
250 años de innovación artística
Turner ·
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El 23 de abril de 1775 nació un niño prodigio, un pintor incómodo que abandonó las premisas clásicas apoyado en su dominio de la técnicaBegoña Gómez Moral
Viernes, 18 de abril 2025, 21:07
Aunque la fecha exacta no está del todo clara, el nacimiento de J.M.W. Turner se sitúa el 23 de abril de 1775. Los ... 250 años que se cumplen la próxima semana son la excusa para volver a visitar la obra de un pintor cuya vigencia no cesa y que está considerado como el artista británico más influyente de todos los tiempos, como demuestra el premio a la innovación artística al que da nombre, el más importante de Reino Unido, o el reverso del billete de 20 libras, que desde el 22 de abril de 2016 lleva su efigie.
A pesar de que su nombre completo -Joseph Mallord William Turner- no lo refleja, su biografía recorre un largo camino bajo la advocación de San Pablo: desde la modesta capilla en Covent Garden donde fue bautizado hasta la cripta de la catedral de San Pablo donde descansa entre los más grandes, no muy lejos de sir Joshua Reynolds. Nacido en una familia de trabajadores -fabricantes de pelucas y carniceros- fue un niño prodigio de la época. Admirado, denostado, condenado a ser único y, sobre todo, a ser un pintor genuinamente londinense. Tanto es así que, tal vez porque su madre ya mostraba signos de la inestabilidad mental por la que fue ingresada en el Hospital Bethlam en 1800, desde los diez años Turner fue enviado a vivir con sus tíos en Brentford, Sunningwell y Margate, enclaves estratégicos para salir de la capital británica sin abandonarla realmente.
El prodigio empezó cuando, en diciembre de 1789, Turner ingresó en la escuela de la Royal Academy con poco más de 14 años. En los años posteriores la actividad del joven Turner indica el imperativo de financiar su educación. El floreciente mercado de paisajes y escenas de inspiración clásica vino al rescate. Los primeros viajes fuera de Londres, incluida una visita a unos amigos de su padre en Bristol en 1791, le hicieron ver el valor de hacer bocetos como base de su trabajo. Ya fueran acuarelas o grabados, esos trabajos le proporcionaron los primeros ingresos.
A partir de mediados de la década de 1790 se asentó en la rutina de su vida posterior: viajar en verano y trabajar en el estudio en los meses de invierno: preparar exposiciones, además de los siempre bienvenidos encargos. Turner expuso acuarelas en la Royal Academy desde 1790 y seis años después, con sólo 21, envió su primer óleo. En los años siguientes, revisó la historia, la literatura y el mito, acató y desafió el estilo de los maestros -Claude de Lorraine, Poussin…- y avanzó a paso de gigante en la técnica.
Elegido como miembro asociado en 1799 y académico en 1802, Turner fue reconocido como caso excepcional; la promesa viviente, y también la responsabilidad, de ser el pintor más destacado de su generación. En esa época pintó su autorretrato, idealizado en aspecto y atuendo. Ese mismo año adquirió la casa compartida donde vivía. En 1804 abrió en la esquina entre la calle Harley y la calle Queen Anne una galería que podía albergar hasta una treintena de obras en condiciones más favorables que en la abarrotada Academia, donde no tardó en protagonizar anécdotas que, verídicas o no, reflejan a un artista entregado a su obra veinticuatro horas al día.
El dominio de Turner, su entrega absoluta, no quedó sin respuesta. En la R.A. se le tildó de pendenciero, prepotente, grosero... Incluso algunos antiguos mentores expresaron preocupación sobre su actitud, sin olvidar su creciente abandono de las premisas clásicas, cuyo resultado calificaban como «burdas manchas». A veces intercambiaba insultos con sus colegas y es célebre la anécdota con su entrañable eterno rival, John Constable, en la exposición de la Academia de 1831. La polémica película de 2014, dirigida por Mike Leigh, da cuenta de buena parte de esas ambigüedades
Su carácter nunca dejó de ser incómodo, por decirlo de manera atenuada. Competitivo en extremo, Turner se enfadó cuando el Príncipe Regente no compró un cuadro que, al parecer, había elogiado en una cena de la Academia, desanimando así a otros compradores que se plegaron al criterio real. En las notas y borradores que Turner confiaba a sus cuadernos de bocetos hay una vena de amargura por los caprichos de críticos y mecenas que raya en la autocompasión.
Aunque los ataques no desaparecieron, sus críticos tuvieron un impacto poco duradero y Turner se acostumbró a la controversia, incluso la cortejó. A pesar de sus ocasionales fricciones, fue leal a la Academia, y en más de una ocasión se refirió a ella como la madre de los artistas. Esa actividad incesante excluía la posibilidad de una vida privada, al menos como la entendemos hoy. La que tenía estaba estrechamente ligada a su trabajo, quien cuidaba de él era su abnegado padre. La tendencia a la reclusión mutó más adelante en secretismo o, para algunos, mistificación deliberada. Tanto la ambigüedad emocional como el poder de sus paisajes celebran a Turner y, en un lugar impreciso entre la celebración del color y la bruma, su pintura no cesa de transmitir algo esencial para la experiencia humana.
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