El duelo y la lucha
Grandes legados. ·
María Kodama, Marina Castaño y Pilar del Río encarnan tres formas diferentes de vivir junto a un autor célebre y defender su obraLa viuda de escritor es una figura frecuente en la historia de la Literatura. Las hay de muchos tipos, desde la más odiada por todo ... su entorno a la que nadie puede objetar nada. María Kodama, Marina Castaño y Pilar del Río encarnan tres formas diferentes de vivir junto a autores muy célebres y, ya solas, defender su obra. Maneras muy distintas a partir de dos elementos comunes: ninguna fue la primera esposa y todas ellas eran mucho más jóvenes que sus parejas.
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JORGE LUIS BORGES Y MARÍA KODAMA
Luz en las tinieblas
La Fundación Internacional Jorge Luis Borges está presidida por María Victoria Kodama; el secretario es Matías Kodama; la tesorera, Mariana del Socorro Kodama; y una de las cuatro vocales, María Belén Kodama. Todos ellos son hermanos. María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, era su tía, la única hermana de su padre. El legado del autor de 'El aleph' está así vinculado a un grupo familiar formado por personas que apenas lo conocieron y que en ninguno de los casos son especialistas en asuntos literarios. Pero es que María Kodama peleó incansablemente por ser la heredera y defensora del patrimonio económico y artístico de Borges. Protagonizó nueve pleitos judiciales hasta alzarse con la victoria definitiva. De esta forma sus apellidos están indisolublemente unidos.
Quizá incluso más de lo que lo estuvieron ellos mismos, porque Kodama y Borges se casaron apenas dos meses antes de la muerte de este, en 1986. Según algunos biógrafos, el suyo fue un matrimonio 'blanco' y no solo por la edad del escritor en el momento de la boda (86 años él; ella, 39). De hecho, la relación entre ambos databa de mucho antes y no parece haberse dado encuentro sexual alguno entre ellos. Puede que Borges no lo tuviera nunca con ninguna mujer, incluida su primera esposa, Elsa Astete. Se trata, sin embargo, de un asunto irrelevante en lo que se refiere al papel jugado por María Kodama ya viuda. Y este fue el de pelear contra todos por situarse al frente de una fundación dedicada a difundir y defender uno de los mejores legados literarios del siglo XX. También por controlar un patrimonio no menor: tres pisos en el barrio de Recoleta, uno de los más acomodados de Buenos Aires; su biblioteca personal con una gran colección de objetos de todo tipo; y los derechos de autor de su obra, a los que aún les quedan unos años de rendimiento antes de pasar a ser dominio público, concretamente hasta el 1 de enero de 2057.
María Kodama fue alumna, algo así como secretaria y finalmente esposa de Borges. Se conocieron en 1963. Ella era una veinteañera estudiante de Literatura y admiradora de la obra del escritor. Él, ya en la sesentena, era un autor consagrado, dependiente de su madre hasta extremos dignos de análisis psiquiátrico y poco después contraería un matrimonio peculiar que apenas duró tres años. A Elsa Astete, que entonces era viuda, la había conocido 45 años antes y había sido lo más parecido a una novia que tuvo Borges. Así que María Kodama ya estaba presente en la vida del escritor mientras él estuvo casado. Luego fue aproximándose cada vez más a él, hasta el punto de hacerse imprescindible, y no solo por su ceguera, que desde los años cincuenta era casi total.
Durante quince años, Kodama fue la compañera del escritor, quien lo llevó por el mundo a dar conferencias y entrevistas, quien estuvo a su lado en los peores momentos. La boda se celebró por poderes cuando Borges estaba ya muy mal. A la muerte del escritor, ella sufrió numerosas acusaciones de que trataba de quedarse con su patrimonio económico e intelectual. Peleó por sus derechos contra familiares lejanos y mantuvo también querellas con la Administración. Ganó todos los pleitos. Cuando murió, en marzo de 2023, sin hijos y sin haber dictado testamento, se dio por hecho que el Estado pasaría a ser el titular de todo y controlaría la Fundación. Sin embargo, una semana después aparecieron cinco sobrinos. Quizá sea casualidad pero las iniciales de todos ellos son M K. Por razones de edad, apenas conocieron al escritor, todos tienen una vida profesional al margen de la literatura y ni siquiera eran lectores devotos de sus libros. Ahora son quienes deben proteger y difundir su legado. Sin la viuda Kodama, sería el Estado quien debería hacerlo. Seguramente es mejor así.
CAMILO JOSÉ CELA Y MARINA CASTAÑO
Romper con todo
Marina Castaño consiguió una unanimidad excepcional en este país: durante un tiempo cayó mal a todo el mundo. El origen de esa singular circunstancia está en un congreso en Santiago de Compostela en el que conoció a Camilo José Cela. Corría el año 1985, ella tenía 28 años y una hija fruto de un temprano matrimonio ya roto, trabajaba como periodista y presumía de estar muy bien considerada y disponer de un nada desdeñable patrimonio. Cela, de 69 años, era ya un clásico en vida, había firmado algunas de las mejores novelas de la literatura en castellano y estaba a punto de abrir la etapa en que recibiría los premios mayores: el Príncipe de Asturias (1987), el Nobel (1989) y el Cervantes (1995).
