El arte de la fuga
Luis Manuel Ruiz
Sábado, 14 de junio 2025, 00:00
Nadie comprende por qué mi padre, el viejo Bach, maestro de capilla del príncipe de Anhalt-Cöthen, Cantor de Santo Tomás, invirtió sus últimos años ... en esas partituras extrañas que acaban de aparecer en los legajos, pentagramas y más pentagramas de melodías descoyuntadas que casi ni son melodías, notas ametralladas por la línea de si y la línea de la y enfrentadas a tantas otras de las líneas más bajas como en un cruce de disparos, combinaciones abstractas de sonidos que no fueron concebidos para ningún instrumento, sino que hablan directamente al órgano de la música que todos guardamos en nuestra cabeza. Corales, fugas, variaciones, partitas y cánones, todos de su puño y letra, en una caligrafía elástica y flexible como para echar a volar de golpe. Veo que algunos de ustedes se miran entre sí y dudan: un canon es la repetición al infinito de una voz que asciende o desciende o se extravía, perseguida por una segunda voz, o más, que intentan darle caza; en la fuga esas voces sólo avanzan en línea recta, en ángulo recto, en medio de una geometría rígida de interrogaciones y respuestas.
Alguna vez, frente al fuego, mi padre mencionó episodios de niñez en los que no le gustaba detenerse: una casa húmeda, la oscuridad de una cocina, muertes que, como los hongos, se iban filtrando despacio hacia el interior de las habitaciones. Desde muy temprano había aprendido a refugiarse en el clavicémbalo del salón, y siempre que el silencio amenazaba con tenderle una emboscada, pulsaba una escala y tañía la contraria y remontaba las octavas e iniciaba un contrapunto y de pronto (él me lo dijo) la línea recta se elevaba en el aire del recinto y se hacía línea quebrada y se encontraba con la línea paralela que venía del otro lado y tendían una arcada y un dintel y una cornisa y una balaustrada y los sonidos iban ascendiendo y la casa era un pabellón y el pabellón era un palacete y el palacete era una basílica y entonces él tenía espacio para correr y correr sin tropiezos, y escapar de los cuartos húmedos de modo que nadie, ni su severo padre, ni los fantasmas de los niños que había visto morir sucesivamente, como notas recién apagadas, sobre el lecho de parto, pudieran atraparlo.
Él está ahí dentro. Lo que han enterrado esta mañana, ustedes me perdonen, era sólo para las visitas.
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