Adelgazar el sonido
Reportaje ·
Las reducciones de partituras con gran plantilla orquestal, que fueron muy comunes hasta el siglo XIX, vuelven al escenario y la discografíaSinfonías de Mahler interpretadas con una plantilla de apenas una decena de músicos. La Quinta de Beethoven en versión para trío con piano. 'Romeo y Julieta' de Prokofiev para piano solo. Una Novena del genio de Bonn con una veintena de intérpretes, entre instrumentistas, cantantes y coralistas. Todas estas versiones, y otras similares, han podido escucharse en vivo o han sido lanzadas al mercado discográfico en fechas recientes. ¿Tienen interés? ¿Respetan el espíritu que sus autores insuflaron a esas obras? ¿Son recursos de algunos intérpretes para llamar la atención? ¿O ideas de promotores de conciertos y sellos discográficos para vender entradas y discos?
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Antes de nada, hay que recordar que no estamos ante algo nuevo. Hasta la invención del tocadiscos y la radio, la única posibilidad de escuchar música era asistir a un concierto o hacerla uno mismo o en compañía de familiares y amigos. Lo primero era factible en ciudades de relativa importancia y con frecuencia solo en iglesias. La construcción del primer teatro público cubierto de la modernidad, el de San Casiano (Venecia, 1637), hizo posible la consolidación de la ópera como género dirigido al gran público. La mayor parte de las salas de concierto conocidas son muy posteriores. Y compañías de ópera y orquestas existían en muy pocos lugares al menos hasta el siglo XIX. Por eso, la forma más común de escuchar música era hacerla uno mismo.
La Historia de la Música recoge muchos casos en los que los propios compositores han hecho el arreglo de sus obras
Pero una familia, por numerosa que sea, no puede interpretar un oratorio de Haendel o una sinfonía de Mozart. Ahí entran en juego numerosos compositores, algunos de segunda categoría, otros de primera fila, que dedican parte de su tiempo a adaptar grandes piezas de otros para el teclado o pequeños grupos de cámara. Unas adaptaciones que también tenían mucha utilidad en la enseñanza. Algunas de esas reducciones son obras muy valiosas. Por ejemplo, la versión para oboe y teclado que hizo Bach del Concierto de Marcello o las versiones que Liszt realizó para piano de las nueve sinfonías de Beethoven.
La Historia de la Música también recoge numerosos casos en los que los propios compositores han hecho las reducciones de sus obras, con frecuencia para facilitar su estreno. O para trabajar de otra manera con ellas. Y ese camino ha sido de ida y vuelta: a veces una pieza compuesta para el piano se ha orquestado luego, y otras ha sucedido lo contrario. Debussy y Ravel son buenos ejemplos de ese camino de ida y vuelta.
Razones diversas
Ahora bien, con el elevadísimo número de conciertos que hoy se programan en las salas, o que se pueden ver en TV, 'streaming' o deuvedés, y con las infinitas grabaciones que existen de casi todo, el argumento de facilitar el acceso del público a esas obras no parece tener mucho sentido. De manera que las razones han de ser otras, aunque en casos excepcionales aún se comprende la dificultad de montar la versión original. Sucede, por ejemplo, con la llamada Sinfonía de los Mil de Mahler. Para el estreno de la obra, en 1910, el propio autor contó con 858 cantantes y 171 instrumentistas. Los 'Gurre Lieder' de Schoenberg requieren de aún más intérpretes. No es extraño que, las pocas veces que se llevan a un auditorio, estas obras sean interpretadas en versiones reducidas. Incluso así, se necesitan no menos de 200 intérpretes.
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Son dos casos excepcionales. No los únicos, aunque sí excepcionales. Pero, ¿por qué a día de hoy se hacen reducciones de obras que se pueden montar en sus versiones originales sin la menor dificultad? Las razones son también diversas. La Fundación Beethoven 2020, por ejemplo, encargó al director Pedro Halffter una reducción de la Novena para «acercar esta música extraordinaria en un formato nuevo y transparente a un público más amplio». La obra fue estrenada en España hace unas semanas -pudo escucharse en Logroño el pasado junio- y la plantilla fue la siguiente: un violín primero y otro segundo, una viola, un chelo, un contrabajo, una flauta, un clarinete, un fagot, una trompa, un piano, los cuatro cantantes solistas y ocho integrantes del coro (dos por cuerda). En total, 22 intérpretes sobre el escenario, sin incluir al propio director. Una interpretación de la versión original requiere un centenar bien largo entre instrumentistas y voces.
«Es cierto que algunas reducciones permiten al público acceder a ciertas obras», admite Javier González Sarmiento, profesor de Musikene. Pero entiende que ese tipo de arreglos, que tienen mucho sentido desde el punto de vista pedagógico -para trabajar obras sin depender de la disponibilidad de un elevado número de instrumentistas- pocas veces tienen interés para los aficionados. «Brahms hizo versiones para piano a cuatro manos de sus sinfonías», explica. «¿Quién iría hoy a un concierto a escuchar esos arreglos?», se pregunta de forma retórica. Sabe la respuesta: con la enorme cantidad de grabaciones de esas cuatro obras que existen y la frecuencia con que las programan las orquestas, nadie o casi nadie estaría interesado en ellos. Eso sucede con otros muchos compositores.
