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Bizarro

Sábado, 30 de diciembre 2017

El adjetivo ‘bizarro’ ha experimentado a lo largo de su historia una curiosa transformación semántica. En sus orígenes medievales aparece cargado de connotaciones positivas (’valiente, generoso, aguerrido, bello, elegante’) que se van ampliando con el tiempo hasta convertirse en el elogio por excelencia tanto para personas –desde la doncella descrita en el ‘Quijote’ como «tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda que a todos puso en admiración su vista» hasta los «sujetos bizarros en quienes lo poco luce mucho, y lo mucho hasta admirar» que menciona Gracián en el ‘Oráculo manual’– como para cosas, si bien referido a estas se reduce a sus cualidades estéticas («fuimos a visitar un bosque de piedras bizarras», escribe Neruda en sus ‘Memorias’). Hoy prácticamente nadie lo entiende así. Quienes conocen su verdadero significado apenas lo usan, y quienes lo usan le dan el significado de extraño, estrafalario, raro, singular, anómalo o grotesco, lo que no significa necesariamente que siempre tenga sentido despectivo. Podría decirse que lo ‘bizarro’ constituye toda una categoría del gusto, especialmente en determinadas áreas de expresión artística. Este valor adquirido recientemente por el adjetivo se acerca más al sentido el francés y el inglés han dado a ‘bizarre’ desde hace siglos. En realidad el ‘bizarro’ elogioso ha sido una rareza –¿una bizarría?– del español, corregida por unas generaciones jóvenes a las que les parece inexplicable que la nueva acepción de ‘bizarro’ siga llamando a la puerta de los diccionarios sin obtener respuesta.

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