Lucía y Joaquín. Óscar Esteban
El bafle

Pimpinela en el Euskalduna: ¡menos mal que son hermanos!

Los argentinos Lucía y Joaquín Galán agotaron el aforo y escenificaron la lucha de sexos en un show antagónico y despechado con numerosos buenos momentos a pesar del lastre del sonido retumbante

Miércoles, 17 de septiembre 2025, 01:53

Entradas agotadas este martes en el Euskalduna para ver a Pimpinela (Buenos Aires, 1981). Unas 2.200 personas estábamos, entre las que había dos que habían engañado a sus mujeres. Bueno, al menos solo dos levantaron la mano cuando Joaquín Galán lo preguntó a los tres graderíos llenos de gentes, que respondieron masivamente cuando también les preguntaron cuántos veían a Pimpinela por vez primera (sí, parece que pocos repetíamos), cuando les pidieron encender las luces de los móviles como si fueran velitas en 'El amor no se puede olvidar', cuando ondearon los brazos en alto en 'La familia', y cuando al final se pusieron en pie para bailar espontáneamente al son de 'Cuanto te quiero', una latin pachanga guay con flautas andinas pregrabadas.

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Fue un conciertazo el pimpinelo, un show que hizo feliz a esa masa con mayoría femenina y al que solo se le puede poner dos pegas: durante un tramo del epílogo bajó la tensión, entre los temas 23 y 27 (al invitar a dos del público, una dominicana y un cubano, al recordar a la madre y reivindicar a la familia –aunque esa canción transicional de 'La familia' tuvo una resolución escénica muy transmisora y televisiva-, en las largas presentaciones de músicos y demás equipo, en la canción 'La trampa' que no dejó claro de quien era el engaño, y en el folletín de 'Cuando lo veo'), y, sobre todo, durante las dos horas y 18 minutos de show para unas 32 piezas (sin contar los cinco noticiarios también televisivos de los años 60, 70, 80, 90 y del nuevo milenio, y es que la gira se llama 'Noticias del amor') el sonido llegó tan saturado y retumbante que el eco impidió oír con claridad las letras de las canciones, los gags de los noticiario, y hasta las presentaciones de las canciones y las reflexiones previas a las mismas (entre las que Joaquín dijo que tras las rupturas se solía buscar una persona parecida, o cuando explotó paródico, o no: «lo que más me duele es que luego nosotros somos los infieles y ustedes son unas santas», y lo dijo después de 'Ese estúpido que llama', cuando señaló que esa canción «las hace quedar muy mal»).

En la humorística 'La telenovela'. Óscar Esteban

Si quitan el esencial detalle de que se oyó mal, todo lo demás fue estupendo, satisfactorio y admirativo. Hubo varias canciones que derribarían los pilares de cualquier viaducto, marino o terrestre: 'Cómo le digo', sobre el agotamiento de la pasión; la dramática discusión de 'Ese estúpido que llama' («¡dale, Joaquín, dale!», gritó una voz femenina aparentemente poco feminista provocando risas generales en la platea); la genial 'Valiente', a lo Camilo Sesto visceral («cuarenta años escuchando esto, me tiemblan las piernas», dijo él al acabarla, y añadió: «¡menos mal que es mi hermana!», y pensamos: ¡ya temeos titular!); la primera gran cima de la cita que fue la raphaelesca y a dos voces 'A esa', con los móviles inmortalizando el momento; el merengue puro Juan Luis Guerra de 'La telenovela', que fue un número paroxístico por humorístico; y el segundo Himalaya de la velada, que llegó para abrir el bis, 'Una estúpida más', recreando una pelea teatralizada por los dos hermanos.

Lástima del eco retumbante y saturado, debido a que Pimpinela trajeron una gran producción: un equipo de sonido que proporcionaba un alto volumen, una pantalla de fondo que emitía los videoclips respectivos de las canciones (y los hermanos Joaquín y Lucía Galán, de 70 y 64 años, salían con la lozanía y la estética de hace décadas; ah, y como en los videos de época salían cantando, a menudo parecía que las figuras gigantes lo hacían también en el Euskalduna), un grupo de filmación, incluido una steady cam, que emitía en directo imágenes del concierto (de los protagonistas agigantados en esa pantalla), un par de teleprompters enfrente de cada hermano (quienes muy pocas veces posaban juntos, pues permanecían distantes, como las figuras antagonistas que interpretan en sus canciones), y cinco músicos (dos teclistas que emitían pregrabados) y cuatro bailarines (dos parejas, una de las cuales se pluriempleaba de corista), en total once actuantes en escena contando a los líderes.

Joaquín Galán. Óscar Esteban

El concierto arrancó potente, cursó creciente, se atascó durante esos 20 minutos de la parte final, y volvió a remontar un rato antes de la bajada del telón gracias a canciones como 'Olvídame y pega la vuelta' (el público se sabía los diálogos y los coreaba a pulmón, como integrado en la escena, en la disputa) o la citada andina 'Hay amores que matan'. Pero antes de ese bajón de tensión había habido muchos momentos impactantes y emocionantes que no alcanzaron su máxima potencia por culpa de la saturación acústica, caso de 'Fuera de mi vida' (pura canción melódica española), 'Me hace falta una flor' (con su recitado despectivo y sus NO-SÍ), 'Nunca más' (a lo Rocío Jurado), la tragedia barraquera de 'Dímelo delante de ella' (y siempre el antagonismo en escena de la pareja), 'El cuento de nunca acabará' (más canción melódica), 'Por ese hombre' (con Dyango en pantalla y con coros del público como si estuviera en misa), 'Ojalá que no pase nada' (flamenco a lo Julio Iglesias), la teatralización de 'La dueña de la noche' (con Lucía orate con bata blanca y rayos en la pantalla de fondo), o 'Mañana' (mas onda andina con un verso despechado de la talla de «Tú me hiciste ser una sombra sin dignidad»).

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Lucía Galán. Óscar Esteban

Quien se ríe de Pimpinela es porque no los ha visto nunca en vivo. Y porque no entiende sus letras. Ya podrían venir a las fiestas de Bilbao de 2026 los hijos nacidos en Buenos Aires de esa leonesa que emigró en 1952 de ese asturiano que emigró en 1948, como informó Lucía en el mismo tramo en el que dijo: «gracias, España, por abrir la puerta a tantos latinos».

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