'Botiquines'
Amalia siempre se ha sentido una niña diferente, única, por sus problemas de salud. Vive en su mundo hasta que una doctora logra conectar con ella
Álex Oviedo
Viernes, 15 de agosto 2025, 23:55
Se llamaba Amalia García aunque en la escuela la apodaban 'Botiquines'. De aspecto débil, piel blanquecina y cabello ralo, la niña tenía una enfermedad que ... la golpeaba de variadas formas y obligaba a llevar a clase un pequeño neceser con medicamentos. Para la tos, el estómago, la fiebre, los dolores de cabeza... Prescripción facultativa, decía. Y de mi madre, añadía después con aire resignado y el conocimiento que da la reiteración.
Aquella serie de dolencias se había iniciado al cumplir la pequeña un lustro de vida. Lo que aparentaba ser una fiebre vulgar acabó captando la atención de los médicos que vieron en sus síntomas -vómitos, ardor extremo, rigidez en el cuello- el principio de una meningitis. Fue ingresada de urgencia en el hospital, donde, tras días de infructuosas pruebas, la mandaron a casa. Si le vuelve a pasar, vengan enseguida, les recomendó el doctor. A partir de ahora la tendremos bajo supervisión médica.
La madre, amante de la fitoterapia, comenzó a tratar a Amalia con bebedizos, hierbas y vitaminas extraídas de las raíces de algunas plantas. Para ella, el origen de los males de su hija estaba en sus constelaciones familiares, por más que los médicos se empeñaran en atiborrarla de drogas y sustancias químicas que sanaban temporalmente un daño pero, a la larga, provocaban otro; a veces incluso peor. Eres una niña especial, le decía, fruto de un amor intenso y puro. No dejaré que te traten como un conejillo de indias. Al tener el chakra alterado, los síntomas de Amalia se curarían gracias a un cuidadoso proceso en el que mezclaría las plantas medicinales -ginseng, astrágalo, albahaca sagrada, reishi y otros nombres que a Amalia le parecían procedentes de tierras remotas y usados por un hechicero-, la meditación -que la mantenía en un estado de constante serenidad- o la acupuntura -que ayudaría a estimular las fuerzas vitales del cuerpo de la pequeña-. Es una poción mágica, les decía a sus compañeros cuando la observaban salir de clase para tomarse alguno de aquellos brebajes. Como la de Astérix, apuntaba ilusionada.
Los remedios alternativos de la madre no consiguieron, sin embargo, que Amalia se recuperase. Seguía con constantes alteraciones estomacales, su piel se llenaba de eccemas y sarpullidos, sufría abundantes y dolorosas migrañas, notaba hormigueo en las piernas. Viendo que se mantenía en aquel estado, el padre optó por llevarla a varios especialistas. Puedes seguir tratándola a tu manera, le dijo a su esposa, pero lo que sufre nuestra hija no es normal. Hay que tomar una decisión. Porque el dolor saltaba de una parte del cuerpo a otra sin que hubiera un motivo para ello. Tiene que ser algo psicosomático, opinó una tarde uno de los galenos a los que visitaron. Habrá que hacerle más pruebas.
La joven, por su parte, parecía no dar importancia a las distintas indisposiciones, ni siquiera al dolor; tampoco a los viajes que hacía con su familia para visitar a especialistas que estudiaban su cuerpo. Se reproducía un pinchazo en la boca del estómago que le obligaba a ir con frecuencia al baño, perdía peso, era incapaz de probar bocado. Quizás tenga el colon irritable, le dijo el médico; o principio de la enfermedad de Crohn. ¿Saben si es intolerante a la lactosa? ¿Al gluten? Les daremos cita para el gastroenterólogo.
Del estómago las reacciones pasaban a la piel, enormes ronchas rojas cubrían sus brazos, como si diminutas arañas o mosquitos hubiesen desfilado por ellos. O se le agrietaban los labios, formando diminutas costras. Una mañana apareció en clase con una pomada que le pintaba la parte superior de la boca de morado. ¿De qué te has disfrazado hoy, 'Botiquines'? ¿De mosquetera?, le preguntaron sus compañeros entre risas. De espía, respondió ella; vengo de incógnito.
Su vocabulario se llenó de términos como escáner, resonancia magnética, análisis de heces, colonoscopia, electrocardiograma… Palabras que parecían esconder algún significado críptico, exclusivo, propio de una persona tan singular como ella.
En una ocasión notaron que su cuerpo se volvía transparente, que perdía peso aunque mantuviera aquella dieta moderada en grasas y azúcares, abundante en frutas, verduras y proteínas. Necesita las vitaminas que nos ofrece la naturaleza, el agua y el sol, el frío y el calor, insistía la madre. Las radiaciones solares son peligrosas para una niña como ella, negaban los médicos. Se le ha decolorado la piel y quebrado las uñas: puede que estemos ante la enfermedad de Raynaud. ¿Ha sido sometida su hija a un frío extremo o a estrés emocional? Y la pequeña aplaudía. Me estoy volviendo invisible. Como el personaje de una novela.
