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La catedral de San Basilio y la muralla del Kremlin, con la imponente Torre del Salvador. C.C.
Un acertijo, un misterio y un enigma
Plaza Roja. Moscú

Un acertijo, un misterio y un enigma

Cada año, en cada desfile, el mundo miraba hacia la tribuna para vaticinar el futuro de la URSS

CÉSAR COCA

Sábado, 18 de agosto 2018

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Es solo una leyenda sin el menor fundamento histórico pero ilustra sobre la belleza de la catedral de San Basilio: dicen que en 1561, cuando el edificio estuvo terminado, el zar Iván el Terrible, que había mandado constuirla, ordenó que sacaran los ojos el arquitecto Póstnik Yákovlev para que jamás pudiera diseñar otro templo que lo igualara. En aquel momento no existía la plaza Roja como tal y el Kremlin, el gigantesco recinto amurallado que incluye varios palacios y otras cuatro catedrales, estaba en pleno proceso de ampliación. Un siglo después, la plaza más enigmática de Europa ya tenía forma y en ella se celebraba un gran mercado. Hoy, con sus 330 metros de longitud y 70 de anchura, es el centro de Moscú y el lugar de visita ineludible de cuantos visitantes llegan a la capital rusa.

Churchill escribió que «Rusia es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma», y nada lo simboliza mejor que esta plaza. Sobre todo por los fantasmas que aún la habitan. Las filmotecas están llenas de imágenes de desfiles de un Ejército hipertrofiado ante la plana mayor del PCUS. Cada uno de esos actos –en general, tres veces al año, con motivo del 1 de Mayo, el aniversario de la Revolución y el del final de la Segunda Guerra Mundial– era escrutado por los especialistas con la concentración de un biólogo molecular ante un microscopio. La posición de cada líder en la tribuna y las ausencias eran objeto de todo tipo de interpretaciones por parte de analistas que trataban de descifrar quién había caído en desgracia y quién era un valor emergente dentro del Partido.

Esa tribuna está situada sobre el mausoleo de Lenin, y desde allí se domina toda la plaza, con los almacenes Gum al frente –antes un centro estatal y ahora una suma de marcas internacionales–, el Museo de Historia Rusa y la catedral de Kazan a la izquierda y el maravilloso templo diseñado por Yákovlev a la derecha.

En la plaza que simbolizaba el comunismo –pese a que 'roja' es una mala traducción de su nombre en ruso antiguo, 'hermosa', y no tiene la menor relación con el régimen–, hoy es habitual tropezar con eventos comerciales de todo tipo, en general vinculados a multinacionales del lujo. Y con turistas, sobre todo en verano. Miles de turistas que recorren su superficie adoquinada, se hacen 'selfies' ante el patíbulo y esperan cola para contemplar la momia de Lenin, que tiene un aspecto mucho mejor del que el líder soviético presentaba en sus últimos años de vida.

Los urbanistas que querían hacer de Moscú una ciudad del futuro planearon derribar San Basilio para poder hacer aún más grandiosos los desfiles. Stalin, que tantas condenas dictó, se negó a aprobarlo. Al menos hay algo que agradecerle.

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