotas.
Teníamos también buenos propósitos, nos sentíamos capaces de distinguir rotundamente entre el bien y el mal, aunque no siempre acertáramos ni fuéramos consecuentes, pero aspirábamos a un mundo mejor, más justo y luminoso, cívico, decente, solidario, compasivo, donde se pudiera disfrutar con naturalidad de los derechos humanos, de las libertades políticas y de costumbres en el sentido más amplio posible. Queríamos ser cosmopolitas indistinguibles de los habitantes de los países avanzados, y no resignados súbditos de campanario, como se acostumbraba a ser en aquel país chusquero, rancio y mojigato en el que habíamos crecido, al que pretenden regresarnos algunos nostálgicos y otros jóvenes desorientados que no saben -seguidores de cierta moda juvenil de ahora- lo mediocre que era aquello.
Aspirábamos a ser aristócratas del intelecto en la medida de lo posible y, a la vez, cercanos a la gente sencilla y a los desfavorecidos. Admirábamos la bondad sobre todas las cosas, y después la inteligencia, despreciábamos la soberbia del dinero y el poder, nos daba mucha grima la fanfarria patriotera. Tal vez con el paso del tiempo nos volvimos algo acomodaticios, pero nunca renunciamos al estilo, ni a los libros, ni a los discos, ni a la apuesta por la gente, la redistribución de la riqueza y la igualdad de oportunidades. No vamos a arrepentirnos a estas alturas de lo que fuimos entonces, y menos aún de lo que queríamos llegar a ser.
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