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Reconstrucción de la máquina de Babbage perfeccionada por Lovelace.
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La creación del primer software

Ciencia ·

Una obra universal. Matemática e hija de Lord Byron, Ada Lovelace se adelantó en 1843 con un mecanismo capaz de resolver cuestiones de álgebra y problemas lógicos

luisa idoate

Viernes, 24 de julio 2020, 21:04

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La religión para mí es la ciencia y la ciencia es religión». Lo proclama en el siglo XIX la matemática Ada Augusta Lovelace (1815-1852), diseñadora del primer programa informático de la Historia. Una mujer rompedora e inusual en la época victoriana. Su madre, Anna Isabella Milbanke, es matemática y activista, y le enseña álgebra, cálculo y geometría, con «severa disciplina» para evitar las «triviales» tendencias literarias y los «vapores de la fantasía» a los que achaca la disoluta vida de su padre, Lord Byron. Ada no lo llega a conocer. Mientras ella gatea, él se divierte en la Villa Diodati de Suiza retando a Percy, Polidori y Mary Shelley a escribir una historia de terror. Solo está casado un mes con 'la princesa de los paralelogramos', como llama a su esposa. Al morir, ella revela a su amiga Harriet Beecher Stowe, autora de 'La Cabaña del tío Tom', los motivos de la ruptura conyugal: él comete incesto con su hermanastra Augusta Leigh y es bisexual. A cambio de su silencio, ella se queda con la hija. La blinda ante todo recuerdo e influencia del poeta y su amante, cuyo nombre elimina: la llama solo Ada. La instruye con el matemático inglés William Frend y su colega y astrónoma la escocesa Mary Fairfax Sommerville. Ella le instala un telescopio junto a la cama, donde pasa mucho tiempo por su mala salud; con él calculan las distancias entre constelaciones y la velocidad a que viajan las estrellas. En 1833, como regalo por su 18 cumpleaños, la lleva a una velada del matemático Charles Babbage y marca el rumbo de su vida.

Sus aportaciones

Se impresionan mutuamente. Encajan a la primera. Él, excéntrico inventor de 44 años y profesor de Cambridge, la llama 'la encantadora de los números'; ella se interesa por su motor diferencial para cálculos núméricos. El científico tiene otro proyecto en la cabeza: construir la máquina analítica que ejecute operaciones automáticamente, con las órdenes propicias en cada momento. Superará a las calculadoras de Pascal y Leibniz, simples ábacos mecánicos. Será de madera y metal, impulsada a vapor. La presenta en una conferencia en la Academia de Ciencias de Turín, en 1842. Entre el público está el matemático Luigi Menabrea, ingeniero militar italiano y futuro ministro de Marina y Fomento y senador vitalicio de ese país, que publica el artículo 'Notions sur la machine analytique de M. Charles Babbage'. Sabedor de su dominio del francés y de las matemáticas, el inventor encarga a Ada Byron traducirlo al inglés y la anima a incluir sus propias aportaciones. Lo hace.

Añade al texto sesenta hojas con comentarios y precisiones personales, etiquetadas de la A a la G, que triplican el contenido original y lo mejoran. En una de sus notas, defiende que el invento de Babbage es mucho más que una calculadora rápida y precisa de operaciones complejas, como él cree. Lo demuestra creando un algoritmo para ella: el 'Diagrama para el cálculo de los números Bernoulli', objetivo perseguido por los matemáticos desde el siglo XVII, dada su importancia en la elaboración de cartas de navegación y proyectos de edificios y planos de superficies tridimensionales. Para lograrlo, incorpora a la máquina las tarjetas perforadas inventadas por Joseph Marie Jacquard en 1805 para tejer bordados y brocados en los telares; permiten mover los hilos independientemente y conseguir el dibujo deseado. Conoce el método, de niña su madre le lleva a visitar las fábricas con equipamientos tecnológicos punteros. Con él puede reutilizar las tarjetas encargadas de determinados procedimientos matemáticos cada vez que estos sean necesarios, en un mismo programa y de modo simultáneo y paralelo. Además de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, puede introducir álgebra y programas lógicos.

