De Barthes a Sartre
Homenaje ·
Francia conmemora los 40 años de la muerte de dos de sus grandes intelectuales, que tanto influyeron en el pensamiento modernoabraham de amézaga
Viernes, 10 de abril 2020
Los que separaba una generación. Y algo más. Pero también los unían muchas cosas. Roland Barthes había venido al mundo en 1915, justo diez años después que Jean-Paul Sartre. No solo les dividía una década, sino a buen seguro más de una discrepancia -algo muy común entre hombres de letras, y que contribuye a discernir la visión del mundo-, como cuando el primero dijo aquello de que los intelectuales eran el «desecho de la sociedad, el desecho en sentido estricto».
Si bien Sartre tuvo un papel destacado en el pensamiento galo a partir de los años cuarenta de la pasada centuria, su influencia es notoria en Barthes, a quien a finales de 2002 el museo Pompidou de la capital francesa le dedicó una completa muestra que repasaba el conjunto de su universo, el «del crítico más original de su generación», como alguien lo denominó con acierto, por los temas que trató. Y es que disertaba sobre historia o pintura…, hasta de temas tan triviales para la mayoría como el Citroën DS, los anuncios de jabones o la revista 'Elle'.
A pesar de adentrarse en las letras rozando los 40 -tenía 38 años-, le dio tiempo para escribir una quincena de libros, entre ellos 'El grado cero de la escritura' (1953), en el que teoriza sobre la Literatura, así como una obra que se convertiría en clave en el terreno de la Semiología, 'El sistema de la moda' (1967), donde reflexiona sobre el vestir. Y es que Barthes, «de manera voluntaria, no obedece a la moda; al contrario, la gobierna», como apuntaría Philippe Dulac. Para el primero de nuestros protagonistas, que había sido iniciado en la Lingüística y el Estructuralismo por Greimas, podíamos ser perfectamente ignorantes -reivindicaría ese derecho-. Estamos pues ante un pensador militante, que nunca dejaba a nadie indiferente, como cuando señala que el lenguaje es fascista.
Etapas docentes
Interesado por el Nouveau roman y, en concreto, por las obras de Alain Robbe-Grillet, para el anecdotario su vida estaría relacionada con el País Vasco francés, concretamente con las localidades de Bayona, en la que transcurrió parte de su infancia, y que le homenajearía con motivo del centenario de su nacimiento, en 2015, y Biarritz, donde daba clases en un liceo el año del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Sartre ejercerá igualmente de profesor, como cuando enseña Filosofía en Le Havre, antes de ser enrolado por el Ejército francés como meteorólogo, cayendo más tarde en manos del enemigo, que lógicamente lo encarcela. Inspirado por maestros como Freud, Kierkegaard o Heidegger, lo que le interesa, como se sabe bien, es la condición humana. Ahí está su gran obra 'El ser o la nada' (1943), su primera filosófica -fue un fiel seguidor de la escuela fenomenológica-, disciplina que compartiría, por ejemplo, con otras, como el teatro ('Las moscas', 'A puerta cerrada'…).
Entre sus reflexiones, recordamos algunas, como la de que «el hombre está condenado a ser libre», o que este «tiende a contar su vida más que a vivirla. Lo ve todo a través de lo que cuenta, y pretende vivir su vida como si fuese una historia. Pero hemos de elegir entre vivir nuestra vida o contarla». Porque una de las características de los seres humanos es que «no sabemos lo que queremos y, sin embargo, somos responsables de lo que somos. Esa es la verdad», apuntaba quien fuera pareja de Simone de Beauvoir, una de las grandes liberadoras del pensamiento femenino y gran modelo para muchas mujeres; dos asiduos del café Les Deux Magots, en Saint-Germain des Prés. Y allí, en el corazón intelectual parisiense, le llegará la noticia de su concesión del Premio Nobel de Literatura en 1964. Por todos es conocido su rechazo.
Influencia recíproca
¿Qué relación podríamos establecer entre Barthes y Sartre? La última obra del estructuralista, 'La cámara lúcida' (1980), está dedicada al libro 'Lo Imaginario' (1940) del filósofo; iniciativa generosa de quien a lo largo de su existencia no negará gestos de filiación sartriana, pero que sin duda tendrá voz propia y definitoria. En el diálogo de los dos, «se pueden observar trazos de singularidad de Barthes, entender lo que es para él una influencia, una filiación, una transmisión, una encarnación», como señalaba la especialista barthiana Marielle Macé en el transcurso de una conferencia en el Pompidou, coincidiendo con la gran exposición de hace más de tres lustros a la que hacíamos referencia al principio. Y añadía que «Sartre no es ni un maestro ni un adversario, sino una especie de umbral, o de llave que permite a Barthes penetrar en el debate». Influido, sí, sin duda, pero con un discurso y una manera de actuar propias; como por ejemplo a nivel político, bastante más discreto que el autor de 'La náusea' (1938).
Ambos pensadores fueron «dos modelos de intelectuales y dos modelos de movilidad intelectual perfectamente simétrica», según Thomas Pavel, y a los que les unió de modo claro e irrevocable el momento de partida de este mundo: la primavera de 1980. Una tarde de febrero de ese año, al salir Roland Barthes del Collège de France, donde era profesor, y en el que había ingresado a propuesta de Michel Foucault, fue atropellado por una camioneta. Fallecería a causa de aquellas heridas un mes más tarde en el Hospital Pitié-Salpêtrière; escasas tres semanas antes de que Jean-Paul Sartre cerrara los ojos debido a un edema pulmonar. En menos de un mes, el pensamiento francés y, por ende europeo, se quedaba sin dos de sus grandes figuras.