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A veces, las adaptaciones llegan de la mano de célebres solistas. Es el caso de la realizada con sinfonías de Beethoven (sello Sony) para trío de piano. Los intérpretes son Leonidas Kavakos, Emanuel Ax y Yo-Yo Ma y tocan las Nº 2 (arreglo histórico de Ries) y Nº 5 (uno moderno de Colin Matthews). «En casos como este los grandes solistas, a veces formando grupos, tratan de aumentar el público potencial de la música de cámara, acercarla a más gente», explica la musicóloga Patricia Sojo. «Se graba mucho y se vende muy poco y ese es un repertorio comercial, con gancho», añade.
Pero es algo que le genera dudas. Incluso aunque las versiones sean impecables desde el punto de vista de la interpretación, como sucedió, recuerda, con el disco de 'Invenciones y partitas' que lanzaron hace quince años Janine Jansen, Maxim Rysanov y Torleif Thedéen (sello Decca). Es el mismo caso del reciente Beethoven. «¿Hasta qué punto proyectan el alma del compositor, lo que realmente buscó?» Su escepticismo no se queda ahí. Está convencida de que esos discos, esas interpretaciones en general, son agradables y de audición fácil, pero no cree que tras escuchar versiones de cámara de sinfonías de Beethoven los aficionados se interesen «en mayor medida por los cuartetos» del genio de Bonn.
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Qué dicen los intérpretes
El punto de vista de los intérpretes es otro. Lo admite el mismo González Sarmiento cuando reconoce que, como grabaciones no poseen interés alguno, pero tienen una clara vertiente lúdica: «Consiguen que los músicos se reúnan para tocar otro tipo de obras y divertirse con ello». Desde su puesto de profesor, entiende además que haya pianistas, por ejemplo, que ante la existencia de una cantidad gigantesca de versiones de todas las grandes obras del repertorio, se inclinen por buscar resquicios en el mismo que les permitan ofrecer algo menos conocido.
No lo ve así exactamente Julius Asal, el joven pianista alemán que acaba de publicar la versión para teclado del ballet 'Romeo y Julieta' de Prokofiev (sello IBS Classical). En el disco, ha grabado las diez piezas transcritas por el propio compositor ruso y ha añadido otras seis arregladas por él mismo. «Siempre me gustaron las piezas que adaptó el propio Prokofiev», ha explicado en declaraciones a Territorios. «Fue eso lo que me llevó a ampliar el ciclo. Tenía que encontrar escenas del ballet que no solo funcionaran en el piano, sino que tuvieran sentido en términos musicales».
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«La reducción permite repensar los materiales musicales», dice el pianista Julius Asal
Asal entiende que la intención de Prokofiev con la transcripción iba más allá de hacer asequible su música. Y no solo porque «algunas piezas son un gran desafío para cualquier pianista profesional. Creo que la reducción permite repensar los materiales musicales, lo que da una perspectiva totalmente nueva para el ejecutante y el público».
Perspectiva nueva en el sentido de poder observar mejor la arquitectura de la obra. El propio Asal dice que lo sintió cuando escuchó una versión de cámara de la última sinfonía de Shostakovich. «Es un estudio sobre la transparencia que da al oyente la oportunidad de mirar a través de esa extraordinaria estructura y las líneas musicales». En definitiva, «una transcripción puede permitir sumergirse en una idea y ampliar la conciencia de una gran obra musical».
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Otros caminos
Las reducciones de grandes partituras para uno o unos pocos instrumentos, más allá del uso pedagógico, ha sido poco habitual desde hace un siglo. Pero lo contrario, la orquestación de obras escritas para un instrumento o un pequeño grupo, es muy corriente. Y frente a lo que pasa en las reducciones, con frecuencia son más célebres las versiones orquestales que las originales. No sucede en el 'Claro de luna' de Debussy (tiene innumerables arreglos para casi cualquier combinación de instrumentos), pero sí pasa con 'Cuadros de una exposición', la obra para piano de Mussorgski que se interpreta y graba mucho más en la versión orquestal de Ravel. La Suite 'Iberia' de Albéniz es al menos tan popular en la versión orquestada (parcialmente) por Fernández Arbós, que en la original.
Otra cuestión es la traslación de la parte de un instrumento a otro. Se ha hecho muchas veces en sonatas para violín y piano, en las que la parte del violín se transcribe para chelo o para otros instrumentos. Y luego están trabajos mucho más complejos. Beethoven hizo una versión para piano y orquesta (conocida como Concierto Nº 6) de su concierto para violín. Una obra muy poco interpretada y grabada que solo puede satisfacer a quien no conoce el original. O la sorprendente versión también para piano y orquesta que el austriaco de origen croata Dejan Lazic publicó en disco hace unos años a partir del concierto para violín de Brahms, y que tituló Concierto Nº 3. Ha quedado como una rareza y puede que nadie más lo interprete.
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