

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Hacía mucho que se habían agotado las entradas de la Sala BBK para presenciar la cuarta de las cinco sesiones del octavo ciclo 'Noites de Fado', la protagonizada por la vocalista Mísia (Susana María Alfonso de Aguiar, Oporto, 63 años), quien comenzó silente y solemne pero que, una vez comprobado que el respetable accedía, sonreía y reía, se lanzó sin frenos por la charlatanería en acento catalán, pues su madre nació ahí. Mísia se puso a hablar y hablar como si fuera Rosa María Sardá, a veces imaginábamos al pobre Honorato cuando se dirigía a su pianista. «Ya estamos otra vez en el 'Club de la Comedia'», bufó Azpiazu, y no crean que exageramos, pues llegó a afirmar la diva fadista: «Esto es un concierto de fado, stand up comedy y consultorio psicológico».
El concierto de 15 piezas en 100 minutos a dúo con el orondo pianista apellidado Romano, nativo napolitano y vecino pompeyano, voló por lo espléndido, bien es verdad. Pero Mísia estiró demasiado el chicle parlanchín, evidentemente gustándose. Declamó letras traducidas al castellano de Amália Rodrigues, a quien homenajeaba en tal velada mediante un repertorio derivado de su disco 'Para Amália' (Warner, 2015). Alabó a la diva lusa, que comenzó vendiendo naranjas en la calle, habló un poco de su carrera, confesó que le había quitado el pianista a un exnovio, informó que estuvo casada con un vasco (y su suegra la llamaba Maritxu y su suegro princesita rusa) y reveló que el fútbol lo ve por la tele quitando el volumen y poniendo música clásica. Y sí, el que suscribe se carcajeó al menos tres veces: cuando afirmó «porque los artistas también somos personas», cuando tras traducir una letra aseguró «en portugués rima», y cuando… cuando… no me acuerdo y no me lo voy a inventar por quedar bien.
El concierto en sí fue fastuoso. El pianista Fabrizio Romano, que da conciertos de música clásica desde San Petersburgo hasta Viena como dijo su jefa, abrió lírico a lo Morricone, sonó ora melódico ora duro, tuvo una pieza instrumental de Mahler a solas, picó en el cabaret, se inspiró en Debussy… E hizo guiños breves para ella sobre la marcha, como por ejemplo cuando ella bebió agua: se colocó detrás del piano de cola y reapareció con una gran copa roja en la mano, tan roja como su vestido y como las grandes cuentas de su collar rojo. Y por si no nos habíamos dado cuenta, dijo por el final: «me he hecho las uñas que parezco una actriz porno. Cuando mando wasaps no sé lo que escribo». Y sí, las llevaba pintadas de rojo.
Y Mísia, cuando callaba, cantaba de maravilla (ya nos entienden). Y sonaba tan variada como su pianista. Y ella, sabedora de sus facultades, llegó a mirarnos ufana levantando la ceja derecha, con ese tic tan catalán, ese gesto tan a lo la Sardá. La verdad es que Mísia derramó sentimiento y facultades. Solemne y silente ya hemos escrito que arrancó abrumando con 'Tuve un corazón, y lo perdí', y resonando más dramática que Dulce Pontes. Al poco saludó políglota: «Obrigado, eskerrik asko, gabon Bilbo, buenas noches, bienvenidos». Y avisó que este «repertorio amaliano está basado en los fados más filosóficos, eruditos», antes de entonar 'Amor sin casa', después del cual platicó de nuevo: «dicen que el fado es triste, y el flamenco, y la chanson francesa realista, y el blues también. Pero más bien son profundos. Hablan de la –y miró la chuleta papel- etorkisuna, del destino, de nuestra vida», y procedió a interpretar 'Flor de luna', una de las cimas, con su garganta tímbrica y acercándose al bel canto no solo en la escala do re mi mi fa sol.
La simpática lusa siguió susurrante ('Espejo quebrado', con la letra declamada del viento violento; «es preciosa», dijo ella al acabarla), fue ostentosamente dramática ('Fado do Ciúme'), se arrimó a la chanson ('Amália que nao existo'), subrayó la tristeza fadista al leer la letra de 'Prece / Plegaria' (la de que solo le pide a Dios morir en Portugal, premiada con bravos), con piano tremendista entonó 'Rompe el pasado' y cual cantante griega tipo Elefthería interpretó 'Amália sempre e agora' antes de despedirse con 'Fado Amália', una canción popular en Portugal que sonó a un pasodoble.
Pero quedaba el bis, doble, abierto con una esforzada y muy ovacionada 'María la portuguesa' de Carlos Cano en castellano y con ella a las castañuelas («no hagáis fotos, por favor», pidió, y Azpiazu se cortó) y, tras recibir un ramo de flores y afirmar que lleva 28 años de carrera (vaya, se quita años: esto sería contando desde su primer disco, 'Mísia', de 1991; mucho antes ya actuaba en El Molino de Barcelona) acabó definitivamente con otra de las cimas, 'Lágrima', muy bonita también.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.