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Marielle y Katia Labèque, durante una sesión fotográfica.

Notas de glamour

Katia y Marielle Labèque Pianistas. Viven juntas, aman la moda y han desarrollado su carrera como un dúo. La semana próxima llegarán a Euskadi para tocar con la OSE

César Coca

Viernes, 25 de noviembre 2016, 17:34

Posan para los fotógrafos como modelos y tocan el piano como los ángeles. Katia y Marielle Labèque son un caso verdaderamente singular dentro de la clásica. Nacidas en el seno de una familia de clase media acomodada, para la que la música lo era todo su padre, médico, cantaba en el coro de la Ópera de Burdeos; su madre era la pianista Ada Cecchi, que les dio las primeras clases, crecieron en el ambiente idóneo para poder aspirar a una vida artística. Tenían talento y dispusieron de todos los medios para desarrollarlo. Como si fuera un presagio de lo que iba a suceder más tarde, en 1968 consiguieron el primer premio del Conservatorio de París... de forma conjunta.

A partir de ahí, comenzaron a trabajar el repertorio contemporáneo de música para dos pianos o para cuatro manos. Conocieron a Messiaen, Boulez, Ligeti y Berio, adentrándose en un terreno en el que más tarde profundizarían con Golijov, Glass, Part, Reich y Nyman. Pero no quisieron quedarse ahí, de manera que volvieron sus ojos al pasado y encargaron un par de pianofortes para poder interpretar música barroca con Antonini, Gardiner y Goebel. De esta manera, se colocaron en los vértices de un repertorio en el que, otra singularidad, lo que menos han transitado es la parte central: apenas se las ha podido escuchar tocando música de Beethoven, Schumann, Chopin, Liszt, Chaikovski o Brahms. Katia porque, por razones de fuerza física, ha renunciado a hacerlo. Marielle porque ha hecho causa común con su hermana.

Y aunque tienen una carrera profesional individual (Katia ha tocado en grupos de jazz, Marielle ha escogido el barroco), lo verdaderamente relevante es el dúo y lo más llamativo del mismo es que hace tiempo que han desbordado los límites de lo convencional en la clásica. Lo hicieron hace tres décadas, convirtiéndose en pioneras del cuidado de la imagen de sus apariciones públicas, y lo siguieron haciendo luego, asocián- dose sobre el escenario con artistas tan distintos como Madonna, la cantaora Maite Martín, el grupo Kalakan con el que han grabado una versión sorprendente del 'Bolero' de Ravel para dos pianos y percusión y otros como Dream House o Red Velvet, mucho más próximos al avant-rock. Con ese dato, no sorprenderá que sea frecuente verlas junto a Sting y que fueran amigas de Paco de Lucía.

Vidas unidas

Su relación personal va mucho más allá de la fraternidad. Katia fue novia durante muchos años del guitarrista de jazz John McLaughlin y más tarde del también guitarrista David Chalmin. Marielle lleva un cuarto de siglo casada con el director de orquesta ruso Semyon Bychkov. Ambas reconocen que ven muy poco a sus parejas, así que viven juntas. Y no lo hacen en cualquier sitio: han estado instaladas en Londres, luego en un palacete de Florencia y más tarde en otro de Roma donde han montado una sala de grabación, sin olvidar su casa de Bayona, la localidad vascofrancesa donde nacieron. Seguramente la proximidad a la frontera ha tenido algo que ver también en su pasión por lo español. Ya antes de haber sido algo parecido a 'artistas residentes' en Valladolid donde grabaron un disco junto a la Sinfónica de Castilla-León, amaban la música de Albéniz, la comida y el temperamento españoles. Buena parte de la culpa la tienen su propia madre y Alicia de Larrocha. Crecieron escuchando a ambas hablar de la suite 'Iberia', las partituras de Granados y las de Falla. Y, por supuesto, tocándolas al piano.

No hay muchos artistas así, que exploren su disciplina mucho más allá de su especialidad o que sean capaces de crear un sello discográfico para grabar algunas de sus interpretaciones pero también a otros colegas con menos posibilidades. O que monten una fundación encaminada a a apoyar a grupos que trabajan en un campo mucho más experimental que ellas.

Y luego está su pasión por la moda. Es cierto que en la generación posterior a la suya y no digamos en la de las y los artistas que están justo en la treintena eso es algo mucho más común. Pero lo que más llama la atención es su manera de posar, con unas composiciones, también a dúo, de gran plasticidad.

Ahora vuelven a Euskadi, con la OSE, para tocar el Concierto para dos pianos de Poulenc, una obra de 1932 (el autor tenía entonces 33 años), que enlaza por un lado con las vanguardias y por otro con la reacción bastante desprejuiciada que el Grupo de los Seis, al que pertenecía, tuvo contra lo que consideraban excesos del dodocafonismo. Una mezcla de modernidad y tradición que encaja con toda precisión en el carácter de las hermanas Labèque.

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