«Me he convertido en su niñera», diría luego Castaño. Una niñera por la que Cela rompió su matrimonio, se enemistó con su único hijo, aceptó entrar en el pantanoso mundo de la prensa del corazón, cambió su imagen, su forma de vestir y los lugares y ocasiones en que se hacía presente. La influencia de su joven esposa -se casaron por lo civil en 1991 y, tras conseguir ambos la anulación de sus matrimonios anteriores, por la Iglesia en 1998- en su trayectoria literaria es objeto de debate. Algunas fuentes la sitúan en el centro del oscuro asunto de la acusación de plagio a cuenta de 'La cruz de San Andrés'. Ella llegó a decir, incluso, que era quien le recomendaba a él los libros que debía leer. En lo que todos están de acuerdo es en que tomó las riendas económicas de su nuevo hogar. A mediados de los noventa, Cela confesó a Francisco Umbral que abrir su casa le costaba un millón de pesetas cada día. Castaño fijó hasta la hora de hacer fotocopias para aprovechar los momentos de electricidad más barata y así reducir gastos y procuró aumentar los ingresos. 'Marina Mercante' la llamaban quienes la rodeaban.
A la muerte del escritor, Castaño defendía que la trataran como Marquesa viuda de Iria Flavia, un título que el rey Juan Carlos había concedido al autor de 'La colmena' y que debía heredar su hijo. No fue solo eso lo que trató de arrebatar al único descendiente del Nobel, ni en lo simbólico ni en lo material. En lo simbólico, quiso impedir su presencia en el funeral de su padre. En lo material, había convencido a Cela de que ella y la Fundación -que pensaba controlar- se quedaran con la casi totalidad de su herencia, de forma que su hijo únicamente recibiría un cuadro como legado.
Hubo pleitos y polémicas sin cuento, por la herencia y por la gestión de la Fundación, que llevó de una forma tan irregular que hasta los vecinos de Padrón, donde se encuentra, se manifestaron pidiendo que abandonara su cargo para siempre. Al final, perdió todas las batallas. El Supremo dio la razón a Camilo José Cela Conde, a quien debieron entregar más de cinco millones de euros entre la Fundación y ella misma, a cuenta de la herencia en la que no debió quedar al margen. Y la Xunta de Galicia la apartó de la Fundación antes de que la hundiera del todo. La herencia literaria de Cela estuvo a punto de perecer a manos de una viuda que confesó haber sido una niñera. En 2013, once años después de la muerte del premio Nobel, Marina Castaño contrajo matrimonio por tercera vez.
JOSÉ SARAMAGO Y PILAR DEL RÍO
El viaje sin final
La conexión en vida entre Pilar del Río y José Saramago se expresa simbólicamente en un hecho cierto: cuando el autor de 'Ensayo sobre la ceguera' daba por concluida una página del libro en el que estaba trabajando, se la entregaba a ella, que la traducía de inmediato. Así, la obra crecía a la vez en portugués y en castellano. Fue así en siete novelas y una pieza teatral. Luego ella tradujo dos textos más publicados con carácter póstumo. Hoy Pilar del Río preside la Fundación Saramago, defiende y difunde su obra y contempla desde la ventana de su despacho el árbol bajo cuyas ramas fueron depositadas las cenizas del escritor.
En la dedicatoria de uno de sus libros, Saramago escribió: «A Pilar, que todavía no había nacido y tanto tardó en llegar». Cuando se conocieron, a raíz de la publicación de 'Memorial del convento', él tenía 63 años y ella, 36. Saramago había vivido dos matrimonios con mujeres de fuerte personalidad y talento artístico. La primera, Ilda Reis, llegó a ser Premio Europeo de las Artes. Tuvieron una hija, Violante, con quien mantuvo una relación muy débil tras el divorcio, que luego recuperó. La segunda esposa, Isabel da Nóbrega, fue una popular y prestigiosa periodista de la que se separó en 1986, justo el año en que conoció a Pilar. Con esta se casaría en 1988.
La mayor parte de su vida en común transcurrió en Lanzarote. Pilar aprendió portugués para traducir su obra. José se expresaba en un castellano pedregoso apoyado en una mirada profunda y el movimiento de sus manos. Eran una pareja inseparable. Poco antes de morir, él le escribió una carta en la que puede leerse: «Es cierto, me voy de algún modo, pero no olvides que el viaje no termina jamás y que también los viajeros persisten en la memoria, en la narración». Y más adelante: «Solo te pido que, llegado el momento, esparzas mis cenizas al pie de un olivo».
Pilar atendió su petición. Y ha seguido defendiendo su legado con la misma fuerza con la que lo ayudó antes. No en vano él llegó a afirmar: «Yo tengo ideas para novelas, ella tiene ideas para la vida». Saramago, un hombre con suerte.
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