Raphael, ante cinco generaciones en la Plaza Mayor de Valladolid
El ídolo linarense cerró las fiestas de Valladolid ante más de 20.000 asistentes a un concierto presupuestado en 151.250 €. El 16 de noviembre estará cantando en Miribilla
Este domingo el linarense Raphael protagonizó el concierto final de las fiestas de la Virgen de San Lorenzo de Valladolid, un evento presupuestado en 151.250 euros, IVA incluido. No fue el concierto más caro de los montados en la Plaza Mayor, pues le superó el del anglo-libanés nacionalizado estadounidense Mika del martes pasado, que costó 187.550 euros. El tercero más oneroso fue el del viernes de la cordobesa India Martínez (133.000 €, a los que habría que sumar el coste de su telonera, la malagueña María Peláe, con 36.300 €), y el cuarto, el de la también malagueña Ana Mena, con 111.320 euros.
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El de Ana Mena se celebró el sábado y, quince minutos antes de su comienzo, no pudimos entrar a la plaza porque se habían cerrado los accesos, taponados por cientos de curiosos que tampoco entraron. Oficialmente, en los 9.000 metros cuadrados de la Plaza Mayor caben unas 25.000 personas. Los conciertos son 'gratuitos', o sea con entrada libre, y por eso extraña o choca que Ana Mena haya suspendido su show anunciado para el 28 de septiembre en el CuBEC de Barakaldo por problemas 'logísticos', lo cual se puede traducir por ventas insuficientes de tickets en la anticipada.
Si son ciertas, o más bien precisas, esas cifras, el show de Raphael salió a 6 euritos por espectador, IVA, incluido (que es el 21 %). A nuestra izquierda había una cuadrilla de señoras venidas de Extremadura que decían que un concierto de pago de Raphael sale a 100 euros. Ya, cuando supimos que el martes 17 de octubre el maestro cantará en las fiestas de Oviedo, reservamos hotel, pero anulamos la reserva cuando nos enteramos de que esa fecha será de pago. Pero vayamos al busilis de una cita más de la exitosa gira 'Victoria' de Raphael, que a sus 81 años sigue atrayendo a las masas. No en vano, declaró en la prensa local: «Hay cinco generaciones viéndome en todos mis conciertos, y eso lo veremos hoy en Valladolid. Es una maravilla y una barbaridad». Sí, el abanico de edades era amplio, desde señoras muy mayores no acostumbradas a estar de mucho tiempo de pie en actos sociales hasta niños, pasando por una representación adolescente de mayoría femenina.
Y a esas más de 20.000 almas Raphael las admiró durante un gran concierto de 27 canciones en 121 minutos exactos, con su rostro ampliado sin complejos en tres pantallas gigantes (una de fondo rectangular y dos laterales) y su figura situada al frente de una gran banda de trece músicos (catorce en tarima contándole a él). El concierto fue a más, y desde el principio a la estrella internacional de la canción española se la vio contenta, sin poder reprimirse ni en las sonrisas ni en los numerosos bailes en corto que acometía sin ninguna vergüenza.
En ese inicio la banda sonaba bastante alta, casi eclipsaba el ídolo, que a la tercera canción se quitó la americana de lentejuelas para quedarse no en camisa negra, como acostumbra, sino en jersey de cuello alto, como en las fiestas de Burgos, donde también actuó sin cobrar entrada este verano. La del jersey fue una protección adecuada a los 18º de temperatura del inicio, que bajaron a 16º al acabar a las 12.31 de la madrugada.
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Y desde el escenario Raphael ponía caritas, recibía las ovaciones sonriendo ufano, como superado por la admiración que genera, oía cómo las primeras filas gritaban 'Raphael, Raphael', y se apoyaba en su grande y fiel banda con tres vientos, tres coristas, dos teclados, dos guitarras, bajo, batería y percusión. Una banda que sabía ser igual de auténtica en la canción melódica ('Cierro mis ojos') como en el swing sinatriano ('Maravilloso corazón'), en el yeyeismo gótico ('Yo sigo siendo aquel', «el mismo, el Raphael de siempre», soltó una vez más en su epílogo) que en las raves actualizadas (la de 'Mi gran noche', que puso a filmar a incontables móviles).
Al de 40 minutos, justo en la canción duodécima, quedaron atrás las frivolidades y el sonido imperioso de la banda se aplacó por debajo de la voz del líder, que alcanzó nuevos hitos en las interpretaciones, más trágicas, más asimiladas, más creídas por él. Este domingo las cuatro canciones que mejor le quedaron fueron 'A que no te vas', con su risa mefistofélica y su amenaza constante, el diálogo arropador de 'Qué tal te va sin mí', un 'Amor mío' (cuídate) afrancesado a lo Johnny Hallyday en el que pareció emocionado al recibir la ovación del respetable, y un 'Qué sabe nadie' cargado de violines falsos.
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Esas fueron cumbres de un tránsito inspirado y estelar trufado con dramatismo ('Cuando tú no estás', la conversación de 'En carne viva'...), el pasaje acústico latinoamericano (sólo doble: 'Que nadie sepa mi sufrir' y 'Gracias a la vida', ésta con una conexión especial con la concurrencia), y recursos tomados del gospel (la insistencia de 'Estar enamorado') y del soul (muy rock en 'Bésame', y luego en 'Como yo te amo', como quien dice la única vez que habló, cuando dijo únicamente: «Valladolid, tantos años, tantas veces... Volveré, por supuesto. Para decirles una vez más: »como yo te amoooo«»).
Qué grande Raphael.
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