EFE
Cajón de letras

Día de Difuntos de 2023

Glosario sepulcral ·

Las palabras se pasean por un cementerio cualquiera con Fígaro, la versión sombría de Larra, como guía

Guillermo Gómez Muñoz

Sábado, 28 de octubre 2023, 00:02

Junto a la entrada del cementerio nos espera un Fígaro contrariado. Esta versión sombría de Larra acostumbra a realizar paseos en los que afila su ... lengua, pero hoy le hemos encargado una visita alejada del mundanal ruido: un paseo lingüístico-literario por un cementerio cualquiera.

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«Bienvenidos a este tour para letraheridos y curiosos impertinentes», comienza. «Síganme entre los cipreses, esos enhiestos surtidores de sombra y sueño. El árbol recibe su nombre de una palabra griega 'kyparissos' la cual encierra hasta dos mitos trágicos. Por un lado, la muerte del joven Cipariso, enamorado del dios Apolo, a quien este transformó en ciprés para aliviar su honda pena tras matar accidentalmente un ciervo sagrado. Por otro, la muerte de las hijas del rey Eteocles, convertidas en cipreses por la Tierra, tras ahogarse en una fuente. Desde entonces estas lanzas acongojan los cielos en los camposantos. No deja de ser curiosa la afición divina por convertir a los mortales en árboles», masculla socarrón.

«Dejen pasar al coche fúnebre», continúa. «Fíjense en lo productiva que ha sido la palabra latina 'funus'. Su significado alude al funeral y nos ha regalado una familia léxica de lo más funesta. Tanto como el destino de las sombras que dialogan en aquel banco».

El viento susurra versos de amores decimonónicos. Ángeles de amor, orillas apartadas y vísperas de Todos los Santos con escenarios repletos de donjuanes y doñaineses.

El epitafio

«Soy escritor, pero claro, nadie es perfecto»

Billy Wilder

(1906-2002)

«Bajo esa capilla, encontrarán una cripta, un espacio idóneo para enterrar a los seres queridos. El término llega al castellano a través del napolitano o el siciliano, pero se remonta hasta el griego 'krypte', un vocablo derivado del verbo ocultar. Conservamos también su doblete patrimonial gruta».

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Mientras caminamos por este cementerio cualquiera como por un glosario sepulcral, vemos un perro en la entrada. «¿No les recuerda al can que guarda el reino de Hades?», nos pregunta Fígaro. «A la luz de la luna y las farolas, les aseguro que sus sombras dibujan más de una cabeza sobre el terreno».

Tras muchas vueltas, la visita finaliza. «Antes de abandonar la necrópolis, les invito a que contemplen esta lápida. Sencilla, sin nombre. Tan solo unos versos, como homenaje a la cultura que aquí yace».

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Estos días azules y este sol de la infancia.

«El poeta sevillano nos habla desde su exilio en Colliure», añade Fígaro. «A un paso de la muerte, lejos de su patria, enfermo, agotado. Y en ese último suspiro, nos devuelve a la niñez, al sol, al cielo despejado que lo vio nacer. Tristes guerras. Tristes armas. Tristes hombres». Concluye la visita. Aplaudimos agradecidos. Fígaro nos reprende. «¡Silencio! ¡Silencio!». Un trueno horrísono nos encoge el alma. Miramos al cielo desconcertados. Está despejado. Ni una nube a la vista. «Váyanse tranquilos», se burla. «Es solo el hilo musical».

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