Vértigo artístico, chillidos selváticos y elegancia escénica con Jazzmeia Horn

Unos 555 espectadores hubo el miércoles en el Muxikebarri de Algorta para atestiguar la primera de las cinco veladas principales del 46º Festival Internacional de Getxo (atención: la cuarta, la del sábado, con Al Di Meola, ha agotado las entradas en la anticipada). Este miércoles ofició la vocalista afrotexana Jazzmeia Horn (Dallas, 1991), dos semanas después de, a sus 32 años, conducir una residencia de tres jornadas en el Jazz BeCuzz Art Center de su ciudad natal: la primera sobre presencia escénica, la segunda sobre improvisación y la tercero sobre el negocio musical.

Las dos primeras facetas las exhibió en Getxo: apareció con tocado y vestido naranja con pedrería, más bolsito y tacones (pronto se descalzó), bajó a bailar en una ocasión, y durante los solos de sus tres músicos se colocaba en un lateral pero imponiendo su presencia; la improvisación se notó en los compases libres y en su scat (vocalizaciones) vertiginoso pletórico de facultades y de técnica; y lo del manejo del show business se infiere: nos dijo que era su tercera visita a España (abrió en Getxo una gira de diez días para ocho conciertos en dos países: entre la Península, el Reino Unido y las Canarias) y bromeó en el arranque del bis: «¿Quieren otra más? OK. Yo tengo CDs, adiós… Es chiste…». Luego no estuvo en el lobby vendiendo discos, y sí el telonero, el pianista alemán del concurso europeo Vincent Meisner.

Apoyada en un trío de piano, contrabajo y batería, azabache en la piel, elegantísimo en la estética y versátil en el acompañamiento, Jazzmeia dio un show de 7 temas en 66 minutos en los que dio la vuelta a versiones enloquecedoras y heterodoxas de 'Willow weep for me' y de una más aún irreconocible 'Darn that dream', la primera con brochazos de étnica indómita, la segunda arrancada con su voz ronca a lo Satchmo y con un lapso culminante mediante una vocalización orate que provocó que muchos espectadores la ovacionaran también gritando.

Curiosamente hubo bastante gente que se marchó antes de acabar la extraordinaria velada, la mayoría porque entre semana hay menos transporte público, y quizá varios espectadores debido a los gritos desaforados, agudos e incluso animales (la lideresa imitaba a pájaros, gruñía…), pero Jazzmeia lo dominó todo sobre y allende el escenario: a la banda, al público, a los compases y a su garganta privilegiada y educada, deudora de las divas absolutas como Ella Fitzgerald (la reina del scat), Billie Holiday (en los tramos vulnerables y más, pero se trata de una vulnerabilidad impostada en el caso de Jazzmeia), Sarah Vaughan (¡en 2013 ganó la Sarah Vaughan International Jazz Vocal Competition, y en 2012 se lo dieron como estrella emergente!), o de una Dee Dee Bridgewater más selvática y descarada (aunque no se lo crean, se puede, Jazzmeia puede).

La afrotexana, en los covers tratados sin fidelidad y también en originales como 'Tip', 'Free your mind' o 'Submit the unknown', saltó del blues a los juegos vocales yoruba, pasó de lo sinatriano a lo cercano al público (cuando nos contó en spanglish, casi en castellano, que había comido cuatro tortillas de patata y que si había en la sala alguna abuelita que le enseñara a cocinarlas), improvisó e introdujo tramos de musical, pisó el góspel aleluya y superó en sentido operístico a Esperanza Spalding, todo con ella, epígona de Ella, presumida, capaz, alegre y segura sobre las tablas.

Seguro que la pizpireta Jazzmeia Horn se convierte en habitual de los festivales vascos estivales.

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