Marta Marín cerrando el ciclo estival del Guggenheim
La vocalista zaragozana susurró soul-jazz adulto para oír de fondo respaldada por tres músicos que eligieron camisetas de fútbol
Ayer miércoles terminó el ciclo estival de jazz montado en la terraza del bistró del Guggenheim, a la espalda de Puppy. Se ha venido en llamar 'Art & Music-Summer Edition' y han sido ocho bolos, todos con el mérito de haber agotado las entradas. El último lo ofreció la cantante zaragozana Marta Marín, y también se agotó el aforo en la venta anticipada, pero la organización tuvo a bien preparar tres mesas más y aceptar a 13 parroquianos extra.
Los contratos que firman los actuantes en este ciclo piden que el repertorio sea de jazz amable (el adjetivo es nuestro) y que sirva de amenización a modo de música de fondo. Se trata de una fórmula contractual que busca evitar que haya conciertos disonantes de free jazz y vanguardia abstracta, por ejemplo. Casi todos los grupos actuantes en este ciclo ofrecen música bastante personal que llega más allá de la mera amenización, y el público atiende con interés.
Sin embargo, este último miércoles del Summer Edition, Marta Marín se acopló a ese deseo contractual y lideró una sesión, doble como todas (dos pases separados por 20 minutos de descanso), con eco soul-jazz de terraza hotelera chic, aunque en un hotel de categoría no les permitirían actuar con tal grotesca estética: camisetas de fútbol, del Bayern de Munich el saxofonista cántabro Adrián Benaga (que tocó sentado, como si estuviera en una big band), del Real Madrid la pianista bilbaína Maite Arregi (una violeta de equipación B de hace muchas temporadas), y del Liverpool el guitarrista cántabro Nicolás Alvear (que con pantalones cortos y calcetines tan altos parecía tirolés, y por sus sandalias con calcetines parecía francés). Marta llevaba una camiseta deportiva azul sin más por encima de un vestido de hilo color hueso con el que se hubiera visto fabulosa, ¡divina!
Los músicos lo hicieron a posta por distinguirse estéticamente, pero les salió mal la jugada: Óscar Cine, que ha presenciado la mayoría de estas sesiones estivales, asegura que ayer miércoles el público habló más que nunca, lo cual seguramente se deba a la elección del repertorio y la actitud, tipo música de fondo. Además, el que suscribe vio varias mesas con espectadores dando la espalda a los músicos, seguramente por culpa de su estética grotesca, chocarrera y fallida. Y le comentó a Cine: «Tú estás paseando por el Arenal guay, el de Mallorca, y oyes esta música en la terraza de un hotel, y te acercas, pero no entras porque la estética te produce rechazo y caminas hasta la siguiente terraza, que hay música de sobra».
Bueno, por los toros de histórico indulto, el que suscribe llegó al Guggenheim avanzado el primer pase, así que nos centraremos en el segundo pase o set, el último de los 16 de estos ocho conciertos dobles. Marta Marín cantó 6 temas en 54 minutos, con voz susurrante y estilista, en plan soul-jazz a lo Erykah Badu o una Sade con más dinamismo o radio de acción. El piano sonó bajito, la guitarra acústica hizo desear una eléctrica, y el saxo intercaló solitos brevitos que fueron de lo mejor, pero si los llega a soplar en pie, habrían llegado más lejos.
Abrieron las dos chicas a dúo en un góspel afectado ('Don't let go'); la intención comercial, suavita, adulta y transversal del combo cuádruple se evidenció en la versión de Fleetwood Mac ('Dreams': yo dije que esta suena a Fleetwood Mac, Cine sacó su móvil y el aparato le chivó que era el 'Dreams'; o sea que la tocaron tan fielmente que el programa supo identificarla, lo cual no suele ser norma en la música en directo). El mejor tema, por más perfilado y cercano, fue el bolero muy blusero y algo brasileiro 'Si me enamoro' (del bolerista José José, vemos en Internet), y el penúltimo tema fue 'You are the sunshine of my life' de Stevie Wonder, pero interpretado con pátina tipo Bill Whithers.