Los poéticos instantes decisivos de Graciela Iturbide
La legendaria fotógrafa mexicana retrata el misterio y la libertad en su diálogo con la luz mediante 115 imágenes captadas en casi medio siglo / Una muestra recorre la trayectoria de la ganadora del Princesa de Asturias de las Artes 2025
Fotografío con la cabeza, el ojo y el corazón, que es el que siente, porque lo más importante es la emoción y la imaginación». Palabra de Graciela Iturbide (México, 1942), última ganadora del Premio Princesa de Asturias de las Artes que repasa casi medio siglo como cazadora de instantes en la muestra 'Cuando habla la luz'. Incluida en el programa de PHotoEspaña, reúne hasta el 14 de septiembre en la Fundación Casa de México de Madrid 115 imágenes que retratan la libertad, el misterio y la poesía en el portentoso diálogo de Iturbide con la luz.
Menuda y frágil, la figura de Iturbide contrasta con la potencia de sus fotografías, «en su gran mayoría fruto del azar y la intuición». «La fotografía es mi ritual en la vida y mi pasión; mi modo de vida», resume su dulce relación con la cámara y ante sus propias imágenes. Su mirada poética transforma lo cotidiano en mágico con unas imágenes de inquietante belleza que «reinterpretan» la realidad en el blanco y negro esencial con el que retrata la verdad de la vida, su dolor y su alegría.
Amiga de Cartier-Bresson, le da una vuelta la teoría del instante decisivo del maestro francés. «Hay para mi dos momentos decisivos: el primero cuando me sorprendo y tomo la imagen; luego en el laboratorio, cuando reviso mis contactos y elijo», dice Iturbide. Así halló a la 'Mujer ángel' que atraviesa el desierto de Sonora con una radio, «en la que escucha a Rigo Tovar», una de su imágenes más difundidas. «Me la regaló el desierto, por eso la quiero tanto». «No la vi hasta que positivé el contacto», admite.

Sigue trabajando en analógico, con carretes químicos para su Leica M6, su Rolleiflex y su Mamiya, y revelando y positivando ella misma sus copias. Ha hecho sus pinitos «con colores claritos», bromea, pero sin abandonar nunca su universo de grises. «Lo fascinante del blanco y negro es que es un abstracción», dice la fotógrafa que asegura soñar también en blanco y negro.
Forjada como ayudante del magistral fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, asegura Iturbide que con su cámara mira al exterior y a su interior. Lo evidencian sus autorretratos con serpientes en la boca o pájaros en los ojos. En la inquietante '¿Ojos para volar?' (1989) se fotografía con un colibrí muerto sobre el ojo izquierdo y otro vivo sobre el derecho. Cuenta risueña que el día que tomó la instantánea «estaba un poco deprimida». «Me encontré un pájaro muerto en casa y me dije: necesito un pájaro vivo». «¿Vas a poder seguir fotografiando?», le preguntó su inconsciente. La respuesta fue 'volar' al mercado y comprar otro colibrí, germen de la poderosa imagen, tan surrealista como vitalista, con la que conjuró una crisis creativa.
La medusa juchiteca
'Nuestra señora de las iguanas' (1979) es la foto más icónica de Iturbide, conocida también como 'La medusa juchiteca'. «Soy yo», dice de una imagen tan potente que siente «como un autorretrato». «Se volvió un icono, quiso volar sola», dice del retrato de Sobeida Díaz, la indígena zapoteca que acabó saltando a la tercera dimensión convertida en una enorme estatua. Se reproduce en murales en Oaxaca, San Francisco o Los Ángeles, se borda en huipiles, las coloridas blusas indígenas, y se reproduce en muñequitas o figuritas de barro.

Iturbide cuenta que la retrató cuando la mujer iba al mercado de Juchitán a vender las iguanas que cargaba en la cabeza. Los animales estaban vivos, pero con la boca cosida para evitar que mordieran. Como siempre, la retrató con el permiso del modelo. «Jamás he robado ni robaré fotos con un teleobjetivo. Necesito la complicidad de quienes retrato», asegura. La foto «no salió bien a la primera», explica evocando la hoja de contactos con la secuencia completa. «En Juchitán, las mujeres llevan la economía. Son muy fuertes, muy politizadas, siempre están en las marchas de protesta y son amorosas», precisa la fotógrafa que ha explorado con su cámara a varias etnias autóctonas mexicanas «de las que aprendí mucho».

'El baño de Frida' es otra de sus series más conocidas, con la que documentó la reapertura de un aseo en la Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán, donde se arrumbaban corsés, muletas, bustos y carteles políticos. «Frida fue una gran mujer, apasionada, adolorida y maravillosa», dice de la pintora mexicana. Advierte Iturbide que ella no es «fridómana ni mitómana», pero que en México «le llaman ya Santa Frida y hasta le rezan». La invitaron para fotografiar los huipiles de Kahlo, lo que exigía iluminación artificial, cuando Iturbide trabaja siempre con luz natural. Mientras recorría la casa pidió que le abrieran una puerta. En una bañera se encontró con «objetos de dolor» de Frida y pasó dos días haciendo fotos. «Quise reflejar el dolor que sentía y cómo trabajaba con él» dice. «En México nos gusta mucho el dolor», reconoce.
Iturbide no deja de hacer fotos. Su interés ha virado en los últimos años hacia las rocas y los jardines botánicos. Los hay formidables en México y Japón, pero uno de sus paraísos pétreos es la isla de Lanzarote, que le fascinó con sus contrastes y sus paisajes volcánicos. Tanto, que asegura haber descubierto allí «el principio y el fin del mundo».

Con una veintena de módulos, la exposición se cierra con 'Vuela el cielo', sección en la que las aves son buenos y malo augures. Están los pájaros que le indicaron que debía superar el duelo por su hija muerta y los dos colibríes de su legendario autorretrato en el que confluyen los hilos que tejen su obra: el vuelo, la libertad, el gozo y el recuerdo, la muerte y el dolor
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