
Crítica de libros | El intimismo de Giralt Torrente
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La confidencia, la familia, el arte de escribir y el de leer son los temas de estos inusuales textosEl de los artículos publicados en la prensa o en determinadas revistas es el género menos atractivo a la hora de presentarse en un volumen ... recopilatorio. Es imprescindible que el autor posea una voz muy particular, un estilo, una cierta originalidad para despertar el interés del lector por ese tipo de libros. Y, aún en esos casos, cuando esas recopilaciones responden a una gran diversidad temática, su interés suele ser escaso. Es preciso que ese autor nos interese mucho por otros libros que haya publicado anteriormente y que se inscriban en unos géneros más creativos: la novela, el relato, la poesía, el ensayo… El caso de Marcos Giralt Torrente y de 'Algún día seré recuerdo', su última entrega, constituye en este sentido una excepción por dos motivos de peso: porque estamos ante un autor que practica un intimismo inusual en la narrativa española, que sabe penetrar en un universo tan hermético como es el de la familia, y porque muestra una paradójica valentía para confesar su faceta menos heroica y más comprometedora en lo que concierne a su papel en ese mismo universo; valentía que, por otra parte, tiene que ver con la propia vocación literaria: con la doble exigencia de poner lo que Umbral denominaba «la propia carne en el asador» y de detectar dónde esa carne huele a quemado para ofrecérselo como un manjar al lector. A este último aspecto se debía de referir la teoría, atribuida a Hemingway, de que «el escritor lleva un detector de mierda incorporado».
No sé si Marcos Giralt Torrente lleva incorporado uno de esos detectores escatológicos, pero sí que señala siempre, de un modo sistemático e insobornable, en su prosa exactamente eso que otros autores ocultan igual de vergonzosamente que si fueran deposiciones. El mismo texto que da título al conjunto del libro es un auténtico alarde de esa exigencia y ese don literarios. En él vierte una sabrosa serie de confidencias a cual más triste y humillante sobre su miedo al dolor físico y su tendencia a eludir cualquier forma de enfrentamiento con los otros aún a costa de salir de forma poco digna y airosa de determinadas situaciones: «Yo fui un gallina durante toda mi infancia y creo que, más allá de que supiera enfrentarme con valor a circunstancias difíciles, lo seguí siendo en mi juventud y aún lo soy ahora, entrada la madurez» (página 248).
La verdad es que importa poco si esta supuesta confesión responde a una realidad autobiográfica o a la más impenitente coquetería del escritor. ¿No se advierte un algo de 'machada' dostoyevskiana en semejante 'streptease? Lo que de verdad importa -y esto también tiene que ver con la exigencia literaria tanto o más que la cuestionable sinceridad- es que el narrador está cogiendo por las solapas al lector con el objetivo, sin duda cumplido, de no dejarle escapar; de sustraer su atención de una manera total, diciéndole cosas que nadie le va a decir. Lo más interesante de este texto concreto está en su imbricación dentro del contexto familiar. El hombre que afirma «algún día seré recuerdo» no está preocupado por la inmortalidad sino por la huella que deje en su hijo, por la imagen propia que quede en la retina de este una vez que él ya no esté entre los vivos. Y, así, ese narrador admite que, desde que ha sido padre, fabrica «recuerdos futuros» pues el niño le impone una responsabilidad que resulta no solo verosímil sino probablemente consustancial a eso que se suele llamar 'una paternidad responsable'.
El libro de Marcos Giralt Torrente se halla repleto de esa clase de tesoros. El texto que lo abre, 'Isla de memoria', relata una experiencia en el Parque del Retiro que José Bergamín le contó en 1983, cuando él tenía 15 años y el conocido escritor 87. De las indagaciones que hace el autor años después se deduce que Bergamín se inventó esa historia o que la heredó de alguien de la misma manera que luego se la dejó a él en herencia. La reflexión metaliteraria, que está presente desde el inicio desde estas páginas y que surge en ellas como vivencia real, sin el menor atisbo de pedantería, es también la que las cierra. En el artículo final, 'Hacer real lo real', alude a la suspicacia del lector que, cuando se le presenta un texto declaradamente autobiográfico no puede evitar ir «al acecho de posibles invenciones» del mismo modo que, cuando se le presenta una ficción, no puede esquivar la tentación de buscar «el sustrato autobiográfico». Como se puede observar, Marcos Giralt Torrente, el hombre que dice esquivar las peleas, lucha en este libro con el lector lo que se dice cuerpo a cuerpo.
J. Ernesto Ayala-Dip
Hace doce años, en este mismo suplemento, reseñé la primera novela del escritor francés Tanguy Viel (Brest, 1973) , titulada 'Brest-París'. La reseñé porque, como hago con todos los libros que me llegan, los someto a una lectura en diagonal y si resulta que encuentro una o más frases que me indiquen buena literatura, sugiero su recensión. También me vale el resumen de la contraportada (Suelo descartar las novelas de supervivientes, de gente que con enconado esfuerzo se libran del mal que los condena a la infelicidad). En 'Brest-París' convergieron las dos circunstancias: la escritura sugerente y el tema: un chico de provincias que estafa a su abuela, millonaria, para irse a París durante unos años para escribir una novela, la misma que leemos; tambien sucede que a su padre, presidente de un club de fútbol, también lo estafa, solo porque es su padre y tiene un relativo poder. Pues bien, ahora Tanguy Viel vuelve a la palestra con una soberbia novela sobre el poder, sobre todo el que se ejerce contra las mujeres. Se trata de 'La chica de compañía'.