Finalmente, tras un escáner descubrieron lo que parecía un tumor, indetectable hasta entonces, que afectaba al colon y se extendía por el peritoneo.
- ¿Cómo puede ser? ¡Si llevamos años sin salir del hospital! No es posible que no lo hayan visto antes, se lamentó la madre.
- Aún estamos a tiempo, se excusó el doctor. Pero tendremos que darle varias sesiones de quimioterapia. Y a la larga quizás radio.
Tantas visitas al médico, tantos especialistas, clamaba la madre. 'Uno cura; dos dudan; tres, muerte segura'. Hemos empujado a nuestra hija hacia lo peor.
Comenzó a caérsele el cabello tras las primeras sesiones. Le raparon la cabeza. Amalia se miraba en el espejo sin mostrar que aquello le molestara. Parezco la luna llena, decía. O una alienígena. Y al regresar a la escuela presumía de haber sido abducida por los extraterrestres que la habían devuelto a la Tierra al entender que su cuerpo tampoco ellos podían tratar.
En una de las visitas al hospital fue cuando la pequeña conoció a la doctora Arriaga.
- ¿Cómo te sientes, cariño?, se interesó.
Amalia sonrió con gesto confuso: era la primera vez que uno de aquellos médicos a los que había estado viendo durante años le hacía semejante pregunta.
- Rara, dijo. Como si se moviera el cuerpo dentro de mí y me dividiera.
- ¿Te duele?, le preguntó.
- A veces. Pero me dicen que sea fuerte.
- Te voy a explicar lo que vamos a hacer. Es un nombre difícil, catéter venoso permanente, pero en realidad, y no debes decírselo a nadie, es como una antena para que te comuniques con nosotras. ¿De acuerdo?
Amalia asintió. La médica se presentó a los padres.
- A partir de ahora seré yo quien se encargue de la niña.
Y luego, dirigiéndose a ella.
- Puedes llamarme doctora Arriaga; o Ana, si lo prefieres.
- A mí en clase me llaman 'Botiquines', confesó la cría.
- ¿Y te gusta?
- Bueno…, me hace sentirme diferente.
- Porque lo eres, dijo; pero yo te llamaré Amalia. Es un nombre muy bonito. Ahora voy fuera a hablar con tu familia mientras la enfermera te coloca la antena. Si sientes algo de dolor o te encuentras débil, me lo dices, ¿vale?
- No les voy a mentir, anunció la doctora muy seria al quedarse a solas con los padres. Su hija no mejora. La quimio no está dando los resultados que esperábamos. Pero ella parece tranquila. ¿Suele quejarse del dolor?
- Apenas, respondió el padre. A veces hace gestos con la cara, pero nunca protesta. Al contrario, lo asume todo como una prueba. O como un juego. Repite a menudo que es especial.
- Lleva años enferma y nadie ha sabido explicar el motivo. Nos han dicho que es un tumor, pero no la causa, recalcó la madre.
- Estamos casi seguros de que el cuerpo de Amalia está sufriendo un fallo multiorgánico. Y tenemos que dar con su origen.
- ¿Y entonces?, preguntó el padre.
- De momento vamos a tratar de mejorar la vida de su hija. No quiero engañarles: el proceso no va a ser fácil, en particular para ustedes. Intentaremos aliviar su dolor en la medida de lo posible, ya sea físico o psicológico. Sabrán que el dolor es provocado por múltiples variables en las que se mezcla lo emocional, lo social, lo psicológico, lo espiritual… Es necesario, por tanto, no centrarse sólo en lo físico, quizás el cuerpo de Amalia esté reaccionando a factores que no podremos curar únicamente con medicamentos. Lo que les sugiero es que no transmitan el sufrimiento por la enfermedad delante de su hija. Que siga creyendo que lo que está viviendo se debe a que es distinta. A que es única. De momento, voy a hablar con ella. Les dejo unos minutos a solas para que piensen en lo que les he dicho.
Cuando la doctora regresó a la unidad en la que había dejado a la niña, la encontró observando con detenimiento las paredes de la sala.
- ¿Qué haces, cariño?
- Creo que la antena que me han puesto no funciona. He intentado comunicarme con usted, pero no hay señal.
- Porque aún no la han conectado con la central. Tardará aún unos días, pero no te preocupes. ¿Querías algo?
- Me preguntaba, murmuró Amalia, vacilante.
- Qué te preguntabas…, tranquila, puedes decírmelo.
- Es que, no sé…, ¿podré llegar a ser de mayor como usted?
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