Amaia Iglesias, en un acto conmemorativo dedicado a Antonio Machado en Segovia EFE
Lecturas

Amalia Iglesias, el verso frente al metaverso

Golpe a golpe. ·

'Tampoco yo soy un robot' es un manifiesto poético frente al proceso de deshumanización apoyado en la alta tecnología

Carlos Aganzo

Sábado, 8 de marzo 2025, 00:32

Nos inquieta la inteligencia artificial. Nos entretiene y nos asombra, pero también nos engaña, nos desazona. Y reaccionamos frente a ella, como siempre hacemos ante ... todos esos cambios que ofrecen dudas sobre si en verdad evolucionamos o es que caminamos hacia el desmoronamiento. A favor, en contra o, en todo caso, como denuncia de sus efectos secundarios, el arte también responde, con la poesía a la cabeza: más largueza de miras frente a la estupidización; más y mejor palabra como barricada ante el algoritmo; más humanidad ante el programa general de transhumanización.

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Este es el caso, con toda su profundidad de campo, del último libro de poemas de la escritora, filóloga y periodista cultural Amalia Iglesias, 'Tampoco yo soy un robot', publicado por Vaso Roto. Un a modo de sinfonía poética, articulada en cuatro partes, desde la Letanía hasta el Réquiem, donde la autora levanta la voz para preguntar y preguntarse sobre una de las mayores incertidumbres de nuestro tiempo. Y sobre la rehumanización necesaria, en el más amplio sentido del término, para afrontarla. En defensa de la inteligencia natural frente a los abusos y la opresión del algoritmo.

La última entrega de una poeta de voz personal e ininterrumpida, que comenzó su carrera siendo niña, cuando a los diez años ganó el concurso de poesía de la escuela de su pueblo, Menaza, en Palencia, el lugar donde vino al mundo en 1962. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto, sus inicios literarios tuvieron lugar en Bilbao, donde publicó su primer poema en la revista 'Zurgai'. Después vivió unos años en Madrid y actualmente está afincada en Salamanca. En 1984, de manera deslumbrante, Amalia Iglesias ganó el Premio Adonais y publicó su primer poemario, 'Un lugar para el fuego', al que seguirían otros como 'Memorial de Amauta' (1988), 'Mar en sombra' (1989) o 'Dados y dudas' (1996), antes de que apareciera su primera poesía reunida en 2003, en el volumen 'Antes de nada, después de todo'. Ese mismo año se publicaría 'Intravenus, mano a mano con Dolores Velasco', y más tarde vendrían 'Lázaro se sacude las ortigas' (2005), con el que obtuvo el premio Francisco de Quevedo; 'Poemas sin más' (2007); 'Tótem espantapájaros' (2016) y 'La sed del río' (2016), ganador del premio Ciudad de Salamanca.

Como filóloga, Amalia Iglesias se ha mostrado como una firme defensora de la obra de Antonio Machado, como presidenta ejecutiva, en 2007, de la comisión nacional para la conmemoración del centenario del poeta en Soria, o con la edición, en 2010, del volumen 'Poetas a orillas de Machado', en el que siguió la huella del autor de 'Campos de Castilla' entre los poetas actuales. Y también de su amiga y en gran manera discípula María Zambrano, sobre la que publicó el libro 'María Zambrano: algunos lugares de la pintura'. Y como periodista cultural ha codirigido la revista 'La alegría de los naufragios', ha coordinado durante años la página de poesía 'Contemporáneos', en ABC Cultural, así como el suplemento 'Culturas', de Diario 16, y ha colaborado como articulista o crítica literaria con periódicos y revistas como EL CORREO, 'Revista de Libros' y 'El Norte de Castilla'. Desde hace diez años trabaja para la 'Revista de Occidente'.

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«Monedas de lava»

Plegaria íntima, canto encendido o incluso grito apenas contenido, 'Tampoco yo soy un robot' se constituye como un auténtico manifiesto poético «de retaguardia» contra los excesos de los mercaderes, y sus «monedas de lava», en un proceso de deshumanización apoyado en la alta tecnología nunca antes vivido en la historia. Una fe de vida en verso que expresa la necesidad colectiva, desde cada respuesta personal, de regresar al humanismo y a sus condiciones esenciales: el amor, la fraternidad y el respeto a la dignidad y a la naturaleza. También a la palabra, hasta brindar «por el triunfo de los manantiales / y los valles que recuerdan / la canción de tus manos, / donde no queda sitio / para naturalezas muertas».

No somos un algoritmo ni somos programables, dice la poeta. La inteligencia artificial es capaz de hacer grandes cosas, pero no de intervenir el alma. Tampoco la poesía, que es la expresión más elevada de la condición humana, puede ser domesticada ni apabullada por el algoritmo. Más bien al contrario: en la propia vulnerabilidad, en la misma fragilidad de las personas y de las palabras viene a residir su fuerza. La capacidad de corregir las sinrazones del ser humano cuando el sueño de su razón produce monstruos. Monstruos cibernéticos. Y la poesía como guía espiritual para encontrar la respuesta de la entrega amorosa frente a la sumisión tecnológica, del vuelo de los pájaros como contraposición de la chatarra cósmica. Para, frente a la «autenticación» de la máquina, declararse definitivamente «no robot». Para «salir de los arrabales del metaverso / y de los vertederos amontonados en las redes, / del ácido hialurónico y los cartílagos paralizados / y del plutonio pegado a los pulmones del viento, / para liberar a los ahogados en el mar del verano». Un libro de urgente necesidad.

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