Laura, la protagonista, tiene 21 años y necesita vivienda y trabajo. Eso por una parte. Por otra, su padre, Max, que es boxeador todavía en activo a los 48 años, tiene un entrenador bien conectado con el 'establishment' de Brest, pues es amigo del alcalde de la ciudad. Max le comenta la situación de su hija a su entrenador y este a su vez se lo comenta al alcalde. El alcalde cita a Laura y le promete que hará lo que esté a su alcance. Un día se presenta en el domicilio particular de la chica, sin previo aviso. En el pequeño piso hay apenas una silla, una mesita y una cama. El alcalde se sienta en el borde de la cama, mientras Laura se mantiene de pie. El la invita a sentarse a su lado y pone su mano sobre la de ella. El resto se lo puede imaginar el lector.
Sucede que Laura no quiere que su padre se entere de nada de lo ocurrido. Lo quiere mantener al margen de la denigración que ha sufrido. Así y todo sucede que Max lleva a su jefe al mismo domicilio particular para saciar su apetito carnal. Todo lo que yo estoy contando al lector es lo que Laura le relata a los dos policías que la interrogan. Estos le preguntan por qué aceptó lo sucedido y ella les contesta que por su necesidad de trabajo y vivienda. Los policías dan por hecho que a Laura le ocurrió lo que le ocurrió por su culpa, no tanto por culpa de quien cometió el abuso. Ella les contesta que es verdad que ella aceptó la situación, pero que eso nunca puede justificar dicho abuso. Ella no dijo no, pero tampoco sí.
Lean este prodigio de examen ético del poder. Y reparen en su forma narrativa y estética. Mejor imposible.
Pablo Martínez Zarracina
Emmanuel Carrère cubrió el juicio de los atentados de 2015 en París para el semanario 'L' Obs'. Durante nueve meses asistió a las sesiones que se celebraron en una gran sala de contrachapado que hubo que construir en el Palacio de Justicia de la isla de la Cité. Aquello comenzó siendo el «juicio del siglo» en Francia, pero pronto la expectación y los testimonios estrella, como el del presidente Hollande, dejaron paso a la rutina procesal y el número de periodistas se fue reduciendo. Al mismo tiempo, quienes como Carrère no se perdían una sesión fueron componiendo una especie de pequeña sociedad en torno a la máquina de café del juzgado y en las mesas de Les Deux Palais, una 'brasserie' cercana. Había entre ellos prensa, fiscales y abogados, o sea, gente que estaba allí por trabajo, pero también supervivientes del Bataclan o las terrazas de los bares del este de París, familiares de víctimas asesinadas e incluso alguno de los acusados por colaborar incidentalmente con los terroristas que terminó siendo absuelto.
Lo que hace Carrère en estas crónicas es completar lo que va sucediendo en el juicio con lo que sucede fuera de la sala, de modo que testimonios y alegatos se enriquecen con perfiles personales y reflexiones sobre lo que rodea al drama de los atentados, desde la fragilidad de la vida hasta el alcance y el significado de la justicia. El resultado es magnífico. Algunas de las piezas han sido ampliadas respecto a su publicación original y es curioso comprobar cómo reunidas en libro adquieren un sentido y un vuelo renovados. Carrère despliega en ellas su conocido talento para ocuparse solo de los hechos y construir relatos vivísimos y significativos. Esta vez limita además su presencia biográfica por razones obvias que tienen que ver con las 130 personas asesinadas. Eso hace que la escritura se concentre en lo decisivo y el texto acumule una energía que de inmediato recuerda a las mejores páginas del francés. El secreto tiene también que ver con el punto de vista, que es honesto hasta lo incómodo y lo contradictorio. Cuando el principal acusado -el único terrorista vivo- le reprocha a la sala que todo lo que dicen sobre los yihadistas es la última página de un libro que no están leyendo desde el principio, el cronista recuerda el testimonio de un superviviente del Bataclán que solo quiere que el juicio sirva para que la experiencia de las víctimas sea un relato colectivo. En esa síntesis, Carrère encuentra el camino a seguir y lo completa llegando a extremos que pueden ser discutibles pero siempre son brillantes: «Escribir ese relato, leer el libro desde el principio… son dos ambiciones inmensas. Fuera de nuestro alcance, sin duda. Pero estamos aquí para eso».
