Marta Pereira da Costa, ni fadista ni virtuosa
La guitarrista lisboeta condujo con timidez un encuentro variado de buenos instrumentales cinemáticos con tres fados cantados que fueron de lo más celebrado por el público purista que se acercó a la Sala BBK
Esta chica vale su peso en oro: a los cuatro años empezó a tocar el piano, a los ocho la guitarra clásica, y con 18 la guitarra portuguesa, esencial instrumento fadista creado en el siglo XVIII a partir de la cítara y del cual Marta es considerada como la única profesional femenina a escala mundial. Además, se ha licenciado en ingeniería. En 2014 la Fundación Amalia Rodrigues le concedió el premio al mejor instrumentista y Marta ha acompañado a fadistas señeros como Mariza, Katia Guerrero, Camané y Carlos do Carmo. El miércoles protagonizó con gran banda la tercera sesión de las cinco del séptimo ciclo Noites de Fado, en una Sala BBK con más tres cuartos de entrada, un gran mérito para una música poco conocida.
Con un único disco homónimo editado en 2016 por la multinacional Warner (lo pueden oír en su web), Marta Pereira da Costa (Lisboa, 1982), alta (aun más con los taconazos que calzaba), llegó a Bilbao con la vitola de virtuosa de la guitarra portuguesa, lo cual no es correcto: tañó las cuerdas sin dejar de mirar el mástil, a veces se atascó en los arpegios y ponía caritas que la delataban, su guitarra sonó todo el rato tapada por la gran banda, apenas hizo solos y en la mayoría de ellos fue doblada (cubierta) por el guitarrista de la española Antonio Pinto, y pareció nerviosa (en los parlamentos se le iba el santo al cielo) y tímida. Para más inri, debido a su estilo instrumental aperturista, un espectador le gritó «¡fado!», exigiéndole que fuera más tradicional en su repertorio.
En total sonaron 17 temas en 85 minutos, con un bis antes del cual se marcharon bastantes espectadores. Pero no piensen, queridos lectores, que fue un mal concierto: solo que la chica no es una virtuosa y que el repertorio llegaba allende del fado. Además, habría que poner en valor su calidad compositiva, que fue capaz de armonizar piezas evocadoras y alegres de fuerza cinemática. El concierto tuvo tres partes, la primera más alegre pero descendente, la central con el cantante José Cuaresma yendo hacia arriba, y la tercera, melancólica pero manteniendo el tipo.
Con gran formación, en quinteto elegantísimo (ella con vestido estampado y bermellón, ellos trajeados como boleristas en un funeral), Marta Pereira Da Costa huyó de los parámetros fadistas puristas en piezas cuyos títulos dijo que iba a indicar pero, nerviosa, se le olvidó hacerlo. Fue pintoresca al interpretar composiciones que servirían de banda sonora a películas de Jacques Tati (la inaugural 'Terra', con acordeón que gustaría a Kepa Junkera y la banda arropándola hasta refutar su condición de virtuosa) y que emularon de modo moderno y afrancesado al Yan Tiersen de 'Amelie' (la segunda, 'Movimiento', cuando el guitarrista Antonio Pinto la dobló descaradamente en el solo), se arrimó al jazz sui generis de Pink Martini (estupendo 'Encontro', a la postre la única pieza cuyo título presentó), nos sorprendió con una versión del 'Summertime' como si la interpretara Mikis Theodorakis (era la cuarta y al acabarla el señor de la butaca 2 de la fila 5 le gritó «¡fado!», a lo cual ella respondió mediante un gesto con la mano, indicando que llegaría luego).
Marta se marcó un vals como Los Lobos en 'La Bamba' o Woody Allen en la noria ('Vira de frielas', acentuando el tono folk transversal, global), y el show decayó cuando se largó el pianista y ella dio lo más bajo con una pieza guitarrística tristona ('Ícaro', escrita por Pedro Jóia, al que citó en la segunda presentación de canción) y se animó un poco en la guitarrada zíngara de 'Fado López', que fue de lo más ovacionado, quizá por el contraste con la tristura previa.
Y al de 42 minutos dio paso al cantante y guitarrista Jose Cuaresma («¡ya era hora!» dijo la dama de la butaca 4 de la fila 5, la acompañante del señor impaciente que quería oír fado tradicional), y con su barbita cuidada y su tupé de futbolista no se lució en 'Fado laranjeira', pero sí nos dejó flotando con un estupendo 'Eu quis demais', con sus gorgoritos sentidos, y en el clásico 'O rapaz da camisola verde', muy folk.
Se fue el fadista, «¡no te vayas!» suplicó irónica la dama de la butaca 6 de la fila 5, o sea Natalia, y la cita continuó por lo alto, con aires étnicos vía bossa ('Sal rei'), una buena adaptación de 'Alfonsina y el mar' que reconoció Natalia, más modernismos a lo Pink Martini ('Abraçando jacaré'), aires aflamencados ('Alem-Terra') y el bis doble abierto con Marta a solas interpretando su primera composición ('Minha alma', esta fue su tercera y última presentación, y tampoco citó el título de una pieza que sonó desde el ángulo oscuro del salón) y cerrado con un tango en quinteto ('La partida', que en realidad debe de ser una pieza venezolana).
Fue un paladeable concierto. Variado, inesperado en parte y conducido por una lideresa que no es ninguna virtuosa de su instrumento (como algunos anticipaban) y que debería desarrollar más su carisma escénico. No alcanzará al nivel de Carminho, que se crió en una casa de fados, pero sí se desprendería de los nervios y disimularía la timidez.