Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Martes, 5 de diciembre 2017, 00:40
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Compartir
El Volkswagen se descompone en una constelación perfecta de piezas. Parece flotar en su particular universo, compuesto de fuselaje, tuercas y ruedas, un mundo en el que se complementan armoniosamente cuerpos y vacíos. La obra de Damián Ortega ejemplifica, con su recurso a lo cotidiano y el empleo del humor, una interpretación contemporánea de la relación entre la arquitectura y el arte, los lugares y las cosas, la ciencia y la creación. Esa lectura motiva la exposición 'El arte y el espacio', que el Guggenheim inauguró ayer. La muestra parte de la colaboración entre el filósofo alemán Martin Heidegger y Eduardo Chillida, origen de un libro de artista fechado en 1969.
El museo documenta, a través de un centenar de piezas de autores locales e internacionales, el diálogo ininterrumpido entre obra y entorno. El punto de partida puede ser aquella conversación entre los dos genios o, tal vez, una película como '2001, una odisea del espacio' que, también hace cinco décadas, rompió, literalmente, fronteras universales. El homenaje a Naum Gabo, Anthony Caro, Eduardo Chillida y Jorge Oteiza, pioneros en la exploración del vacío, inicia un recorrido con cierto ánimo cronológico. «Se trata de territorios con conexiones, ámbitos donde convergen individuos con edad similar», indica Manuel Cirauqui, comisario de la muestra. La escala del cuerpo humano, los juegos sobre la gravedad y las incisiones, perforaciones o pliegues argumentan esta etapa inicial en la que también se hallan representados los primeros artistas conceptuales.
Desde el constructivismo al minimalismo, los artistas exploran la oquedad y la perspectiva, con planteamientos en progresiva radicalización. Esa amplitud del abanico se evidencia en la obra de Susana Solano, una suerte de colina hueca que parece conectar el interior de una construcción con una forma natural, un valle o monte al revés.
La exposición desemboca en los espacios contemporáneos, tan diversos, saturados por la información virtual que los recorre incesantemente. 'El arte y el espacio' nos sorprende con propuestas que cuestionan la relación tradicional entre el objeto y el vacío porque en el entorno, antes tan aparentemente neutro, encontramos el reflejo de la antropología, la historia, lo económico y lo científico.
Algunas obras dan cuenta de esa ambición. La obra de la artista polaca Agnieska Kurant hace levitar sus meteoritos mediante campos magnéticos para conectar la referencia al aire de París embotellado de Marcel Duchamp con su valor en el mercado inmobiliario actual. La propuesta de Alyson Shotz, también presente en Bilbao, aspira a ampliar nuestra percepción de lo físico haciendo visibles fenómenos extraídos de la física.
El vehículo deconstruido de Ortega cuestiona la naturaleza de nuestro mundo, un complejo de partículas indivisibles sometidas a constantes cambios. La muestra culmina con notables ejemplos de ese inquietante desplazamiento, con obras como la de Robert Smithson, que realizó un viaje por Yucatán con una serie de espejos que establecían reflejos alterando la visión del paisaje, y nos invita a la incomodidad de la instalación 'Pasillo de luz verde', de Bruce Nauman, que contamina un principio tan básico como la percepción de nuestro propio cuerpo.
La realidad ya no es lo que era y los sentidos tampoco dan cuenta fehaciente de ese vínculo entre obra y espacio. A pesar de que artistas como Sol LeWitt quisieron abordarlo como una retícula geométrica, las instalaciones del chileno Iván Navarro se mofan de nuestra capacidad para comprender el mundo proponiéndonos puertas a lugares imposibles. Ante este panorama convulso, el espectador puede encontrar también cobijo en 'El Círculo de Bilbao' de Richard Long, especie de crómlech sagrado en el que halla refugio una comunidad invisible, o bajo las esculturas de alabastro de Cristina Iglesias, sugerencia de hospitalidad para quienes han perdido la confianza en espacios sólidos y vacíos sin sospecha.
Pero ya nada resulta reconfortante y definitivo en este mundo en el que el arte y el lugar que ocupa se entrecruzan, interrogan y cuestionan. La plácida escultura del japonés Nobue Sekine dinamita cualquier atisbo de confianza. Nuestra percepción de una escultura minimalista, elaborada en un material solido y oscuro, se arruina ante la sorprendente revelación de que se trata de un estanque formado por acero, barniz y agua, una obra surgida en 1969 y objeto de diversas transformaciones hasta 2012, como si ella sola sintetizara, en su propia evolución, todo ese proceso que hemos recorrido. 'Fase de la Nada-Agua' demuestra que, lejos de las certezas objetivas, la percepción de la obra, como nuestra propia naturaleza, puede resultar un reflejo, una ilusión, que, en suma, hay muchos lugares y no sólo un espacio.
Varios artistas vascos participan en esta selección con diversas propuestas que actualizan esa dimensión espacial de la obra. Además de Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, encontramos la escultura arquitectónica de Cristina Iglesias, y también la obra de Asier Mendizabal, que reinterpreta la Agoramaquia, la lucha contra el vacío de Oteiza. «Que el espacio y el tiempo tienen un componente analítico, es algo que hemos heredado los autores de la modernidad, y el arte propone una forma de saber, al respecto, que no es la científica», explica el creador de Ordizia. Sergio Prego nos presenta su propuesta incluida en la exposición 'Chacun à son goût', un juego de diedros impulsados por un sistema neumático que cuestiona el carácter inmutable del propio museo. La muestra incluye también a Prudencio Irazabal, un pintor que cuestiona la bidimensionalidad del lienzo mediante la superposición de material plástico.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.