Publica su hallazgo en 'Taylor's Scientific Memoir', en 1843. Lo firma con sus iniciales, AAL, para evitar que se minusvalore por ser mujer. No es la única, es una argucia habitual en la época. En 1818 Mary Shelley publica 'Frankenstein' anónimamente; en 1811 Jane Austen rubrica 'Sentido y sensibilidad' como 'una dama'; y a mediados del XIX las tres hermanas Brönte reivindican su compilación de poemas con nombres masculinos: Currer, Ellis y Acton Bell.

Incorporó al ingenio de Babbage las tarjetas perforadas inventadas para tejer bordados y brocados en los telares

Veto académico

Babbage la alaba en sus memorias. «Las notas de la condesa de Lovelace extendieron más de tres veces el resumen original de Luigi Menabrea. Su autora había estudiado totalmente casi todas las cuestiones tan dificultosas y abstractas relacionadas con la materia. Estos estudios proveen, a aquellos que son capaces de entender el razonamiento, una completa demostración de que el total de los 77 desarrollos y operaciones del análisis son ahora susceptibles de ser ejecutados por la máquina». Es su mentor. Por su mediación, Ada estudia en la Universidad de Londres con el matemático Augustus de Morgan, que dice de ella: «Si algún estudiante a punto de entrar en Cambridge hubiera demostrado un poder semejante… habría profetizado que estas aptitudes lo harían un investigador original, quizás una eminencia». Pero la que muchos llaman 'notable visionaria' no puede usar bibliotecas superiores, por ser mujer. Ninguna puede. Zúrich es la universidad europea pionera en admitirlas, en 1867; y Sofia Kovalévskaya la primera doctora en Matemáticas, en 1874. Ada Byron no hubiera accedido a los fondos de la Royal Society de Londres sin su marido, William King, conde de Lovelace; se hace miembro del club para conseguirlo, con limitaciones. Con él tiene una hija y dos hijos, Anna Isabella, Byron y Ralph Gordon, y un acuerdo: su prioridad será siempre la ciencia. Detrás del trato parece estar su madre: no en vano Ada aporta un notable patrimonio al matrimonio.

No pudo usar algunas bibliotecas por ser mujer; su marido se hizo socio de la Royal Society para proporcionarle libros

Un lenguaje propio

El descubrimiento de Lovelace no surge porque sí, indica Capi Corrales, profesora de Álgebra de la Universidad Complutense. «Está ligado al proceso de acceso al conocimiento académico, científico y matemático en particular, de las mujeres del siglo XIX». Entonces no existían teléfonos ni ordenadores, y tuvo que inventar su propio lenguaje, aclara, en el que influyeron los grandes maestros que tuvo: De Morgan, uno de los más importantes lógicos matemáticos, y Mary Fairfax Somerville. «El aprendizaje con ellos le posibilitó escribir lo que escribió, pensar lo que pensó y vaticinar lo que vaticinó».

Ada es la obsesión de su madre, que encarrila su vida de la cuna a la tumba y la aleja de la sombra paterna. Trata con morfina, opiáceos y alcohol su depresión tras el tercer parto; y se aferra a la superchería del mesmerismo, que oferta para ello la imposición de manos y los imanes y está muy de moda entre la alta sociedad británica. Los barbitúricos le crean dependencia y alternancia de éxtasis y abatimiento, de los que la científica culpa al «exceso de matemáticas». Un cáncer de útero la mata en 1852. Para Anna Isabella Milbanke, la agonía de su hija es una maldición de ultratumba de Lord Byron. «Su padre le había enviado la enfermedad y la había condenado a una muerte temprana», dice en su biografía. Pero Ada pide que la entierren con él. Había sabido de su existencia con ocho años, cuando muere luchando por la independencia griega contra los otomanos. Se despide de ella en un poema: «Es tu rostro como el de mi madre, ¡mi hermosa niña! ¡Ada! ¿Única hija de mi casa y de mi corazón? Cuando por última vez vi tus azules ojos jóvenes, sonrieron, y después partimos no como ahora lo hacemos, sino con una esperanza». Sus tumbas los unen de nuevo.

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