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Este sábado noche hubo 9.000 almas en Miribilla viendo a Manolo García, quien bajó cuatro veces del escenario para sumergirse entre el público que le perseguía emocionado grabándole con sus móviles. «Es que impresiona verle tan cerca», manifestaron unos de nuestro lado. La cuarta vez que descendió del tablado estuvo mucho tiempo entre la gente: se subió a la una de las barras de bebidas, le pasaron una bufanda de Aduriz, que desplegó mostrándola, acabó arrojándose sobre las cabezas de los fans como si fuera un punk de 69 años, y en una de sus frases soltó cuatro tacos: hostia, joder, coño y cojones. Como suena.
Robe, ex Extremoduro, que llenó hace un mes el mismo recinto, es un catecúmeno comparado con Manolo, quien acabó el concierto de tres horazas, se despidió deseando «salud y alegría para todos, ¡agur!», y cuando estábamos evacuando el pabellón el artista, en vez de hacer mutis, preguntó: «¿Lo habéis pasado bien?». SIIIIIIII…, respondió la peña como si estuviera ante los payasos de la tele. Y prosiguió Manolo: «¡De puta madre! Sois la hostia…». Y dijo algo de lo que le satisface hacer disfrutar a la gente antes de que venga «un hijo de puta» a fastidiarnos la vida o algo así. Y zanjó irónico el pacífico promotor discográfico Iñaki Gallardo: «Cuántas palabrotas dice. Y luego cuando canta sólo habla de amapolas, mariposas, lucecitas…».
Jo qué sí: en tres horas (menos un minuto, y con doce de descanso antes de los bises) el catalán cantó 30 canciones, con poesía de musas menores, no tan lírica como pregonan sus incondicionales («En el supremo momento de la ira» en 'No lloras y juras', «Penacho de plumas / Penacho de espuma / Como de cerveza / Como rubia trenza que no cesa» en 'Zapatero...), a tempo generalmente lento y a veces cansino, y usando vocablos rebuscados y a veces pedantes: el título tan abstruso de 'Laberinto de sueños (en las geometrías del rayo)' suponemos que se lo inspiró su faceta como pintor.
Al menos en tres de esas 30 letras (el 10 %) habló de 'palomas'. Y pensando en frases para esta reseña se nos ocurrió recomendarle otras aves, como la oropéndola, el colibrí, el estornino o incluso el noctívago búho. Pero no le hace falta, porque casi al final, antes del segundo y último bis (cuando cantó lo mejor de toda la velada: 'El rey' de José Alfredo), en lo que indudablemente fue el momento ridículo del concierto, con un Manolo que pareció no tomarse a sí mismo en serio, se puso a hacer ruidos onomatopéyicos para que los repitiera el público, y propuso: avutarda verde del Caribe, y emitía un gruñido, bucéfalo, y bufaba, barracuda, y quizá barritaba. De no creérselo. Menos mal que antes, en su cuarta inmersión entre la masa, dijo que era abstemio y no bebía, que si no qué íbamos a pensar...
En estas 30 canciones en tres horas (179 minutos) salieron otros bichos: lagartos, jilgueros… Y en el primer bis, basado en revisiones muy mustias de El Último de La Fila, en las tres pantallas de fondo salían patos, elefantes, cabras… Sin venir a cuento. En imágenes cutrongas, sin ningún arte ni vínculo metafórico. En ese macro-concierto sabatino (afuera vimos aparcados 4 tráilers, 1 bus de gira y 4 furgonetas grandes) se usaron tres pantallas de fondo y dos laterales que cuando sacaban a Manolo lo hacían de lejos, no en primeros planos como los del sábado anterior de Raphael, quien dio un concierto mil veces mejor por numerosas razones objetivas.
¿Son comparables Raphael y Manuel?, se preguntarán muchos escépticos. Sí, porque Manolo, aunque lleve detrás una gran banda eléctrica (un noneto contándole a él, deceto con la bailaora esporádica, y hasta once actuantes cuando en el epílogo salió una adolescente con una guitarra, ¡con lo que llegaron a sonar cinco guitarras a la vez y había uno con un laúd que igual no lo rasgó, o sea to pa' casi na'), ésta banda suena de fondo, de modo muy plano, muy secundario (como la banda de acompañamiento del tributo a Julio Iglesias afrontado por el torero Diego Ramos), destacando en acompañamiento instrumental apelmazado y por lo bajini solamente los punteos (a lo Dire Straits unos tres) y algunos elementos folk (laúd y sobre todo el violín).
