San Valentín: cinco canciones para morir de amor
De Wagner a Serrat, la idea de consumirse por una pasión no correspondida o por la falta del ser querido ha dado lugar a composiciones emocionantes
En la vida no está tan claro, pero en el arte siempre ha tenido mucho prestigio la idea de morir de amor, de consumirse hasta ... la extinción a causa de un sentimiento no correspondido o de la ausencia (quizá irremediable ya) del ser querido. La historia de la música brinda un montón de composiciones centradas en esa posibilidad: por ejemplo, del 'Morir de amor' de Miguel Bosé y José Luis Perales («morir de amor por dentro es quedarme sin tu luz») al 'Se puede morir de amor' de Los Chunguitos («que sí, que sí, que sí, que sí, ay, como estoy muriendo yo»), pasando por el inevitable 'Vivir así es morir de amor' de Camilo Sesto, que paradójicamente nos ha dado tanta vidilla en noches locas. O, fuera de nuestras fronteras, del 'Die With You' de Beyoncé («vivo para poder morir contigo») a otro 'Die With You', el de los góticos Christian Death (cuya letra solo repite eso, «cuando mueras quiero morir contigo»), sin olvidar ese ramalazo un poco obsesivo de Queen con 'Too Much Love Will Kill You' y Freddie Mercury con 'Love Kills'.
Vamos a celebrar San Valentín con cinco canciones emocionantes en las que el amor y la muerte se convierten en caras de la misma moneda, a modo de variaciones del baile eterno entre Eros y Tánatos. De todas formas, la estrofa más sincera en este asunto le corresponde seguramente al francés Marcel Amont y su 'Si je devais mourir d'amour', que dice así: «Si tuviera que morir de amor / cada vez que pienso que voy a morir de amor, / estaría muerto hace mucho tiempo ya, / ¡y varias veces!».
'Maitechu mía': «Murió llorando y suspirando»
Cuentan que el granadino Francisco Alonso la compuso en media hora, en respuesta al reto de unos amigos que lo consideraban incapaz de escribir música de aire vasco. La letra, de Emilio González del Castillo, cuenta la historia del joven emigrante y de Maitechu, la moza que queda llorando por su querer. «En unos pocos años, muy rico me he de hacer y, si me esperas, lo que tú quieras de mí conseguirás», promete él. Los planes se cumplen y el hombre regresa con fortuna, pero al llegar a su pueblo nadie sale a recibirle: su novia «murió llorando y suspirando 'mi amor, ¿en dónde estás?'». El zortziko concluye con el atisbo de un desenlace todavía más dramático: «Maitechu mía, Maitechu mía, no he de vivir sin ti». La popular versión de Mocedades con Plácido Domingo evita este último verso, que sí aparece, por ejemplo, en esta grabación de 1959 de Alfredo Kraus.
'Romance de Juan y Adela': «Qué triste queda el mundo cuando una muere»
«Una niña se ha muerto de mal de amores», arranca este tremendo romance tradicional, del que existen múltiples versiones con variaciones en la letra. La muchacha en cuestión es Adela, a quien Juan juró que la quería, para después enredarse con una amiga de ella, Dolores. «Qué triste queda el mundo cuando una muere», suspira la propia Adela, que pide a su madre que la amortaje con la ropa que tenía guardada para su boda y que le quite los pendientes que Juan le regaló. «Que no crea que le he estado queriendo hasta que muera». Al paso del entierro, Juan se mete en su casa y se escucha un tiro: «Adela mía, que no pensaba yo que te morías». Entre las grabaciones, resulta particularmente estremecedora la de la cántabra Esther Terán, a dúo con Pilar Fernández y con el acompañamiento del rabel de Esteban Bolado.
'Sé que me muero': «Es más de lo que padezco lo que quiero padecer»
En 'El burgués gentilhombre', la obra de Molière con música de Jean-Baptiste Lully, un grupo de españoles canta en su idioma esta composición, a caballo entre lo místico y lo masoquista. «Sé que me muero, me muero de amor, y solicito el dolor», dice la letra, que reivindica el sufrimiento de un amor no correspondido como algo preferible a la banal ausencia de pasión. «Es más de lo que padezco lo que quiero padecer», llega a decir. La soprano navarra Raquel Andueza grabó esta preciosa versión junto al grupo La Galanía.
'Romance de Curro el Palmo': «Sin ti, no entiendo el despertar»
Joan Manuel Serrat escribió y grabó en los 70 esta historia de amor trágica y a la vez chispeante, situada en un tablao flamenco: Curro, el palmero humilde y bajito, sueña con Merceditas la del guardarropa, que lleva «la vida y la muerte bordada en la boca», pero ella rechaza sus mil requerimientos. «Ay, mi amor, sin ti no entiendo el despertar. Ay, mi amor, sin ti mi cama es ancha», llora el pobre Curro. Cuando Mercedes se larga con un médico rico, el palmero se muere («quizás fue la pena o la falta de hierro») y acaba dando palmas en el tablao celestial que montó Frascuelo, cantando sus penas para toda la eternidad.
'Liebestod': «Sumergirse, ¡supremo deleite!»
La 'Muerte de amor' es el pasaje final de 'Tristán e Isolda', la monumental ópera de Wagner, y se considera la expresión más sublime de este tema en la historia de la música. Ante el cadáver de Tristán, Isolda experimenta una suerte de éxtasis doloroso: contempla cómo los restos de su amado parecen revivir y se transfiguran, escucha una maravillosa melodía, se siente envuelta en delicadas brisas y aromas embriagadores. Atraviesa dulcemente, en fin, el umbral de la muerte: «En la resonancia armoniosa, en el infinito hálito del alma universal, en el gran Todo... Perderse, sumergirse sin conciencia, ¡supremo deleite!». Esta es una interpretación histórica del Festival de Salzburgo de 1987, con la soprano Jessye Norman y la Filarmónica de Viena dirigida por Herbert von Karajan.
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