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Turquía del Este, paraísos perdidos

Turquía del Este, paraísos perdidos

Este enclave acoge huellas del pasado armenio junto a restos de la herencia griega y hasta valles georgianos de una enorme belleza en paisajes y construcciones históricas

ANTONIO ELORZA

Viernes, 27 de mayo 2016, 12:34

Del Este de Turquía se habla solo a cuenta del problema kurdo. Apenas temporalmente, con ocasión del centenario del genocidio, despuntó el interés por la Armenia histórica. Pero la realidad es más compleja, ya que junto al mar Negro, al norte de la cordillera Póntica, quedan aún restos visibles de una hegemónica presencia griega hasta los años 20, desde las casas de los comerciantes de Trebisonda, con columnas dóricas en las fachadas, a las dos joyas artísticas, la basílica de Santa Sofía y, no lejos, el monasterio de Sumela. Y al suroeste, enclaustrado en una orla de montañas, emerge el enclave de los valles georgianos, de una enorme belleza en paisajes y construcciones históricas, muy alejado de la Georgia actual. El hecho de que uno tras otro esos territorios vayan ofreciendo sucesivamente paisajes de ruinas confiere a su contemplación un sesgo romántico, cargado de tristeza, y no solo por las destrucciones deliberadas de los hombres, sino también ante un progreso tecnológico que impone en el último caso la alteración del relieve y de los ecosistemas por una gigantesca red de presas hidroeléctricas.

Van o Kars, ambas unidas con Estambul por líneas de bajo coste, son buenos puntos de partida. Cerca de la primera ciudad, dominada por una fortaleza de origen urartiano, se encuentra la iglesia de Aghtamar, lugar de peregrinación para los armenios, del siglo X, admirable por su pureza de líneas y por los bajorrelieves, mayoritariamente bíblicos, de la fachada. Lástima que con la restauración de un muro exterior hayan dejado casi invisible la escena donde el rey armenio Gagik se encuentra ante Cristo. Luego el trayecto de Van a Kars pasa por Dogubayazit, a la sombra del Ararat, donde se yergue el único palacio aristocrático de Anatolia, del jefe kurdo Ishaq Pashá, cuyo recinto contiene todos los elementos del poder guardia, sala de recepción, mezquita, celdas y un harén con calefacción para cada concubina. Según sus propias palabras, Ishaq Pashá «construyó este cielo en forma de palacio».

Fotografias históricas

Kars es una ciudad extraña, inhóspita cuando sufre el mal tiempo descrito por Orhan Pamuk en Nieve, pero no exenta de interés, más allá del excelente grill Ocakbashi, en la calle Atatürk, y de la gatronomía (miel y queso muy salado). En el pequeño hotel Kent Ani, de propietario armenio, la colección de fotografías históricas, previas a la reconquista turca de 1921, descubre una realidad hoy semienterrada bajo una imponente fortaleza. Entonces, la iglesia armenia de los Santos Apóstoles y la hoy desmochada catedral ortodoxa Alexander Nevski, islamizadas luego, presidieron la formación de un tejido urbano cuyos nervios fueron las construcciones rusas en basalto, que siguen dando carácter a la ciudad.

Cerca de Kars se encuentra la gran capital armenia abandonada de Ani, cuyas iglesias de los siglos X y XI, dispersas en su gran superficie intramuros, son testimonio del esplendor cultural que precedió a la conquista turca de 1069, y también ahora de un total descuido, salvo para el monumento selyúcida. La inverosímil novedad reciente es que la catedral en ruinas fue mezquita del conquistador como la gran Santa Sofía (cuya cúpula restauró su arquitecto). Todo signo de la identidad originaria resulta borrado. Cerca de Ani, hay restos de iglesias armenias, una de ellas, preciosa, la llamada de Kizil, de fachada polícroma, hoy almacén de una casa rural.

Esplendor del milenio

Desde Kars, se alcanzan los valles georgianos, pudiendo pasar por el bello lago Cildir, helado hasta abril. Al igual que en otros lugares (Navarra, Tirol), del control de las comunicaciones en pasos de baja montaña, aquí al sur del Cáucaso Menor y con la barrera del Gran Cáucaso al norte, surgió una pujante organización política georgiana entre los siglos VIII a XII, que tuvo por núcleo estos valles, bien protegidos a su vez por montañas. Su núcleo inicial fue entonces este territorio de valles fluviales de baja altitud y agricultura próspera, el reino de Tao-Klarjeti, que en su momento de apogeo reconquistó la actual capital de Georgia y protegió la resurrección bizantina de los Comnenos en Trebisonda. Todo acabó hacia 1550 con la conquista otomana, seguida de la islamización. De ese lejano pasado quedan varias impresionantes iglesias, donde la cúpula cónica armenia se alza sobre una amplia planta basilical, compleja en su interior. De la docena censada, algunas están semidestruidas, sirviendo incluso de establos, pero en torno a Yusufeli, con su hotel catalán, en la encrucijada de los valles, se suceden las más relevantes: la antes inaccesible de Ishan semicerrada por obras, ya sin los frescos que la cubrían, salvo en la cúpula, la ruinosa pero enhiesta de Ost Vank, o la de Haho, hoy mezquita, en la cual los creyentes rezan bajo la cruz georgiana. Todas dan fe de ese esplendor arquitectónico y político alcanzado en torno al año 1000. Enmarcadas por un paisaje alpino donde los ríos sobrevivientes a las presas permiten el rafting hasta los estiajes, y los senderos de trekking se encaminan hacia el monte Kashkar, de 4.000 metros.

El punto de llegada debiera ser la bulliciosa ciudad de Trebisonda, que ofrece un estupendo baklava en el céntrico Cemilusta, pero dada la situación actual más vale escapar de los valles georgianos hacia Erzurum. En Trebisonda, a partir de 2013, el interior de la basílica de Santa Sofía ha sido ocultado, en arquitectura e iconografía, por un sistema de cortinas metálicas para servir de mezquita. Solo el nártex y una fracción interior sobreviven. Y el impresionante monasterio de Sumela se encuentra cerrado por trabajos. Corto consuelo es la pequeña iglesia de Santa Ana, con sus paredes quemadas desde 1920. Evoca pérdida antes que supervivencia. Como el pabellón modernista, dominante de la ciudad y donado a Atatürk, quien apenas lo visitó, residencia antes de un banquero griego.

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