O sea que Manolo, aunque sea una malhablada estrella pop española, funciona cual cantante melódico, con su voz por encima de la música, que este sábado en Miribilla sonó muy mal en la primera media hora o más. Además Raphael, que lleva 13 músicos, usa mejor la banda, con más musicalidad y protagonismo. Y aparte el público de Raphael no habla durante el concierto, y es que en Miribilla, al menos en la pista, había muchos espectadores hablando (como en unas fiestas del pueblo) y muchos fumando, droga también. ¿Por qué no van los de seguridad a reconvenir esas irrespetuosas actitudes? Se está convirtiendo en una costumbre fumar.
Y de verdad que horas después temblamos al recordar las palabras malsonantes de Manuel García García-Pérez. Tras las dos primeras canciones, sendos hits, 'Insurrección' del Ultimo para abrir fuego y 'Nunca el tiempo es perdido', muy coreados ambos, agradeció: «qué alegría empezar cantando, hostia, gracias por vuestra asistencia». Y tras la primera vez que bajó entre el público y dio una vuelta completa a la pista, iluminado por los dos cañones de luz y protegido por poca escolta para la pasión que levantaba, volvió al escenario y dijo que dedicaba el concierto a los pequeños y medianos agricultores, «hostia», y a toda la gente que había ido a ayudar «al País Valenciá» (lo expresó en catalán), y a «todos los autónomos de este Estado, me cagüen D…», y se puso a despotricar contra los políticos «con esos sueldazos, que se vayan a tomar por el culo». ¡Manolo estaba desatado! Antes ya había dicho tras cosechar una gran ovación: «hostias, buah, y luego dicen que en el Nortes sois fríos, ¡los cojones!», y añadió: «estamos viviendo el presente absoluto, sin móviles, ni wasaps, ni su puta madre». Ejem…
La verdad es que chocaba ese maleducado vocabulario entre tantas canciones con crepúsculos, luceros matutinos, madrugadas… Las letras destacaron sobre las músicas (cual cantante melódico), y entre tantos músicos si quitan a dos guitarristas el conjunto saldría ganando: cinco guitarras, contando la suya, usaron en la inaugural 'Insurrección'. Y contemos algo de la música: Manolo tenía un teleprompter con las letras delante, la tercera, '10.000 veranos', no le quedó mal, y en la cuarta, 'Mientras observo al afilador', cantó eso de «atento al arrullo de las palomas en los dinteles», y «ahora ya no hay palomas» lamentó en la sexta, 'Llanto de pasión', del Último.
Y en esas tres horas bastante homogéneas coló ramalazos aflamencados celebrados por la parroquia predispuesta ('Como quien da un refresco', las palmas rumberas en la citada 'Laberinto de sueños…', y más), emitió pop ochentero adulto ('Quisiera escapar'), se refrenó aún más marasmos ('Lápiz y tinta' del último, que puso a las gradas en pie), bajó por segunda vez, ahora al foso, y tomó un abanicó de alguien antes de contar que su abuela vivió 97 años y que la gente de campo «mola» (todo en 'Un giro teatral'), y se soltaron globos sobre el público para acabar en falso en una de sus mejores piezas ('A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando', que fue un rock de estadio y lo remató con un rap doméstico donde dijo «las redes sociales y su puta madre»).
En ese primer bis reapareció tras los doce minutos de descanso y dijo mirando a lo alto de la grada del fondo: «ya me gustaría subirme ahí, hostias». Cantó desde un sofá un soulero 'Reguero de mentiras', y a continuación le cupieron cuatro canciones consecutivas de El último de la Fila revisadas con poca vitalidad y de una tacada: 'Lejos de las leyes de los hombres', 'Aviones plateados' con una pobre coreografía de la bailarina, 'A veces se enciende', y la mejor gracias al empuje coral de la gente, 'Como un burro amarrado en la puerta del baile'. También hubo un par de explosiones de confeti poco polícromo, el citado cuarto baño de masas, el pasaje de los grititos ridículos (bueno, no tomarse en serio a veces es saludable), y el segundo bis con dos versiones mexicanas coreadas a pleno pulmón por las 9.000 almas: 'El Rey' de José Alfredo Jiménez, que en serio afirmamos fue lo mejor de la treintena de canciones (es igual que lo de comer un besugo y comentar que las patatas son lo más rico, pero es que fue así) y 'La bamba' de Ritchie Valens, más pachanguera.
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