Mercedes Gallego. La corresponsal de EL CORRREO con un grupo de marines en la guerra de Irak de 2003. E. C. / Carmen Sarmiento. Cogió un revólver en la guerra de El Salvador para poder pegarse un tiro si la secuestraban. TVE / Ana del Paso. La autora del libro, en Nicaragua junto a Raúl Alfonsín, observador en las elecciones de 1990, que perdió el Frente Sandinista. EFE

Reporteras de guerra, pasión y convicción

Otro relato. 34 periodistas cuentan a Ana del Paso su experiencia en zonas de conflicto y frente a los prejuicios

Lunes, 29 de junio 2020, 00:36

¿De verdad hay tantos árboles en Europa? ¿Y el agua sale del grifo? ¿Por qué eres tan blanca? ¿Cómo puedo yo ir a Europa? ¿ ... Crees que yo podría estudiar Medicina? Son algunas de las preguntas que las mujeres de las llamadas sociedades más tradicionales -en las que el papel de ellas es el de esposas, madres, hijas, y su ámbito, la casa- han hecho a lo largo de su carrera como enviada especial a zonas en conflicto a la periodista Ana del Paso.

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Se las han hecho a solas, en la intimidad del hogar, sin padres ni maridos vigilando lo que dicen. «Si ellos están delante, todo está bien, ellas no cuentan que las pegan o las insultan, no pueden», explica la reportera. «En ese caso, no preguntan», continúa. Pero si llega una periodista, tiene acceso a lugares a los que un periodista no puede entrar. Y el relato cambia.

Cambia también la idea que esas mujeres pueden hacerse del mundo fuera de donde viven. Esa bidireccionalidad es «muy importante». Y no fue posible hasta que los medios de comunicación comenzaron a atender las peticiones de sus trabajadoras, que como sus compañeros hombres querían ir a la guerra «por la pasión y la convicción de querer ser testigo de los principales acontecimientos de tu época».

Vienen de lejos

No han sido ni una ni dos, «han sido muchas». A Del Paso le han salido tantas como 34 mujeres españolas desplazadas a zonas en conflicto. «Muchísimas. Conmigo, 35». Se refiere solo a las contemporáneas, «que están entre las mejores reporteras del mundo», porque antes hubo muchas más -aunque se tienda a pensar que no-. Según recoge en su libro 'Reporteras españolas, testigos de guerra. De las pioneras a las actuales' (Debate), desde la periodista donostiarra Francisca de Aculodi, en el siglo XVII, las mujeres no han faltado a su cita con la información.

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Y eso que han tenido que lidiar con todos los prejuicios, aparte de todo lo demás, eso que también han vivido ellos (el miedo, el riesgo, el hambre, la suciedad, la manipulación, la amenaza). A Carmen Sarmiento no la mandaron a cubrir la guerra del Vietnam -y eso que insistía cada dos por tres- porque era mujer; consiguió ir a la de El Salvador, y aceptó coger un revólver, en un momento de tensión extrema, para poder darse un tiro si la secuestraban, pues sabía que aquello significaba violación.

Sexismo heroico

A Maruja Torres, cuando la invasión de Panamá por los estadounidenses, sí la dejaron ir, pero a condición de que hablara del canal, que lo otro, bah, no era importante y menos para ella; allí moriría de un balazo el fotógrafo Juantxu Rodríguez y la periodista tendría que pelearse la repatriación del cadáver. Muchos años después, en el Irak de 2003, la corresponsal de EL CORREO Mercedes Gallego se vio en una situación parecida para repatriar el cuerpo de su colega y amigo Julio Anguita Parrado. A María Dolores Massana, que ha pasado media vida en Oriente Medio, un reportero le preguntó una vez, en pleno jaleo, qué hacía ella allí siendo madre de cinco hijos... «¿Y qué haces tú, que tienes uno?», respondió.

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Más reciente es la experiencia de la fotoperiodista Maysun, a la que le han preguntado a menudo «qué haces tú, tan pequeñita, tan mona» en esta guerra. Y a Mónica G. Prieto, al llegar a la redacción después de meses contando la violencia desde donde ocurre, le comentan que ha cogido buen color, mientras a los colegas que han vivido lo mismo que ella les gritan «qué huevos tienes».

No quieren pasillos ni halagos, explica Del Paso, pero estaría bien que se reconociera su trabajo en la misma medida y que dejaran de llamarlas locas cuando avisan de que están en plena refriega. Nadie llama locos a los reporteros-hombres cuando muestran sus fotos con chalecos de muchos bolsillos, con ese aire de «aventureros de la guerra».

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Como dice la vasca Teresa Aranguren, «allí se va a contar lo que le pasa a la gente que padece esa guerra. Y en mi caso a buscar el testimonio de las mujeres, porque son ellas las que reconstruyen la vida, las que están más preparadas para afrontar el después de las bombas».

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