Julio Arrieta
Que sin apenas promoción un ensayo de 1.446 páginas de letra apretada sea desde hace varias semanas el libro de historia más vendido en España es algo bastante notable. Se trata de 'El mundo, una historia de familias', del historiador británico Simon Sebag Montefiore, autor, entre otros, del también destacable 'Jerusalén, la biografía'. Como su título indica, este nuevo best seller 'silencioso' es una historia universal a través de las familias que se inicia con las pisadas de un varón y cuatro niños datadas hace casi un millón de años y concluye con los Trump, los XI, los Assad y los Kim. «La familia sigue siendo la unidad esencial de la existencia humana», escribe el autor, y contar la historia del mundo poniendo el foco en ella «es una manera de conectar los grandes acontecimientos con el drama de la vida humana individual, desde los primeros homíninos a nuestros días, desde el pedernal a los iPhone y los drones».
El mismo autor precisa que usa un concepto de familia muy amplio, tan diverso como lo ha sido a través del tiempo. Tampoco estamos solo ante una sucesión de grandes linajes, apellidos nobles y personajes ilustres. La historia de Enheduanna (2285-2250 a.C.), princesa y poeta, comparte páginas con dos esclavos, En-Pap X y Sukkalgir, cuyos nombres han llegado a nuestros días porque figuran en un registro contable. Cabe destacar que el autor ha procurado que su historia abarque todo el mundo, lo que explica el volumen desmesurado del libro, cuya bibliografía ha de cosultarse a través de una página web porque incluirla en el volumen lo habría convertido en inmanejable. Un índice onomástico de 42 páginas facilita la lectura, que se disfruta tanto si se hace de manera lineal como discontinua.
E. S.
'El dolor de los demás' es un gran libro. Y comparar lo que de ahí en adelante escriba Miguel Ángel Hernández con ese título no es muy justo, pero es lo que hay. 'Anoxia' toca también muchos temas -está el dolor, el duelo, la culpa, la muerte, podría haber un asesinato, se da mucha información sobre la costumbre de fotografiar a los muertos- y, sin embargo, no es hasta casi la mitad de la historia cuando el lector se siente de verdad concernido por todo esto. El relato del largo duelo de Dolores (su culpa, su soledad, su lucha contra el tiempo) suena a muy conocido. De la fotografía de muertos ya teníamos noticia, aunque aquí se desentrañan sus porqués de forma interesante, como se incide de manera interesante también en el efecto que un paisaje moribundo (el del Mar Menor) puede tener en el estado de ánimo.
I. E.
Stefano Mancuso pasa hoy por ser una máxima autoridad en un campo de estudio científico controvertido y polémico: el de la 'neurobiología vegetal', que se basa en la semejanza hipotética entre las plantas y la fisiología animal, o, dicho de otra forma, en la creencia poética de que los vegetales tienen nervios. Considerando que eso parte de una metáfora, no es extraño que Mancuso se haya pasado a la pura literatura y al más explícito antropocentrismo que pretende combatir. 'La tribu de los árboles' es una novela protagonizada por plantas y una fabulación sobre sus sentimientos y problemática, marcada por el cambio climático y que afectaría a sus 'neuronas' con el ascenso de las temperaturas, los incendios, las plagas de insectos o la falta de agua.
I. E.
Manuel Rui Azinhais Nabeiro nació 1931 en el Alentejo de una familia humilde y falleció en marzo de este año después de levantar un imperio con el café Delta. Es en ese empresario y político portugués en quien se centra la última entrega narrativa de su compatriota Peixoto, un libro a medio camino entre la biografía y la novela. Rui Nabeiro comparece cuando cumple 90 años y celebra ese aniversario con los suyos. La ocasión le da pie a rememorar una existencia que el novelista sabe convertir en la propia historia colectiva de Portugal. A través de un clásico retrato de clan familiar trufado de sólidas reflexiones sobre el paso del tiempo y la cercanía de la muerte, ese personaje intenta dar un sentido a su vida en el reencuentro festivo con sus descendientes.
I. E.
Use Lahoz nos brinda una novela centrada en la búsqueda de la identidad y la felicidad personales que vive una mujer, Sandra Martos, desde una problemática adolescencia en la que descubre sus propias inclinaciones lésbicas y asiste a la separación de su padres. El argumento está jalonado de encuentros vitales que hacen de esta una novela de iniciación: desde Isa, una monitora a la que Sandra conocerá en unos campamentos hasta Jimena, una muchacha de la clase media alta que la liberará de una forma definitiva de sus sentimientos de culpa y le abrirá las puertas del deseo y la alegría de la transgresión. Los libros y el cine tienen una gran presencia en la vida de este personaje tanto para descubrir los paraísos como para afrontar la dura pérdida de estos.
I. E.
Publicada por primera vez en 2006, esta es la novela que abrió la larga serie del detective Víctor Ros creada por Jerónimo Tristante. Algaida recuperada ahora ese primer caso protagonizado por el delincuente que se convirtió en subinspector de Policía en el Madrid del siglo XIX. Fiel a varios de los tópicos del género, una obra literaria (la 'Divina Comedia' de Dante) comparece como misteriosa inspiradora de una serie de asesinatos que varias mujeres de distintas épocas cometieron entre los muros de la casa que da título al libro. Las víctimas no fueron otras que sus maridos. Dicho misterio se mezcla en la trama argumental con otro tópico del género: la ayuda que a Víctor Ros le solicita una amiga prostituta cuando mueren asesinadas dos de sus compañeras.
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