Las bruñidoras gemelas Zapaburu
Publicaron una novela en la que el padre del nacionalismo vasco es un agente secreto en el estilo James Bond
Las hermanas Zapaburu Liburujatera son gemelas idénticas de belleza difícil, poseen mentes complementarias y practican el arte de bruñir con una peculiar técnica de frotamiento. Esta noche han alcanzado el cénit de tan apasionada afición sobre el broncíneo objeto de su deseo.
Nacieron en 1965 en la aldea vizcaína de Peto-Peto dentro del seno de una familia cuya considerable riqueza se amasó a lo largo de generaciones de traficantes de esclavos en ultramar. Las bautizaron en la ermita de Nuestra Señora de la Mitosis con el mismo nombre en euskera y castellano: Miren Azia y María del Abismo. De su educación, en régimen de internado, se ocuparon las monjas del colegio Brown Sugar, quienes les inculcaron, en la obligada lengua castellana, un obsesivo catolicismo y el amor excluyente por la patria vasca.
En 1977, después de la expulsión del internado por el repetido maltrato a las escasas compañeras 'belarrimotzas' (maquetas), su tío materno Sereno Liburujatera pasó a ocupar una posición determinante en sus vidas. Sereno era un jeta politoxicómano, sin oficio ni beneficio, que vivía de gorra en la opulenta casa torre familiar. Apodado Monotema, se movía como una mosca cojonera en torno a los grupos del incipiente rock vasco, a los que intentaba endilgar sus infumables letras de canciones protagonizadas sin excepción y en los más extravagantes roles por su idolatrado Sabino Arana Goiri. El deslumbramiento de Monotema por el pensador independentista se forjó a través de la exhaustiva y arrebatada lectura de las obras completas de Arana, alineadas en balda prominente de la biblioteca de la torre. Lo que más le gustaba era leer las piezas líricas encaramado a una almena tras comerse un tripi. Sereno transmitió a sus esquinadas sobrinas la pasión por los volúmenes del prócer. El entregado estudio de tantas páginas memorables dio la vuelta a las cabezas de Miren Azia y María del Abismo: les descubrió una manera diferente de concebir el mundo y de su destino.
Unos años después, la querencia por la literatura de ficción de dudoso gusto y el deslumbramiento por Sabino las decidió a escribir al alimón su primera novela. Por supuesto, la protagonizaba Arana, convertido en un agente secreto, inspirado en James Bond (aunque célibe y piadoso), que resuelve peligrosísimas misiones al servicio de Bizkaia y en contra del opresivo imperialismo español. La titularon 'El mañana nunca llega a Peto-Peto'. Bajo el ala del influyente clan Zapaburu, la fundación del partido guía sufragó la publicación del libro en la Editorial Potoka (de la traducción al euskera se ocupó el padre Gel, capellán de la familia). La novela, a pesar del intenso apoyo de lanzamiento, fue calificada de bodrio y pasó sin pena ni gloria. El fracaso debilitó el ya de por sí frágil equilibrio mental de las gemelas. Después de este golpe cayeron en la autoedición de varios subproductos más y de un horrendo cómic que dibujó la Típex, antigua novia de Monotema.
La decepción que sufrieron por el ostracismo hacia 'El mañana nunca llega a Peto-Peto' coincidió con el inicio de su actividad como bruñidoras. En un primer momento y sirviéndose del aceite usado de la freidora, sacaban brillo con las manos a pequeños objetos metálicos. Poco a poco comenzaron a quitarse ropa durante los aceitados y a usar distintas partes del cuerpo para los frotamientos, pero sin lascivia alguna. De hecho, las Zapaburu vivían al margen del sexo, eran vírgenes vitalicias y abominaban de la idea del coito. Utilizaron por primera vez sus pechos como aljofifa con el mosquetón reglamentario del tatarabuelo Rosco en la primera 'carlistada'.
La inauguración en 2003 de la estatua en bronce de Sabino Arana paseante en los Jardines de Albia de Bilbao dictó en sus mentes la alta gesta bruñidora a cuyo cumplimiento estaban destinadas desde antes de leer al padre adalid. Como exitoso ensayo escogieron una pieza sin implicación emocional, de acceso más sencillo en noche cerrada y sin pedestal. Bruñeron la escultura de Ramón Rubial con aceite de colza semirrefinado y en 'top-less', mas con tupidas bragas.
La noche de autos, provistas de escalerilla de mano y de un bidón de diez litros con una mezcla de aceite de oliva extra virgen, de clavo, de bergamota, de linaza y lubricante para maquinaria pesada, oraron al pie de la estatua de Sabino; en la plaza no había ni Dios. En reverencial silencio desnudaron por completo sus inmaculados cuerpos de pubis intonsos. Acto seguido procedieron a embadurnar con el oleoso mejunje cada centímetro cuadrado de su piel y pelo. Ya encaramadas a la figura, bruñeron el bronce con minuciosa devoción y alcanzaron el éxtasis.
La patrulla de Policía que las detuvo, flipó. Para meterlas en el coche las envolvieron en plásticos de manufactura vasca. Camino de la comisaría, las gemelas Zapaburu convinieron, sin necesidad de palabras, que su siguiente objeto de deseo sería el puente colgante. Sabían de buena tinta que Sabino tuvo que ver con su construcción.